[Julio Rodríguez Chico – Colaborador de CinemaNet]
Ante la proximidad de una semana en que tradicionalmente se celebra la muerte y resurrección de Jesucristo, puede ser oportuno acercarse con el cine a esa circunstancia para tener los propios pasos/es de Semana Santa, adscritos a tantas “cofradías” como escuelas y épocas.
La temática religiosa, con la historia de la Pasión en primer término, siempre ha sido uno de los lugares más frecuentados por el cinematógrafo. No en vano, sus comienzos están ligados a esa voluntad de acercar esos hechos históricos al pueblo creyente en una labor catequética, y la misma figura de Jesucristo ha sido la representada con mayor frecuencia en la historia del cine —hasta 212 películas—, mientras que en torno a la realidad cristiana han surgido festivales como la primera Seminci de los años cincuenta o las actuales Semanas de Cine Espiritual que recorren nuestro país.
En la pantalla, auténticos artistas han ido dejando su impronta junto a escenas de la vida de Jesús, intentando volver a contar lo ya conocido por todos, sin buscar un suspense ante un final previsible, sin sorpresas en unos diálogos fijados de antemano. Con ese material como punto de partida, uno puede preguntarse ¿qué puede mover al cineasta a volver sobre un terreno tan trillado? ¿por qué directores de la talla de Carl Theodor Dreyer tenían como su proyecto más ambicioso y atractivo —que no pudo finalmente llevar a cabo— rodar una vida de Jesús? Da la impresión de que el tema se presenta siempre como un reto personal para el cineasta, que quiere profundizar y bucear un poco más en el alma de alguien que asume todo lo humano para llevarlo a la infinitud divina —esa es la creencia cristiana—, y donde pueda descubrir alguna riqueza más acerca de la propia identidad del hombre. No es pequeño el intento, ni tampoco la dificultad. Por eso, siempre se puede volver a contar “La historia más grande jamás contada”, que diría George Stevens.
Dentro de la enorme galería de posibilidades que la realidad y la historia nos ha mostrado, unos preferirán la fisicidad y realismo de Pier Paolo Pasolini en “El Evangelio según San Mateo”, otros el esteticismo del “Jesús de Nazareth” de Franco Zeffirelli, y otros la espectacularidad de Hollywood recogida por Nicholas Ray (“Rey de reyes”) o Cecil B. De Mille (“Los diez mandamientos”). Más recientemente, Mel Gibson sorprendió a todos con “La Pasión de Cristo”, construida en un difícil equilibrio entre el hiperrealismo de sus escenas y la profundidad de unas miradas que trasmitían verdadera vida interior. Sea como fuere, la Semana Santa —como la Navidad— ha sido siempre un momento adecuado para este cine religioso, y la Pasión su filón cinematográfico más importante. Sin duda, nuestra sociedad actual —secularizada, paganizada o laicista— tiene estos día sl aoportunidad de volver su mirada sobre ese cine, porque hablar de Jesucristo supone también hacerlo del hombre…, y eso no se pasa de moda a pesar de que algo de esa espiritualidad pueda diluirse y adopte formas no del todo canónicas.