[José Manuel López – Equipo de Cinemanet]
Sin el sustento de otras expresiones artísticas, el cine como arte hubiese alcanzado hace tiempo lo que David Mamet viene a denominar estado de reposo. Es decir, hubiese desaparecido ordenada e irremediablemente.
Semejante exploración artística hacia los diferentes artes resulta precisamente una de las razones por las que la mayor parte de los guiones cinematográficos llevados a la gran pantalla – y en última estancia fulgurantes éxitos en taquilla – son guiones adaptados. Las historias de las que se nutre el séptimo arte provienen del teatro, la música, el cómic, la pintura y de la literatura. De tal forma que, por ejemplo, a día de hoy casi todos los personajes populares literarios han pasado a la gran pantalla y en Estados Unidos la casi totalidad de plumas célebres han escrito para el cine, incluso premios Nobel como William Faulkner. Y es que la literatura siempre ha sido la fuente más recurrida a la hora de rastrear historias para su posterior adaptación cinematográfica. Teniendo en cuenta, además, que el cine abarca también terrenos literarios de no ficción, como las biografías, por lo que sus tentáculos abarcan más territorio si cabe en el abanico de posibilidades de adaptación. Y en este punto encontramos una lista con los diez personajes más representados en el cine: Sherlock Holmes (207 películas); Napoleón (196 películas); Drácula (152 películas); Jesucristo (152 películas); Frankenstein (116 películas); Tarzán (98 películas); Lenin (88 películas); Hitler (76 películas); El Zorro (70 películas); y Robin Hood (62 películas).
«Una adaptación literaria demasiado ligada al texto original será una película literaria antes que cinematográfica.« Truffaut.
La adaptación de historias provenientes de otros códigos artísticos se ha mantenido desde los inicios del mismo cinematógrafo, puesto que los primeros cineastas ya se apoyaban en tradiciones literarias: Griffith, en Norteamérica, y sus películas basadas en obras de teatro, novelas, relatos cortos, textos clásicos, e incluso en poemas; Meliés, en Europa, con su obra Viaje a la luna, cuya fuente fueron las novelas de Julio Verne y de H.G. Welles. Sin embargo, la feliz – que no siempre acertada – relación entre literatura y cine no siempre lo ha sido tanto. Entre 1920 y 1960 pueden encontrarse multitud de artículos contrarios a lo que denominaban la interferencia de un arte menor (el cine) hacia la literatura, en defensa de la palabra escrita – más duradera y estable – por encima de la representación audiovisual. Una opinión mantenida incluso entre numerosos teóricos del cine: las adaptaciones – llamadas híbridos – no terminaban de gustar a nadie.
Entonces, el cine, acorralado por teóricos y críticos, se defendió como expresión artística acumulativa de otras artes diferentes a la literatura: la palabra y la imagen son dos lenguajes diferentes. En todo esto, resultan especialmente ilustrativas e interesantes las reflexiones sobre la adaptación cinematográfica desde una perspectiva iconológica, llevadas a cabo por la doctora en Comunicación y profesora en la Universidad de Navarra, Marta Frago.
“La novela sólo puede considerarse materia prima para el cineasta.« Béla Balázs.
Las voces que anuncian una crisis de ideas o ausencia de contenidos audiovisuales de calidad a nivel mundial se escuchan cada vez más en el mismo seno de la industria. Una crisis de ideas que no ha surgido en esta época, sino que ha sido y es connatural a la experiencia humana y al propio medio. La escritura de buenos guiones originales siempre ha sido todo un reto, una dificultad enorme que supera a la misma que uno podría encontrarse a la hora de ponerse a escribir una novela. ¿Por qué? Escribir para cine – que no es lo mismo que escribir para televisión – requiere de unas dotes como escritor, pero también de las habilidades necesarias para transformar una historia en imágenes.
La escasez de (buenos) guiones originales ha dejado dos secuelas en la forma de hacer cine: la primera, el abuso de las sagas y remakes; y la segunda, una adaptación literaria masiva y cada vez más inmediata a la publicación del libro. Aún con todo, el camino del guionista a la hora de adaptar una obra literaria no es un camino de rosas. En el proceso de adaptación al medio cinematográfico – cuyo lenguaje visual elimina en gran medida la evocación–imaginación–interacción exigida a los lectores – encuentran los dos principales problemas: la extensión y la complejidad o profundidad de los personajes y situaciones. Aunque, en cierta medida, el escritor de cine parte con ventaja.
Por otra parte, en la época de lucha de audiencias en televisión, el cine – sus productos – también compite en terrenos cada vez más delimitados a lo estrictamente económico. Y la adaptación de best sellers resulta precisamente un negocio inmejorable desde el punto de vista comercial. El productor, una vez adquiridos los derechos de explotación – de los que el escritor asumirá una buena tajada por dejar su obra en manos de guionistas -, se asegura de antemano una buena porción de los dos ingredientes del éxito: publicidad y audiencia. Es por ello que Hollywood ha apostado por las adaptaciones de libros cuyos lectores han convertido en grandes éxitos y ha decidido dar vida a escenarios, lugares, personajes e historias que permanecían tan solo en la imaginación de esos lectores.
El resultado es una oleada de éxitos en taquilla durante esta última década:
2001: Harry Potter (J.K. Rowling); El señor de los anillos (J.R.R. Tolkien); Shrek (William Steig). 2002: El pianista (Wladyslow Szpilman); Minority Report (Philip K. Dick); The Bourne identity (Robert Ludlum). 2003: Mystic river (Dennis Lehane); Master and Commander (Patrick O’Brian); Big Fish (Daniel Wallace). 2004: Yo robot (Isaac Asimov); Hellboy (Mike Mignola). 2005: La guerra de los mundos (H.G. Wells); Las crónicas de Narnia (C.S. Lewis); Brokeback Mountain (Annie Proulx). 2006: El perfume (Patrick Suskind); Eragon (Christopher Paolini); El codigo Da Vinci (Dan Brown). 2007: No country for old men (Cormac McCartey); Soy leyenda (Richard Mathenson); El compás dorado (Philip Pullman). 2008: Crepúsculo (Stephanie Mayer); Las crónicas de Spriderwick (Holly Black); El curioso caso de Benjamin Button (F. Scott Fitzgerald). 2009: Up in the air (Walter Kirn); Slumdog Millionaire (Vikas Swarup); Desde mi cielo (Alice Sebold); Un sueño posible (Michael Lewis); Ángeles y demonios (Dan Brown); Invictus (John Carlin). 2010: Shutter Island (Dennis Lehane); Percy Jackson y el ladrón del trueno (Rick Riordan); Eat, pray, love (Elizabeth Gilbert); Charlie St. Cloud (Ben Sherwood).
Y en 2011 nos esperan títulos como: El hobbit, Tekken, Sherlock Holmes 2, Thor (cómic), una nueva de Batman, Conan, Hyperion (de Dan Simmons) y cientos de adaptaciones más.
Por último y como amante de las listas y clasificaciones que soy, he buscado las consideradas mejores adaptaciones literarias al cine. Y me encuentro sorpresas, como que la única película común en la mayoría de las listas es El Señor de los Anillos. DeCine21 la sitúa en segundo lugar por detrás de El velo pintado, y por encima de títulos como El gato pardo, Carta de una desconocida, La edad de la inocencia, Lo que queda del día, El gran Gatsby, Las crónicas de Narnia y L.A Confidetial.
El periódico inglés The Guardian, reunió hace tiempo a un grupo de expertos para que elaborasen una lista, y en su clasificación no coincide una sola película con la anterior: 1984, Alice in Wonderland, American Psycho, Breakfast at Tiffanys, Brighton Rock, Charlie and the Chocolate Factory, La naranja mecánica y Brokeback mountain.
Pero, la cosa no queda ahí, y es que en las listas elaboradas con cierto criterio profesional no coinciden apenas películas. Incluyen la recientes Shutter Island, Sherlock Holmes, Fantastic Mr Fox o The road. O como la versión argentina de la revista Rolling Stone que sitúa a la trilogía de Peter Jackson en primer lugar, seguida de El Padrino, Alicia en el país de las maravillas (la de dibujos animados…), Cuenta conmigo, Duro de matar, La cosa, Orgullo y prejuicio, Una mirada a la oscuridad, El almuerzo desnudo y, de nuevo, La naranja mecánica.
¿Qué sucede con los críticos? ¿Existe una ausencia de elementos comunes y objetivos a la hora de puntuar o es simplemente… negocio? Juzguen ustedes.
A fin de cuentas, toda idea se plasma primero en un papel, se lleve luego o no a la gran pantalla.
El conflicto de las listas cinematográficas tiene, en realidad, una analogía con las discusiones que surgen a la hora de jerarquizar también los mejores libros de la historia. En ese sentido, no es un problema exclusivo del cine, ¿no?
Gracias.