Título Original: Sin retorno. |
SINOPSIS
Un joven muere atropellado en un accidente de tráfico. El culpable huye sin dejar rastro. Ninguna prueba lo incrimina. Pero el padre del joven, apoyado por los medios de comunicación, exige encontrar al responsable y llevarlo a la cárcel. Una serie de acontecimientos fortuitos y una justicia contaminada por la opinión pública, ponen al hombre equivocado en el banquillo de los acusados. Envueltos en el entretejido del azar y las decisiones desesperadas, estos hombres deberán enfrentarse a la culpa, la responsabilidad y la necesidad íntima de redención, en una espiral que no tendrá retorno.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, COPE ]
Una noche, un joven (Agustín Vásquez) muere atropellado en Buenos Aires en un lamentable accidente de tráfico. Estuvieron implicados en los hechos un simpático ventrílocuo (Leonardo Sbaraglia) —felizmente casado y con una hija pequeña— y dos jóvenes universitarios (Martín Slipak y Felipe Villanueva), que venían de una fiesta. El culpable huye y elimina cualquier prueba que lo pueda incriminar. Apoyado por los medios de comunicación, el padre del joven atropellado (Federico Luppi), exige encontrar al responsable y llevarlo a la cárcel. Una serie de acontecimientos fortuitos y una justicia contaminada por la opinión pública ponen al hombre equivocado primero en el banquillo de los acusados y después en la cárcel. Pero también los demás actores del drama sufrirán las terribles consecuencias de esta espiral sin retorno de mentiras, irresponsabilidad y encubrimiento.
Después de trabajar durante años como ayudante de dirección de Marcelo Piñeyro, el argentino Miguel Cohan mostró muy buenas maneras en varios cortos. Ahora confirma su talento en Sin retorno, su primer largometraje, galardonado en la Seminci 2010 con la Espiga de oro a la mejor película —ex-aequo con Copia certificada—, el Premio Pilar Miró al mejor nuevo realizador y el Premio Fipresci a la mejor película, concedido por la crítica internacional.
Unos reconocimientos merecidos, pues la película goza de una solidez narrativa y dramática muy poco habitual en un novato. Su gran baza es un férreo guión, escueto y directo, que perfila con tiralíneas a los personajes y entrelaza muy bien sus diversos conflictos, apoyándose hábilmente en los recursos característicos de la intriga policiaca y el drama familiar. Y siempre, desde una profunda mirada moral de la naturaleza humana, muy certera en sus reflexiones sobre la fuerza de los lazos familiares —a veces, causantes de grandes injusticias—, las necesarias consecuencias en los demás de los propios actos, el peso de la culpa, el valor del arrepentimiento y la inutilidad de la venganza. También tienen entidad sus ponderadas críticas a la justicia, la política y los medios de comunicación.
Miguel Cohan presenta este magnífico material narrativo y dramático a través de una densa puesta en escena, más bien hiperrealista, pero que nunca explicita las situaciones melodramáticas o violentas, pues subraya sobre todo la violencia interna de las mismas, especialmente en su antológico desenlace. Este inteligente planteamiento refuerza las diversas intrigas de la historia, dota de auténtica emoción a numerosas secuencias y facilita el lucimiento del reparto, en el que destacan el joven Martín Slipak —que carga con un personaje muy complejo— y el casi siempre brillante Leonardo Sbaraglia, que hace creíble la fuerte transformación de su personaje tras una audaz elipsis de varios años. Queda así una pequeña gran película, en la que se aprecia una excelente labor de producción, a cargo de los mismos responsables de la oscarizada El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella.
[Juan Orellana. Pantalla 90]
Después de trabajar en innumerables películas con Marcelo Piñeyro, su ayudante de dirección Miguel Cohan afronta su primer largometraje como director y guionista, y lo hace triunfando en el último Festival de Valladolid.
La película nos cuenta lo que le ocurre a Federico cuando es acusado de un homicidio por equivocación. Mientras, el verdadero culpable, un joven llamado Matías, decide ocultar la verdad amparado por la complicidad de sus padres. Los medios de comunicación contribuyen a señalar a Federico como el autor del atropello y fuga que costó la vida a Pablo.
La película propone una inteligente reflexión sobre los límites de la justicia humana, y el valor de la responsabilidad y culpa personales. Aunque no es la primera vez que se aborda esta cuestión -recordemos Antes y después, de Barbet Schroeder-, lo cierto es que Miguel Cohan lo hace con mucha frescura, con un guión lleno de matices, y con una resolución interesante, realista y abierta. Además es muy oportuna la crítica que se hace de una justicia condicionada por la interferencia de los medios de comunicación.
Sin retorno está muy bien rodada e interpretada, y aunque es más bien un drama, mantiene una tensión y suspense propios del mejor thriller. Leonardo Sbaraglia y Federico Luppi hacen muy bien su trabajo, como es habitual, pero la sorpresa es el joven Martin Slipak, que encarna muy bien el peso de la conciencia. Sin duda una película que no sólo cuenta bien las cosas, sino que tiene cosas interesantes que contar.
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