Los nuevos oráculos del cine (I): Haneke y su teoría de la culpa
Al terminar el pasado festival de Cannes, el crítico de cine Julio Rodriguez Chico, colaborador habitual de CinemaNet, publicó en su propio blog un análisis sobre «los nuevos oraculos del cine» que, por su interés, reproducimos.
14 de junio de 2009.- La ciudad de Cannes se convirtió la semana pasada en escaparate de cine y en altavoz para que directores y actores/actrices hablaran de sus películas… y también de la vida y del hombre, de la religión y del fin del mundo, de la sociedad y de los políticos… De todo se podía hablar en virtud de la libertad de expresión, y de un derecho que se han arrogado tanto para denunciar lo que se cree injusto como para crear opinión: porque el sentido mesiánico que algunos se atribuyen resulta, en ocasiones, excesivo en su empeño por despertar conciencias e implantar ideologías, ahora convertidas en nueva religión de la posmodernidad. Así se han manifestado directores consagrados como el triunfador Michael Haneke, el inclasificable Lars von Trier o el aprendiz de brujo Alejandro Amenábar, por poner solo tres ejemplos. Comencemos por valorar algunos de los comentarios del primero –no su película, aún no vista en nuestro país–, y dejemos los otros dos para más adelante.
El cineasta alemán-austriaco declaró en rueda de prensa que su película “El lazo blanco” versaba “sobre cómo todo ideal se pervierte (…), sobre las raíces del mal y sobre la perversión de la naturaleza humana. Mi propósito era mostrar cómo aquellos que erigen los principios de manera absoluta se convierten en verdaderos monstruos (…) Nuestra cultura está marcada por el judaísmo y el cristianismo, y eso hace que llevemos en las entrañas el sentimiento de culpabilidad”. Puede ser adecuada esa voluntad de perturbar al espectador desde la cotidianeidad… para hacerle reflexionar y obligarle a cuestionarse unas excesivas seguridades morales, pero quizá Haneke debiera matizar sus apreciaciones al hablar… porque parece más bien que el sentido de culpa está inmerso en la misma entraña del ser humano, porque la conciencia que recrimina o inquieta al individuo no es otra cosa que la fiebre del alma –de la psiqué diría un psiquiatra como él– que permite detectar algo que no va e indicar que una infección está destruyendo al hombre.
Por otra parte, una mirada alrededor permite ver que ese sentimiento de culpa existe en prácticamente todas las religiones e ideologías…, en todas las épocas y culturas –basta pararse en la oriental en general, y en la japonesa en particular–, y también habría que considerar que un cristianismo bien asimilado debería llevar al perdón, a la humildad y a otras actitudes bien distantes de la violencia y la intolerancia, por lo que quizá la clave no esté entonces en la religión en sí misma sino el individuo concreto que la encarna. Aunque es cierto que no han faltado rigorismos y abusos en la historia, no parece bueno “culpar” a ninguna creencia o cultura concreta, o afirmar dogmáticamente eso de que “todo ideal se pervierte”: pienso que el ideal no se pervierte, sino que es el hombre quien en ocasiones lo desvirtúa hasta hacerlo irreconocible y que, en cambio, tener ideales y un sentido moral de la vida nos permite ser más humanos y condescendientes con los errores propios (no habría esa losa de la culpa) y ajenos (con lo que se abre una puerta al perdón).
Si el judaísmo entraña un mayor sentimiento de culpa, quizá sea por las circunstancias históricas de una cultura en permanente colisión con otros pueblos, y por su carácter riguroso o rígido en el cumplimiento de una ley que les aglutinó. Si el cristianismo contempla la realidad del pecado y el peso en la conciencia, puede serlo por la orientación moral que da a cualquier acto humano, siempre buscando el enriquecimiento de una persona que mira y busca a Dios. Pero también habría que tener en cuenta que cualquier vaciado de trascendencia, cualquier simplificación superficial y reduccionismo a normas que cumplir… no serán más que una deformación de la verdadera cara del hombre y la religión. Por eso, quizá a Haneke se le podría pedir que tratara de matizar sus palabras y que mostrase el auténtico rostro del hombre, no siempre abocado a la violencia y a los aspectos más degradantes, con lo que su cine sería además un poco menos pesimista.