Los nuevos oráculos del cine (III): Lars von Trier y sus dramáticas visiones
Al terminar el pasado festival de Cannes, el crítico de cine Julio Rodriguez Chico, colaborador habitual de CinemaNet, publicó en su propio blog un análisis sobre «los nuevos oraculos del cine» que, por su interés, reproducimos.
Después de Haneke y Amenábar, completamos la trilogía sobre los oráculos de Cannes con las declaraciones del mayor de los visionarios del cine actual, Lars von Trier, autoproclamado en esos días como “el mejor cineasta del mundo”, humildad aparte. El danés presentó “Anticristo” y volvió a buscar desconcierto, provocación y escándalo entre el público… para no dejar a nadie indiferente e incrementar el grupo de admiradores y críticos a partes iguales. Todos sabemos de su espíritu juguetón y de su inteligencia para llamar la atención y promocionarse, de su capacidad para innovar y experimentar con la puesta en escena, de sus extravagancias artísticas e historias hiperdramáticas, y también de las dificultades para trabajar con él por su particular carácter. Igualmente son conocidas sus demoras e incertidumbres en los rodajes, su visceralidad y extremismo al tratar los temas, su irracionalidad y pasión desenfrenada para hablar del amor o su animadversión hacia lo americano. Ahora, después del “efecto Dogma”, del impactante musical “Bailar en la oscuridad”, de las metáforas brechtianas “Dogville” y “Manderlay”, o de la pretenciosa comedia “El jefe de todo esto”, nos ha llegado su enésima provocación.
Es una nueva tragedia sobre la vida, sobre la culpa de una madre por la muerte de su pequeño hijo, con escenas de un sexo duro que se pretende reparador y purificador, con horror y amargura en cada uno de los planos (se ha calificado como película de terror). Como en ocasiones anteriores, Lars von Trier rechaza cualquier explicación a los abundantes símbolos presentes y habla de ella como de una confesión de su propia depresión de hace un par de años: “No tengo que dar explicaciones a nadie, ni justificarme. Trabajo para mí mismo. No hago lo que hago para usted ni para la audiencia (…) He levantado la cortina para enseñar mis miedos. Fue una experiencia nueva para mí. No tenía ganas de hacer nada, todo me parecía sin importancia, trivial”. ¡Palabras de Lars von Trier!… o lo que es lo mismo, invitación a dudar de quien se ha puesto a la altura de Tarkovski y por encima de Bergman, de quien posee el ingenio para inventar cada vez una nueva manera de erigirse en centro de atención.
El danés es un tipo curioso, listo, astuto… y también ensimismado, engolado, artificioso… falso, en definitiva. Nada de lo que declara en sus ruedas de prensa hay que tomárselo muy en serio (nos lo dijo él mismo en “El jefe de todo esto”), pero siempre esconde una segunda intención entre la ironía y el sarcasmo, entre la crítica y la autocomplacencia. Tampoco conviene sumergirse demasiado en su universo extremo y en sus imágenes de increíble fuerza visual, porque su idea del mundo y de la vida es producto de una sombría y calenturienta imaginación, de unos temores patológicos donde la sempiterna culpa lo llena todo, de una radicalidad que asusta e inquieta: su cine encarna el caos, los enigmas y misterios de una mente que camina por otros circuitos, que vive en permanente estado de agitación y necesitado de purgación.
Sin embargo, en medio de lo imprevisible y de la extravagancia, de la contundencia y de la crudeza, se esconde una mirada inconformista y algunos valores interesantes: su voluntad de trascender y mantener despierta una conciencia que fácilmente se adocena, su capacidad para plasmar ideas universales de manera plástica y con imágenes imborrables, su apuesta por el amor –y a su reverso, el perdón– como única vía de escape a la injusticia y al materialismo, su facilidad para jugar con los medios y el público y… reírse de todos e incluso de sí mismo. Sin duda, el carácter visionario del personaje le convierten en objeto de filmación para una película en la que sería protagonista absoluto y donde nos haría partícipes de sus experiencias morales (que no tardará en llegar): habrá que andar con ojo y protegerse bien de sus dramáticas visiones.