[Guillermo Callejo – Colaborador de CinemaNet]
La risa es un recurso privilegiado, del que el cine supo aprovecharse desde sus orígenes. Aunque el cine más reciente tiende a una comicidad vulgar que, a la postre, causa hastío por repetitiva.
Una de las formas humanas más antiguas de esparcimiento es la risa. Las personas somos las únicas criaturas sobre la faz de la Tierra capaces de soltar una carcajada. También las únicas capaces de contagiarla. Y el cine supo aprovecharse de ello desde sus orígenes. Algunas veces buscaba la sonrisa del espectador como fin absoluto; otras la concebía simplemente como un medio. Pero siempre entendía y entiende que se trata de un recurso privilegiado, y quizá más profundo de lo que a primera vista pueda parecer.
La risa no siempre denota levedad de ánimo. Ni mucho menos. Sirve, por ejemplo, para reconsiderar el dramatismo de algunas situaciones que un espíritu subjetivo puede convertir en tragedias. También permite trivializar preocupaciones a las que habíamos concedido excesiva importancia. Otras veces, en cambio, reímos para no llorar: destensa, desahoga. Incluso nos libera. Lejos de ser algo fútil, la risa es en cambio necesaria; ayuda a trascender la realidad, y dice mucho de la ubicación del hombre respecto a lo que le rodea, porque puede relativizarlo.
No es casualidad que la gran mayoría de los grandes directores y artistas de la historia del cine hayan querido adentrarse -y no sólo en una ocasión a lo largo de su carrera, sino en varias- en el cine cómico. Con frecuencia, los mejores se dieron a conocer con obras ligeras y aparentemente vacuas que en realidad escondían ingenio y mucha vitalidad. Un simple repaso a las listas elaboradas por el American Film Institute confirma que un buen puñado de los mejores filmes lo conforman comedias y obras de humor.
Una de esas películas pioneras del cine cómico fue, cómo no, El maquinista de la general, a cargo del célebre Buster Keaton. Símbolo por excelencia del cine mudo, en este largometraje -además de las muchas situaciones hilarantes- se plantea la dualidad amor-trabajo, pues el personaje Keaton, Johnny Gray, deberá arriesgar su pellejo en la guerra de secesión para rescatar a su mujer y a su locomotora.
Otro actor ineludible en esta época fue el gran Charles Chaplin. Aunque no tardó en cosechar notables éxitos con sus papeles iniciales como Charlot, quizá sean El gran dictador y La quimera de oro sus dos joyas cinematográficas más preciadas. La primera supuso una inteligente reflexión acerca de la soledad y la búsqueda material de la felicidad, mientras que la segunda consistía en una fabulosa crítica del fascismo y de las tiranías
Por aquellos años brillaba asimismo un tipo de comedia menos comprometida, si bien no menos interesante. Me refiero a los hermanos Marx, quienes se encargaron de sacar a la luz largometrajes sumamente divertidos e inteligentes. Sopa de ganso, Una noche en la ópera y Un día en las carreras encabezan la lista por sus divertidos diálogos y personajes.
En una línea diferente se encontraba Howard Hawks. Este director tocó muchos géneros, desde luego, y dentro de la comedia dirigió filmes tan memorables como La fiera de mi niña o Luna nueva. Ambas encarnaban a la perfección los patrones de la screwball comedy, y ahondaban -a partir de historias un tanto rocambolescas- en las relaciones de pareja, en la pasión por el trabajo y en el complejo mundo de los sentimientos. Más tarde, Hawks volvería a la comedia con otros títulos alentadores: Los caballeros las prefieren rubias y Su juego favorito.
Frank Capra apostó en alguna ocasión por películas netamente cómicas, como es el caso de la divertidísima Arsénico por compasión o de la clásica Sucedió una noche, icono por antonomasia de la comedia americana. E incluso John Ford, a quien mucha gente atribuye una filmografía exclusivamente de westerns, tuvo a su cargo Barco a la deriva y La taberna del irlandés, filmes sencillos y de mucha diversión. Durante aquella época, en fin, quedó suficientemente claro que para hacer una comedia grata, e incluso chistosa, importaba ante todo el arte del director y la perfección del guión. Basta con fijarse, si no, en Los viajes de Sullivan, del inextinguible Preston Sturges, para constatarlo.
Si avanzamos unos pocos años y echamos un vistazo a los finales de los años cuarenta, a los cincuenta y a los sesenta, comprobaremos que el número de títulos cómicos se dispara. Y hay, así, figuras que ya forman parte del grupo de los grandes.
La pareja compuesta por Jerry Lewis y Dean Martin, por ejemplo, protagonizó casi una veintena de chistosas películas, a decir verdad un tanto repetitivas en su estructura y en el énfasis de las manías del dúo, pero en cualquier caso simpáticas, meritorias y de ritmo febril. Lewis emprendió su carrera en solitario en 1957, y enseguida cosechó éxitos y elogios por Delicado delincuente, ¡Qué me importa el dinero! y Lío en los grandes almacenes. Insisto en que no son guiones brillantes o imprevisibles, pero las historias sí presentan una cadencia ágil e interpretaciones a la altura.
Peter Sellers se encuadra en esta época. Sus papeles iniciales fueron dramáticos, y luego tuvo alguna intervención en comedias negras (véase El quinteto de la muerte), pero finalmente encontró su sitio dentro de la comedia simple. Stanley Kubrick lo dirigió en la hilarante Teléfono rojo: volamos hacia Moscú. Y ese mismo año estuvo a las órdenes del antológico Blake Edwards en La pantera rosa, con quien volvería a trabajar en otro desternillante clásico, El guateque, cuatro años después.
O si atendemos a las productos de Billy Wilder, comprobaremos que este genio de la comedia dirigió amenísimas películas durante más de tres décadas. A él pertenecen filmes de tanto renombre y tan deleitables como Bola de fuego, de la que fue guionista y autor de la historia, aunque no la llegó a dirigir (comedia romántica de particular encanto en que Gary Cooper y Barbara Stanwyck se lucen. Cuatro veces nominada a los Oscar), El crepúsculo de los dioses (el reparto principal, con William Holden y Gloria Swanson, es inmejorable. Obtuvo tres Oscar), Con faldas y a lo loco (inolvidables Tony Curtis, Jack Lemmon y Marilyn Monroe), El apartamento (de nuevo Jack Lemmon. Cinco Oscar, guión original y mejor película incluidos) y Un, dos, tres. En todas ellas -ya sea mediante personajes caricaturizados, diálogos sumamente irónicos, afirmaciones corrosivas, coincidencias increíbles…- subyacen críticas más o menos encendidas a la sociedad, a los propios estudios de Hollywood, al despilfarro, al relativismo moral, al sistema de la URSS, etc. Y Wilder logra su objetivo, porque hace reír al espectador y, simultáneamente, lo remueve por dentro. Gracias a esa ironía exquisitamente dosificada, la verdad reluce con todo su esplendor.
El gran cinéfilo Peter Bogdanovich, fervoroso admirador de Howard Hawks, ha tenido su merecida repercusión por algunas de las películas que ha dirigido. En una de sus primeras composiciones, ¿Qué me pasa doctor?, supo divertir a medio mundo exhibiendo los despistes de Ryan O’Neal y los desaguisados de Barbara Streisand. Y más tarde, con ¡Qué ruina de función!, recurrió a las artes de Michael Caine para demostrar a la gente que sí sabía reírse del teatro y que podía generar el caos absoluto sirviéndose de unos pocos protagonistas.
Hasta ahora me he centrado exclusivamente en el cine norteamericano. En realidad ha sido así porque aquí no se trata de consignar una relación interminable de nombres, sino de mencionar los más importantes a fin de ilustrar la tesis de que la comedia y el cine humorístico -en tanto que géneros cinematográficos- pueden resultar más eficaces incluso que un drama. En contra de lo que pueda creerse, detrás de los chistes, los gags y las paradojas que salen a escena se ocultan ideas valiosas y profundas que no conviene ignorar a la ligera.
En ese sentido, por supuesto que el cine que no es Hollywood también ha sabido ofrecer al público figuras emblemáticas y películas imperecederas. Pensemos en las peripecias de Cantinflas, que entre tanta algarabía defiende siempre, a fin de cuentas, al más necesitado; en los productos franceses, que van desde los protagonizados por actores como Louis de Funes, ese francés alocado e inquieto que siempre gesticula e imita desenfadadamente, hasta interesantes composiciones actuales -véase La cena de los idiotas, ¡Que te calles! o la reputada Bienvenidos al Norte-; en espléndidas obras italianas como Amarcord, de Fellini; o en algunos clásicos españoles, como Atraco a las tres (de José María Forqué) y Bienvenido Mister Marshall (de Luis García Berlanga).
La lista, no cabe duda, casi carece de fin. Porque hay artistas como Woody Allen que han dejado un legado muy vasto (he ahí Sueños de un seductor, Misterioso asesinato en Manhattan, Toma el dinero y corre o Granujas de medio pelo), y el cine de animación, a su vez, está plagado de incontables cintas jocosas y edificantes, ya sea con un ogro en Shrek o con un pez llamado Dory en Buscando a Nemo. Por no hablar de agradables y heterogéneas sorpresas como Un pez llamado Wanda, El gran Lebowski, Snatch, cerdos y diamantes, Airbag, Lars y una chica de verdad, Un cadáver a los postres o la delirante La vida de Brian.
Concluiré con una impresión personal. A mi modo de ver, el cine más reciente tiende a una comicidad vulgar que, a la postre, causa hastío por repetitiva. Y es que, desgraciadamente, sus supuestas bromas rara vez merecen el apelativo de «graciosas». Es como si los guionistas -los artífices de las historias jugosas y originales-, en lugar de emplear la sutileza humana para desconcertar, confundir y divertir ingeniosamente al espectador, apostaran directamente por un burdo cúmulo de malsonancias insulsas y frívolas que sólo satisfacen al público más epidérmico. Un punto de inflexión lo marcó, en mi opinión, la taquillera Algo pasa con Mary. En esa línea de histrionismos se sitúa asimismo Dos tontos muy tontos. Curiosamente, en ambas se hallan implicados los hermanos Farelly, Peter y Bobby. Los personajes interpretados por Leslie Nielsen, o los de Eddie Murphy y Adam Sandler -sin menospreciar sus dotes para la imitación y el divertimento-, se repiten incesantemente sin arrancar al espectador ni una sola reflexión productiva o edificante. ¿Será la hora de dar un nuevo giro?
Felicidades por el artículo, me lo he pasado muy bien leyéndolo y es que la comedia es uno de mis géneros favoritos. Estoy de acuerdo con tu reflexión final y espero que el cine vuelva a darnos buenas muestras de este género.