Dirección: Mel Gibson. País: USA. Año: 2004. Interpretación: James Caviezel (Jesús de Nazaret), Monica Bellucci (María Magdalena), Mattia Sbragia (Caifás), Claudia Gerini (Claudia Procles), Maia Morgenstern (María), Sergio Rubini (Dimas), Toni Bertorelli (Anás), Roberto Bestazzoni (Malchus), Francesco Cabras (Gesmas), Giovanni Capalbo (Cassius), Rosalinda Celentano (Satán), Francesco De Vito (Pedro), Luca Lionello (Judas). Guión: Mel Gibson y Benedict Fitzgerald. Producción: Mel Gibson, Bruce Davey y Stephen McEveety. Música: John Debney. Fotografía: Caleb Deschanel. Montaje: John Wright. Diseño de producción: Francesco Frigeri. Vestuario: Mauricio Millenotti. Estreno en España: 2 Abril 2004. |
SINOPSIS
«La Pasión de Cristo» recrea las últimas doce horas en la vida de Jesús de Nazaret desde el momento en el que acude al monte de los olivos (Getsemaní) a orar tras la última cena, enfrentándose a las tentaciones de Satanás. Allí sufre la traición de Judas Iscariote, siendo arrestado y conducido a Jerusalén para ser juzgado por blasfemia, según denuncian los fariseos. Jesús es presentado ante Pilatos, el gobernador romano en Palestina, quien escucha las acusaciones levantadas contra él y se da cuenta de que se trata de un conflicto político, delegando el asunto en el rey Herodes que no tarda en devolverlo a las autoridades romanas para ser juzgado. De nuevo ante Pilatos, éste ofrece al pueblo la oportunidad de elegir a quién liberar: a Jesús o al asesino Barrabás. La multitud elige a Barrabás y condena a Jesús, que es puesto en manos de los soldados romanos y flagelado como castigo. Aunque Pilatos trata de hacer ver a la multitud que el castigo ya ha sido suficiente, los fariseos no lo consideran así. Lavándose las manos, ordena a sus hombres cumplir los deseos del pueblo y Jesús es condenado a muerte. Jesús deberá cruzar las calles de Jerusalén cargando con la cruz camino del Gólgota, lugar en el que será crucificado. Allí, clavado a la cruz, superará la última tentación: el temor a ser abandonado por su Padre. Sobreponiéndose a su miedo, mira a María, su madre, y pronuncia palabras que sólo ella puede entender: “Todo está acabado”; finalmente expira diciendo: “En tus manos entrego mi espíritu”. Las fuerzas de la naturaleza se rebelan en el momento de la muerte de Cristo.
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CRÍTICAS
Doce horas que cambiaron el mundo
Muchas películas abordan la vida de Jesús de Nazaret, con más o menos fortuna. Todas se han enfrentado a diversos obstáculos, en cuanto a la posible acogida del público. Está el espectador cristiano, conocedor de los hechos históricos, que alimentan además su fe: público exigente, que no va a aceptar cualquier cosa a la hora de ver representado a su Señor. Luego existe un público amplio, más o menos creyente, que cree conocer el evangelio, aunque en el fondo sólo tiene una idea vaga del mismo, quizá por recuerdos de infancia. También hay que señalar al espectador agnóstico o ateo, con frecuencia reticente a un posible intento de ‘ser evangelizado’, y que no desea dedicar un minuto a algo que huela a religioso.
A la dificultad de llegar a un público tan heterogéneo, se suma otra realidad: los evangelios incluyen multitud de relatos, parábolas, milagros, enseñanzas, invectivas, viajes…, en los que intervienen numerosos personajes. Dar unidad a todo, y presentarlo atractivo y creíble, no resulta sencillo. Y de pronto, llega Mel Gibson con una idea la mar de razonable, pero que nadie había acometido hasta ahora: hacer una película vibrante y minuciosa, nada relamida, que se centre en la Pasión. Pues, ¿no son a la postre los misterios pascuales los acontecimientos centrales del cristianismo? ¿Y no rememora anualmente la Iglesia en su liturgia, en una semana que llama ‘santa’, la pasión, muerte y resurrección de Jesús?
Acierta Gibson al dar con el elemento aglutinador del film: Cristo ha venido al mundo movido por el amor, para redimirlo del pecado; y acepta para ello, voluntariamente, su pasión y muerte. Tiene una misión que cumplir, con un sentido; y esos sufrimientos terribles no son un fracaso: liberan, y llevan a la resurrección. A partir de ahí, puede centrarse en la narración de las últimas 12 horas de Jesús, desde que acude con sus discípulos al huerto de Getsemaní, hasta su muerte en la cruz. Una narración que se basa sobre todo en los evangelios, seguidos con fidelidad, aunque también toma elementos de revelaciones privadas a dos monjas: la beata alemana Anna Katharina Emmerich, y la venerable española María de Ágreda.
El film resulta duro, muy duro. En ese sentido, la película discurre en la misma línea que otros títulos recientes, que tratan temas importantes, descritos sin falsos pudores, como Salvar al soldado Ryan (el horror de la guerra), La lista de Schindler (el holocausto), Te doy mis ojos (la violencia doméstica), Traffic (la drogadicción y el narcotráfico)… Desde que Jesús es prendido en el huerto de los olivos, es sometido a todo tipo de vejaciones. Y el guión de Gibson y Benedict Fitzgerald, no hurta los detalles que describe el evangelio: insultos, empujones, bofetadas, salivazos… Le obligan a colocarse vestiduras ridículas, le desnudan, le azotan salvajemente, le coronan de espinas… Una increíble sesión de tortura, mostrada con realismo, pero sin regodeo. “Pienso que nos hemos acostumbrado a ver preciosos crucifijos en las paredes, y hemos olvidado lo que pasó de verdad. Me refiero a que sabemos que Jesús fue azotado, que cargó con la cruz, que los clavos le traspasaron las manos y los pies, pero raramente pensamos en lo que eso significa”, comenta Gibson. Que la violencia no es recomendable para todos los públicos, es una idea que el director introduce en el film de modo ingenioso: cuando obligan a Simón el Cirineo a cargar con la cruz, pide a su hijo que vuelva a casa, que no contemple el triste espectáculo de los condenados a muerte.
La película aporta desde el principio la información clave: que todo lo padece Cristo para librar al hombre del pecado. Singularmente cuando el diablo le tienta en el huerto, diciendo que no puede pretender cargar sobre sí el peso del pecado de todos los hombres. Por otro lado, a lo largo de esas horas de suplicio, se introducen con acierto flash-backs que, además de permitir respirar al espectador, ayudan a conocer el mensaje de Jesús y el sentido de su sufrimiento: vemos que es verdadero hombre, con sentido del humor, en las escenas con su madre; que acoge al pecador arrepentido, cuando se pretende lapidar a María Magdalena; que el amor se desborda en la última cena, anticipo del sacrificio de la cruz…
Gran acierto de Gibson es ofrecer la mirada de la Virgen María, muy bien interpretada por Maia Morgenstern. El espectador sufre con ella los dolores del hijo. Y a la vez, participa de su serenidad, de modo que momentos como la caída con la cruz, que retrotrae al pasado, o cuando recoge con unos lienzos la sangre de la flagelación, conmueven. El director tiene una habilidad especial para humanizar su historia. Cuando Pedro niega a su maestro, la mirada que éste le dirige –maravilloso Jim Caviezel– es más expresiva que mil discursos: una mezcla de lástima y algo de socarronería, como si dijera ‘¿no te lo había dicho?’. La conversación con Pilatos, el procurador romano, no tiene desperdicio, y entiendes bien las dudas de este hombre cruel, acrecentadas por las conversaciones con su esposa.
Si para un actor fue especialmente duro el rodaje, ese es Caviezel. El rodaje fue en invierno, y soportó las bajas temperaturas casi desnudo en las escenas de la cruz: “No podía aguantar más de 10 minutos, y aun así sufría muchas veces hipotermia. Los músculos te tiemblan de modo tan violento que te duele, pero no puedes pararlo”, comenta. Incluso en la flagelación, uno de los que hacía de soldado romano apuntó mal y le dio en la espalda. Explica Caviezel: “No pude ni gritar. No te sale el aire porque no puedes respirar”.
La película se rodó en Italia, en el estudio 5 de Cinecittà, y en la ciudad de Mattera, el mismo lugar donde Pasolini hizo El evangelio según san Mateo. El trabajo de dirección artística y fotográfico es asombroso. Caleb Deschanel, director de fotografía, de acuerdo con Gibson, tomó como referencia pictórica la obra de Caravaggio “en lo que se refiere a los rostros que usaba en sus cuadros, a la iluminación y a la composición. (…) También me inspiré en Géricault, Rafael y otros artistas.” Atrevida resulta la escena de apertura en el huerto de los olivos, con luz azulada que imita la luna y con niebla: rodada en estudio, no se ve el fondo, y da al lugar una indefinible sensación de infinitud, como de otro mundo. Precioso resulta también el plano que sigue a la muerte de Jesús: un plano cenital del Gólgota como borroso, en que vemos caer una gota de agua, el comienzo de una lluvia, pero que cabe interpretarse como una ‘lágrima’ de Dios, que llora la muerte de su hijo.
Pensaba Mel en un principio estrenar su film –rodado en las lenguas originales de la época–, sin subtítulos, confiando en la fuerza de las imágenes. Al final pesó la prudencia, y se pusieron los letreros justos. Su visionado en DVD proporciona ahora, a quien lo desee, la experiencia de ver el film desnudo, sin subtítulos, para así constatar que el impacto visual basta para seguir la historia.
Violencia con sentido
[Juan Orellana]
Mel Gibson (El hombre sin rostro, Braveheart) se ha aproximado a una historia mil veces contada en el cine, una historia conocida hasta en sus diálogos, sus escenas, personajes y tramas secundarias, y ha sabido recrearla y adecuarla al lenguaje cinematográfico moderno de tal forma que sorprende, impacta, emociona, e incluso puede afectar a lo más hondo del corazón y la conciencia del espectador.
Desde hace treinta años, el cine ha ido perdiendo miedo a la representación de la violencia, haciéndola cada vez más explícita, y llegando finalmente a la complacencia gratuita en lo más repulsivo. Pensemos en el arco que va desde La naranja mecánica (1971), película que indaga en la naturaleza de la agresividad, hasta Irreversible (2002), la película más violenta de la historia del cine comercial, y que hizo las delicias de mucha progresía intelectual. Mel Gibson no hace una cosa ni otra: narra un acontecimiento crudelísimo y lo hace prescindiendo de las elipsis y fueras de campo que se hubieran impuesto en otras épocas. Pero si nada hubo gratuito en la histórica Pasión de Cristo, en la medida en que Mel Gibson es fiel a los hechos, tampoco lo hay en su versión.
Por tanto, una película durísima, pero no gratuita. Fiel a la historicidad de los sucesos, Gibson se permite unas licencias como todos los cineastas que han llevado a Jesús a la pantalla, que son sencillamente deliciosas. Licencias que podrían haber ocurrido perfectamente, pero de las que no tenemos constancia. Por ejemplo, el tratamiento que hace de María durante la Pasión es enormemente rico y teológico, y nos brinda, entre otras, la escena más enorme grandiosa, incluso de la película: Cristo cae por enésima vez con la Cruz a cuestas no hay tres caídas, como en el Via Crucis, sino muchas más, y María, destrozada, que sigue la comitiva por un callejón paralelo, no puede soportar más el sufrimiento de «su niño» si han visto la película me entenderán y se abalanza sobre Él, yacente en el enlosado, y le dice: «Jesús, estoy aquí conti-go», y Él, sacando fuerzas de flaqueza, fija en ella su mirada y le dice: «¿Ves, Madre, cómo hago nuevas todas las cosas?». Si nos fijamos, varias veces que Cristo cae, encuentra fuerzas para incorporarse cuando sus ojos descubren a su Madre.
Otra invención preciosa es un flash back muy breve en el que Jesús toma el pelo a María en su carpintería de Nazareth, mientras inventa la mesa moderna. «Eso no tiene futuro», le dice María. No hay más momentos «simpáticos» en el film. Pero no es el único flash back; hay una veintena de ellos que aluden a episodios muy significativos de la predicación las Bienaventuranzas, por ejemplo o a la Última Cena. Y junto a María siempre aparece Juan, el discípulo predilecto. Y la Magdalena. Todos recuerdan su encuentro con el Maestro. Y, por cierto, la interpretación de Caviezel nos deja probablemente el Jesús más creíble, normal, natural, de la historia del cine, lejos de los misticismos y rarezas de otras versiones.
Entre los personajes secundarios destacan unos interesantísimos Pilatos y su mujer, probablemente los únicos personajes humanos de toda esa jauría. El famoso diálogo sobre la verdad, con versiones tan dispares como películas ha habido sobre Jesús, es en la de Mel Gibson especialmente sugerente, con un epílogo antológico entre Pilatos y su esposa, amiga de Cristo. «Reconozco la verdad siempre que oigo hablar a Jesús», dice ella. Es muy intenso también el personaje de Simón de Cirene, dramático y vigoroso.
Y no podemos olvidar a Satanás, sutil, inteligente, discreto, que se pasea por la película poniéndoselo difícil a Jesús. Como lo concibió Bergman en Fanny y Alexander, se trata de un ser asexuado, pero afeminado, y perfectamente caracterizado.
Una duda: San Pedro desaparece después de la negación de Cristo, mientras llora amargado: «Yo no soy digno». No le vemos más. ¿Está Gibson tratando mal a San Pedro? ¿Tiene doble lectura? Ahí queda.
Desde el punto de vista de la puesta en escena, la película supone una novedad radical respecto a la imagenería precedente. Frente a la ampulosidad operística de Franco Zefirelli o el naturalismo levi-straussiano de Pier-Paolo Pasolini, Gibson opta por un realismo histórico, dando a la arquitectura y a las muchedumbres unas dimensiones más acordes con la realidad. La fotografía de Caleb Deschanel, bastante tenebrista, muy pictórica, refleja «la noche oscura» de Jesús, y del azul intenso de la secuencia del Huerto de los Olivos, pasa al fuego y a la sangre que invaden el resto del film.
La dirección artística, el vestuario y, sobre todo, el maquillaje de Jim Caviezel son tremendamente convincentes, lejos de la pulcritud del peplum hollywoodiense y de la pobreza de las producciones baratas de Rossellini o Pasolini. Respecto a los diálogos en arameo, latín y hebreo, lejos de espantar, resultan un aliciente de la película y le dan un cierto aire documental. El balance es, pues excelente. Pero no olvidemos que es tanta su dureza que la película no es apropiada para menores ni para mayores con ciertos umbrales de sensibilidad.
Los incómodos desafíos de un auto sacramental
[Jerónimo José Martín – COPE]
Aunque estuvo precedida y acompañada por una durísima campaña mediática, que la acusaba de antisemita, reaccionaria y sádica, La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, se ha convertido en la cuarta película del año más vista en todo el mundo hasta ahora ha recaudado 604 millones de dólares y en el filme independiente y subtitulado más taquillero de la historia. Y, sobre todo, ha generado un debate de gran calado espiritual y teológico sobre la dimensión auténtica de la figura histórica de Jesús de Nazareth.
Por tanto, una primera gran pregunta respecto a La Pasión de Cristo podría ser: ¿cómo es posible que haya batido records de taquilla una película supuestamente antisemita, reaccionaria y sádica, y además subtitu-lada y con diálogos en arameo y latín, dos lenguas muertas? Una segunda cuestión sería: ¿cómo es posible que tal película haya generado en la sociedad actual, supuestamente tan materializada y descreída, reacciones tan conmovedoras como las que han descrito muchos de los comentaristas y espectadores tras verla? Parece evidente que, en parte, todo esto ha sido consecuencia de la destemplada campaña contra la película, que ha encendido los ánimos de numerosos cristianos, ca-tólicos y no católicos, irritados al ver agredida su libertad para expresar públicamente su fe. Pero tal reacción no tendría ni fuerza ni continuidad si la película no tuviera calidad artística y hondura dramática, moral y religiosa.
En el ámbito artístico, sin duda lo más discutido de la película de Gibson ha sido la extrema crudeza, externa e interna, de muchas de sus escenas, que han llevado a algunos a despreciarla por la supuesta obsesión enfermiza de Mel Gibson hacia el sufrimiento y la violencia. En esta línea se manifestó el cineasta italiano Franco Zefirelli, autor de la notable Jesús de Nazareth y que además dirigó en Hamlet a Mel Gibson, al que considera «un hombre genial, enorme y magnífico actor». Sin embargo, su crítica además de que pone de manifiesto las evidentes diferencias de carácter y de gustos entre ambos directores, no resulta demasiado objetiva, pues se trató más bien de una reacción visceral de Zefirelli ante la opinión del escritor italiano Vittorio Messori, que definió el film de Gibson como «la mejor película sobre Cristo jamás rodada». «En el plano técnico especificó Messori, el film es de una altísima calidad. Pasolini, Rosellini, el propio Zefirelli, quedan reducidos a parientes pobres y arcaicos».
Diatribas personales a parte, Gibson asegura que la brutalidad de su película es consecuencia sobre todo de su fidelidad casi textual a los cuatro Evangelios. Recordemos que la Pasión es uno de los pocos pasajes de la vida de Jesús que está en los cuatro textos, y en todos ellos narrada con gran crudeza. También se inspira esa crudeza en el libro La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que recopila las gráficas revelaciones particulares sobre la muerte de Jesús algunas ciertamente muy fuertes de la mística alemana Ana Catalina Emmerich (1774-1824), beatificada este año por Juan Pablo II. Y Gibson también ha tomado algunos detalles del libro La ciudad de Dios, de la venerable mística española Sor María de Ágreda, también muy descarnada en sus descripciones de la Pasión.
Así que hay que enmarcar ese afán de veracidad de Gibson en el mismo ámbito apologético de los escritores místicos de los que parte. En sus escritos, muchos de ellos reflexionaron sobre la Pasión con gran fuerza expresiva, precisamente porque eran conscientes de que, ayer, hoy y siempre, a ciertas almas, endurecidas quizá por el pecado o la apatía, sólo les pueden remover las emociones fuertes. La misma Santa Teresa de Jesús, en el capítulo 9 de su Vida, reconoce que fue decisiva, en su cambio de vida, la contemplación de una imagen de «Cristo muy llagado» conservada todavía en Ávila «y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros». A ella misma se le ha atribuido a veces aquel maravilloso Soneto a Cristo crucificado, obra cumbre del Siglo de Oro español y hoy considerado anónimo, que dice: «No me mueve, mi Dios, para quererte / el cielo que me tienes prometido / ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte. / Tú me mueves, Señor, / muéveme el verte / clavado en una cruz y escarnecido, / muéveme ver tu cuerpo tan herido / muévenme tus afrentas y tu muerte».
Ni que decir tiene que Gibson también se ha inspirado en la Sábana Santa de Turín, inquietante reliquia que confirma, con impactante crudeza, la historidad de los relatos evangélicos sobre la Pasión. Y el propio cineasta ha reconocido su esfuerzo por imitar en su película el estilo pictórico de Caravaggio, cuyas imágenes son famosas por el crudo naturalismo que emana de sus profundos claroscuros. Un naturalismo más cercano a las oscuridades de Velázquez, Valdés Leal, Goya o Picasso, que a las luminosidades de Fra Angélico, Rafael, El Greco o Dalí.
Al margen de su inspiración mística y pictórica, Gibson emplea el hiperrealismo visual precisamente porque es recurso habitual en el cine actual, y sobre todo en los dos géneros en los que cabe encuadrar su película: la tragedia y la épica. Basta repasar los Oscars de 2004 para encontrar numerosas películas que emplean dramáticamente con más o menos acierto una gran violencia visual: El retorno del rey, Master & Commander, Mystic River, Cold Mountain, 21 gramos, Monster… Y el recurso no es de este año, pues vienen empleándolo desde hace tiempo directores de la talla de Steven Spielberg (La Lista de Schindler, Salvar al soldado Ryan), Martin Scorsese (Gangs of New York), Paul Thomas Anderson (Magnolia), Alejandro González Iñárritu (Amores perros, 21 gramos), David Lynch (Mulholland Drive), David Fincher (Seven), Lars Von Trier (Bailar en la oscuridad), Takeshi Kitano (Hana-bi, Zatoichi), Quentin Tarantino (Pulp Fiction, Kill Bill)…
La verdadera cuestión, estética y moral, es el sentido que dan estos directores a ese recurso a la violencia. El tema lo ha analizado con especial lucidez el escritor español Juan Manuel de Prada (ABC, 28 de febrero de 2004). «Paradójicamente señala respecto a La Pasión de Cristo, su contemplación provoca incomodidades en una época que ha encumbrado la exhibición gratuita de violencia a un rango artístico. Dudo mucho que Gibson exceda en truculencia a Tarantino o Kitano, tan idolatrados por el gusto contemporáneo. ¿Por qué la violencia enfática, hiperbólica, de esos cineastas fascina, mientras que la de Gibson provoca rasgamientos de vestiduras? Por una razón evidente: porque no es gratuita, porque interpela al espectador, porque lo obliga a enfrentarse al dolor en estado puro. Nos hemos acostumbrado a una violencia banal, coreográfica, meramente esteticista, que hace del hiperrealismo una forma sublimada de irrealidad; no podemos soportar, en cambio, la violencia catártica que estimula nuestro horror y nuestra piedad, que nos hace partícipes de un sufrimiento sobrehumano y nos ayuda a entender en toda su magnitud un sacrificio que remueve nuestra capacidad de comprensión».
En esta misma línea argumental se manifiesta el propio Mel Gibson. «No hay nada de violencia gratuita en esta película señaló en una entrevista para la agencia Zenit. Creo que un menor de doce años no debería verla, a no ser que sea muy maduro. Es bastante fuerte. Nos hemos acostumbrado a ver crucifijos bonitos colgados de la pared. Decimos: «¡Oh, sí! Jesús fue azotado, llevó su cruz a cuestas y le clavaron a un madero». Pero ¿quién se detiene a pensar lo que estas palabras significan realmente? «En mi niñez, no me daba cuenta de lo que esto implicaba. No comprendía lo duro que era. El profundo horror de lo que Él sufrió por nuestra redención realmente no me impactaba. Entender lo que sufrió, incluso a un nivel humano, me hace sentir no sólo compasión, sino también me hace sentirme en deuda: yo quiero compensarle por la inmensidad de su sacrificio».
Por otra parte ya se ve, Gibson ha querido trascender esa brutalidad con una visión profundamente espiritual de los hechos que describe. «Realmente ha dicho, quería expresar la magnitud del sacrificio, al mismo tiempo que su horror. Pero también quería una película que tuviera momentos de verdadero lirismo y belleza, y un permanente sentimiento de amor porque, a fin de cuentas, es una historia de fe, esperanza y amor. Ésta es, en mi opinión, la historia más grande que podamos nunca contar».
En este sentido, destacan las declaraciones a la agencia Zenit del teólogo dominico Augustine Di Noia, subsecretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Después de ver la película en el Vaticano, la calificó como una producción «de exquisita sensibilidad artística y religiosa», y destacó su retrato de la Virgen María de gran riqueza mariológica, su original e inquietante imagen del demonio interpretado con andróginos perfiles y voz masculina por la actriz italiana Rosalinda Celantano, su impactante acercamiento a la soledad de Cristo incluso rodeado de masas y su certera representación del valor redentor de cada acto de la vida de Jesús y del «significado sacrifical y eucarístico del Calvario», resuelta a través de abundantes flash-back sobre la Última Cena y otros momentos de la vida de Cristo, incluida su infancia.
En la misma línea se manifiestó el Padre Peter Malone, msc, presidente de Signis, la Asociación Católica Mundial para la Comunicación, que además destacó la autenticidad con que presenta la película la naturaleza humana y divina de Jesús, y especialmente la primera. «Mientras que el Jesús del cine es normalmente de figura ligera y delgada señala, Jim Caviezel es un hombre grande y fuerte, algo robusto, un carpintero creíble y un hombre sólido. Esto hace que el Jesús de la película sea más real que lo usual».
En este punto Mel Gibson ha sido coherente con el atractivísimo retrato de la personalidad humana de Jesucristo que ya ofreció en su producción El hombre que hacía milagros. Se trata de una excelente biografía de Jesús producida en 2000 por Icon Productions, resuelta con animación stop-motion de muñecos, y dirigida por el galés Derek W. Hayes y el ruso Stanislav Sokolov. Desde luego, el tono naturalísimo, emotivo y hasta divertido de algunos de los flash back de La Pasión de Cristo es muy parecido al de El hombre que hacía milagros; y el plano de la mano a contraluz empuñando el martillo y descendiendo hasta clavar la mano de Jesús es sencillamente idéntico en los dos films.
Por lo demás, hasta los detractores de la película han alabado la dilatada y poderosa presencia de la Virgen María, presentada en todo momento como corredentora con su Hijo y con una serenidad tan apabullante que la convierte en el mejor bálsamo frente a la terrible crueldad que se describe. En este sentido, si todas la interpretaciones son sensacionales, la de Maia Morgenstern roza la perfección, y refleja maravillosamente en su contenido sufrimiento el dolor moral que Jim Caviezel debe reflejar en sus ojos y en la fuerte fisicidad de su caracterización de Cristo.
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La película es impresionante, está muy bien hecha, y los actores están fantásticos. Ciertamente, al verlo me vino a la cabeza que: 1. Judas Iscariote era un pobre diablo. 2. Pilatos no lo tenía claro en absoluto. 3. Los verdaderos traidores de esta historia fueron Pedro y los fariseos, sobretodo éstos últimos, muy preocupados por mantener su status de poder.
Y las tres mujeres, Maria, Magdalena y Verónica, las únicas que se volcan absolutamente en el viacrucis. Poco vemos de los apóstoles.
Hace pensar. Sobretodo, hace pedir perdón por la maldad que cobijamos en nuestro interior, a pesar de nuestra maravillosa inteligencia.
wooow con eso expreso todo
GOD BLESS YOU!!!
IMPRESIONANTE HISTORIA, LOS ACTORES MUY BUENOS, NOS HACE CRECER LA FE EN NUESTRO SEÑOR, GRACIAS POR TANTO AMOR OHHH JESUSSS..GRACIAS
es magnifica exelente estupenda… nos muestra el calvario de nuestro señor Jesus en la cruz todo ese amor k DIOS tiene x nosotros nos lo demostró por medio de LA MUERTE DE SU HIJO JESUCRISTO RESUCITANDOLE AL TERCER DÍA GRACIAS MÍ DIOS POR ESE AMOR TAN GRANDE
es una esatupenda pelicula me gusta como actuan los personajes esto nos hace reflexionar en nuestras vidas, aumenta nuestra fe como católicos debemos permanecer siewmpre criendo en Jesucristo que por nosostros se entregó en la cruz.
Las imagenes son apenas una pequeña cruda realidad de la crueldad conque fue tratado el Señor.
Si quieren ver la realidad total de su pasion lean sobre la Sabana Santa, alli si Él nos muestra cuanto sufrio.
En esta Semana Santa, os animamos a volver a ver esta película y a comentarla en nuestros foros:
http://www.cinemanet.info/2008/03/foros/viewtopic.php?t=21
Seman Santa, momento de reflexión,momento de pedir perdón.Si no viste la pelicula,mirála,es una sintesis de lo que somos capaz de hacer cuando nos invade la ignorancia,cuando no sabemos «dónde» está nuestra «FE»..Excelente pelicula,cruel pero sin lugar a dudas la mejor ..
esta pelicula es muy triste y da miedoO.!
Es maravillosa esta pelicula, una obra de arte. la he visto unas veinte veces y nunca me aburre, es mas cada vez que la veo me es imposible contener mis lagrimas, el personaje de La Virgen Maria es el que mas me conmueve, que excelentes actores. arriba Mel Gibson.
Un mega favorzote…… alguien me puede mandar imágenes de (la última cena BIEN PIXELEADAS, de la peli la pasión de cristo?) de mel gibson. Seria para un regalo a mi esposa. Gracias
¿Por qué no entras en el foro de CinemaNet y las pides allí? Igual es más sencillo porque les puedes dar el e-mail vía mensaje privado 😉
http://www.cinemanet.info/foros/viewtopic.php?t=21&highlight=pasion
Mi felicitacion grande texto. Hasta otra.
grande artículo. Felicidades de nuevo.
A los que critican la crudeza de la película recuerden que Jesús padeció mucho más de lo que presenta la película. Ya es hora de presentarle a la sociedad que de esta manera se entrgó Jesús a muerte de cruz para redimirnos de nuestros pecados. En vez de criticar al productor de la película, les exhorto a elevar sus manos al altísimo y darle las gracias por su gran amor hacia nosotros. Te amamos Jesús y no habrá otro valiente como tú jamâs.