Dirección: Stefan Ruzowitzky. Países: Alemania y Austria. Año: 2007. Duración: 98 min. Género: Drama. Interpretación: Karl Markovics (Salomon Sorowitsch), August Diehl (Adolf Burger), Devid Striesow (Herzog), Martin Brambach (Holst), August Zirner (Dr. Klinger), Marie Bäumer (Aglaia), Dolores Chaplin (mujer pelirroja), Veit Stübner, Sebastian Urzendowsky (Kolya), Andreas Schmidt (Zilinsky), Tilo Prückner (Viktor Hahn). Guión: Stefan Ruzowitzky; basado en el libro «The devil’s workshop» de Adolf Burger. Producción: Josef Aichholzer, Nina Bohlmann y Babette Schröder. Música: Marius Ruhland. Fotografía: Benedict Neuenfels. Montaje: Britta Nahler. Vestuario: Nicole Fischnaller. Estreno en Alemania: 22 Marzo 2007. Estreno en España: 14 Marzo 2008. |
SINOPSIS
«Los falsificadores» relata la verdadera historia de Salomon Sorowitsch, insigne falsificador y bohemio. Tras su confinamiento en un campo de concentración alemán en 1944, aceptó colaborar con los nazis en la mayor operación de falsificación de billetes de la historia, con la que se pretendía contribuir a la financiación de la guerra. Durante los últimos años del conflicto, cuando el Reich veía cercano su final, las autoridades decidieron imprimir sus propios billetes en las divisas de sus principales enemigos. Con aquel dinero falso pretendían anegar las economías de los países rivales y al tiempo llenar sus arcas, vacías por la guerra. En el campo de concentración de Sachsenhausen, dos barracones fueron aislados del resto de las instalaciones y del mundo exterior para ser transformados en perfectos talleres de falsificación. Así nació la denominada ?Operación Bernhard?.
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CRÍTICAS
[Oscar Martínez. Muchocine.net]
Coproducida por Austria y Alemania, nominada al León de Oro y ganadora del Óscar como Mejor Película de Habla No Inglesa en representación de Austria, Die Fälscher, en inglés The counterfeiters y Los falsificadores en castellano ha sido dirigida por Stefan Ruzowitzky y protagonizada por Karl Markovics, August Diehl, Devid Striesow, Martin Brambach, August Zirner, Veit Stübner, Sebastian Urzendowsky y Andreas Schmidt.
La película se inicia en el Berlín de 1936, donde Salomon Sorowitsch es el rey de los falsificadores de moneda. Pronto es arrestado por los nazis y llevado a un campo de concentración donde es obligado a trabajar para ellos junto a otro grupo falsificadores. Esto les supone un dilema moral ya que cooperar con sus verdugos prolongará la guerra y podría significar la victoria para los alemanes.
Fuera de su propia calidad como película, Los falsificadores es un verdadero un soplo de aire fresco para el cine en torno al Holocausto, que últimamente nos ha ofrecido gran cantidad de títulos menores (en cuanto a presupuesto, me refiero) como El noveno día, Amén, El hundimiento, El último tren a Auschwitz o La zona gris. A diferencia de la gran mayoría de estos títulos, Los falsificadores evita en líneas generales la tragedia judía y el mensaje concienciador, en favor de la intriga y el dilema moral.
Así pues, Los falsificadores se centra en las peripecias de un grupo de judíos encabezados por un solvente Karl Markovics, quien se erige como centro principal de la película, y cuya doble relación con el Sturmbannführer Herzog y su compañero Adolf Burger personifican dicha dualidad de un modo muy similar a lo visto en El noveno día y La zona gris: por un lado, Herzog representa la salvación y, con ello, la muerte espiritual, mientras que Burger se erige como la opción diametralmente opuesta, la muerte y la conciencia tranquila. A través de la efímera línea que separa una elección de otra tratará de sobrevivir Sorowitsch, sacrificando ética y amistades con tal de sobrevivir y, por encima de todo, lograr que el resto de sus compañeros de fatigas también lo hagan.
De este modo, Los falsificadores se erige como un verosímil retrato humano que, a pesar de toda su fuerza y de poseer secuencias relativamente duras, podría considerarse como una de las representaciones del Holocausto más positivas y menos autoflagelantes de los últimos tiempos, en los que el exterminio masivo queda recluído a un segundo plano, y en el que la lucha por la supervivencia, la amistad y los principios se erigen como leitmotiv de la historia en un ámbito tan poco habitual como el de una imprenta cladestina.
[Marta Salazar. Conversando de películas]
La película que comento está basada en un libro autobiográfico, escrito por Adolf Burger, concretamente en su obra «Teufels Werkstatt» (El Taller del demonio). La primera edición, de 1945, está en checo y se llama «El número 64401«. No hay que olvidar que, en los campos de concentración, no había nombres sino sólo números… Un número muy pequeño que se explica porque Burger pertenecía al comando que recogía el equipaje de los condenados a las cámaras de gas y entre las maletas, bolsos y ropa, había también alimentos.
Burger es interpretado por el berlinés August Diehl. Es un comunista dispuesto a morir antes de sacrificar sus ideales y trabajar para los nacional socialistas. No se deja intimidar, es inquebrantable. Estaba casado: Gisela (asesinada cuando, teóricamente, trató de huir de Auschwitz) y él, tenían el lema: «Somos prensistas, para multiplicar la verdad». La verdad marxista, claro. Liberado el 5 de mayo, Adolf logró llegar el 20 de mayo de 1945 a Praga. En Popgrad, su pueblo, comprobó que sus padres habían muerto en los campos de concentración de Ravensbrück (la madre) y de Sachsenhausen, donde habían sido deportados cuatro semanas antes del término de la guerra. Burger aún vive y estuvo en Postdam, en los estudios Babelsberg, revisando la reconstrucción del block 18-19 del campo de concentración de Sachsenhausen.
A pesar de todo lo que nos podamos identificar -y admirar- con el idealismo, la valentía y la consecuencia de Burger de la película, (aunque no con su adhesión a la ideología marxista), el protagonista es, en realidad, Salomon Sorowitsch (que, en realidad, se llamaba Salomon Smolianoff), interpretado magistralmente por el vienés Karl Markovics. Sally (como le llaman sus amigos) es el verdadero héroe (o anti-héroe) de esta historia. Aunque se ha criticado que la película no tiene héroes…me parece que sí los tiene. Es más bien un héroe colectivo: los reclusos del block 18-19 del Campo de Concentración de Sachsenhausen.
Sally es un hombre del «bajo mundo», una suerte de «rey de los ladrones» o más bien, «rey de los falsificadores», pero que, como dice la primera mujer con la que se acuesta en la película, no es tan malo como parece. Sally vive de la necesidad de los demás. Hans, el joven de la resistencia judía intenta hacerle ver lo que están haciendo «con nosotros». Sally le dice una frase que no deja de ser significativa: «los problemas de los judíos se producen porque no se asimilan» (pensé en el muy asimilado Dr. Hahn, del Instituto de Crédito de Hamburgo… también en Sachsenhausen, quien recrimina a los jóvenes por cantar «canciones de negros, como si los alemanes no tuviésemos música»). Sally responde a Hans ofreciéndole un documento que diga que es «más que ario y que desciende de un dragón». Nótese que Sally fabrica a la mujer que le lleva Hans, un pasaporte argentino, a cambio de que ella se acueste con él… (escena que está demás y hace -esta y otras- que la cinta, lamentablemente, no sea apropiada para niños). Y en eso, lo descubre Herzog, el funcionario policial que avanza llegando a convertirse en director de un campo de concentración.
Y aquí me tengo que detener para explicarles que todo el personal que «trabajaba» -aunque no se puede llamar trabajo a ello- en los campos de concentración y exterminio, no eran militares alemanes -como algunas veces se piensa, porque llevan uniforme-. No, eran de la SS, el grupo paramilitar del Partido único, del Partido Obrero Nacional Socialista.
Hay una escena en Mauthausen, 1939, una de las primeras de la película. Quien golpea al hombre en el suelo, no es un alemán, sino otro judío, un Kapo. Sobre el Kapo, se vuelve en la escena siguiente, en que se muestra la violencia ejercida por estos mismos judíos encargados de sus compañeros por encargo de los SS. Los relatos de los recluidos en los campos de concentración, sin excepción, hablan de la crueldad de los Kapos que habrían sido aún peores que los mismos nazis. El Kapo Dr. Klinger es evidentemente una excepción.
Fridriech Herzog (cuyo lema es «cada uno es su propio prójimo», cada uno y su familia, claro), interpretado por Devid Striesow, había sido comunista (al igual que Roland Freisler, el juez que condenó a Sophie Scholl, quien había sido comisario soviético…. los que están arriba, siempre están arriba… da lo mismo en qué régimen). Resulta absurdo, pero paradigmático de la mentalidad, todo lo que dice (en una especie de monólogo ante Sally que sólo quiere obtener medicamentos que salven la vida de su joven amigo Kolya) acerca de la familia, la educación y la llamada Menschenführung (= dirigencia, conducción o liderazgo de las personas). Por desgracia, es lo que muchas veces hoy también venden por «familia».
Herzog se prepara bien para ocupar un lugar en la sociedad donde le toque vivir después de la guerra. Es de los que siempre estarán arriba, porque siempre servirán al que esté más alto que ellos, al tiempo que patean al que está abajo… Vive muy bien, la casa fue probablemente confiscada a algún judío y entregada por un alquiler bajísimo a los jerarcas del partido… era la práctica de aquel entonces. Se queja con Sally de que a él lo presionan «desde arriba». Sally negocia el logro de los objetivos que le exigen a Herzog, a cambio de medicina para Kolya Karloff (un joven dibujante, procedente de Odessa, ciudad donde vivía una mezcla increíble de pueblos y etnias), interpretado estupendamente por el actor berlinés Sebastian Urzendowsky.
Este es un aspecto que habría que destacar de la película: la amistad, el compañerismo, la lealtad (defensa de Burger por Sally frente a Zilinski, brillantemente interpretado por Andreas Schmidt). No dejar a nadie en el camino. Desvivirse por los demás, apoyarse mutuamente, pese a las desavenencias… sobre todo con respecto a Burger que, pese a todo su idealismo, no era un hombre fácil. Adolf Burger acusa a Sally porque «se vende a los nazis» (por eso le llama «pequeña prostituta»); pero no hay que olvidar que Sally protege y defiende a sus compañeros, en lo que también está empeñados el médico (cuyo lema es: «sólo si sobrevivimos, los habremos vencido») y también Atze (Veit Stübner, otro berlinés). Adolf Burger vive un compañerismo o amistad, en el mejor de los casos, de clase (hace acepción de personas) y esto no me parece aceptable, pero está muy de acuerdo con su ideología marxista (se ve claramente en la escena en que desprecia públicamente a la mesa de los «ricos», donde está Hahn y los otros «capitalistas», a quienes llama burgueses).
A mi modo de ver, la relación entre Burger y Sorowitsch está bien dibujada. No les quiero contar mucho, pero no me parece que Sally sea un vendido, aunque, sin duda, no rechaza lo que puede tomar (por ej. cuando pinta a los nazis y para los nazis). Una escena que me parece que muestra la posición de los dos hombres es aquella en que les dan la «ropa usada». Sally no la rechaza y se coloca la ropa de hombres que murieron en la cámara de gas, Adolf, no. La rechaza, prefiere pasar frío (se explica también porque él estuvo en el comando ya mencionado que registraba la ropa de los condenados a la cámara de gas).
El final… podría haber sido mejor, la verdad es que lo encuentro un tanto sin sentido… Tal vez quiera mostrar que la vida es un juego o que sigue adelante; prefiero creer que es ese el mensaje final y no que el vicio del juego consumirá la vida de Sally.
Lee aquí la entrevista con el director y guionista de «Los Falsificadores»
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