El cine ha recogido en infinidad de ocasiones este desgarro que sufre el hombre en su íntima humanidad, y son numerosas las películas que reflejan ese grito estentóreo y dramático al sentirse agredidos por un entorno hostil, que muestran el alma rota del protagonista y que encogen al espectador sobre la butaca. Repasamos a continuación algunos ejemplos recientes de cómo el hombre grita porque el ambiente se ha hecho irrespirable y la injusticia amenaza gravemente su dignidad como persona.
[Julio Rodríguez Chico. La mirada de Ulises]
Si buscamos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española el significado de “grito”, encontraremos que una de sus acepciones hace alusión a la “manifestación vehemente de un sentimiento general”. Sería algo así como el último y fogoso intento por expresar una realidad interior cuando no se puede contener por más tiempo, o el esfuerzo por sacar de dentro algo que inunda y ahoga el alma ya sea como gozo o dolor. Además, al margen del sentimiento individual, se trataría también del reflejo de un estado social generalizado que se materializaría en esa manifestación, unas veces con carácter de protesta y reivindicación y otras de simple impotencia. El cine ha recogido en infinidad de ocasiones este desgarro que sufre el hombre en su íntima humanidad, y son numerosas las películas que reflejan ese grito estentóreo y dramático al sentirse agredidos por un entorno hostil, que muestran el alma rota del protagonista y que encogen al espectador sobre la butaca. Repasamos a continuación algunos ejemplos recientes de cómo el hombre grita porque el ambiente se ha hecho irrespirable y la injusticia amenaza gravemente su dignidad como persona.
Fotograma de la película Eleni de Theo Angelopoulos (2004)
Bajo esta perspectiva, sin duda la guerra se nos presenta como una de las mayores tragedias de una Humanidad que se destruye a sí misma. En ella se dan todo tipo de tropelías, abusos y humillaciones que desembocan con la muerte de alguien igual a nosotros, muchas veces ante la mirada atónita y desconsolada de los suyos. Nada es igual para quien ha vivido una guerra, y menos cuando la sufren individuos con vínculos estrechos entre sí y que dan intensidad a la tragedia… hasta ser necesario elevar un grito al cielo clamando paz y sensatez. Es el grito de Eleni, la madre de dos gemelos enfrentados por una irracional contienda en que el destino también hace de las suyas. El griego Theo Angelopoulos nos ha mostrado en “Eleni” (2004) la odisea que la niña del mismo nombre comienza a vivir cuando, muertos sus padres en Odessa a mano de los bolcheviques, regresa a Salónica junto a otros refugiados griegos. Allí será adoptada por Spyros y educada junto a Alexis, el hijo de éste, para una vez que ha enviudado… encapricharse de la joven y humillarla en lo más profundo de su ser al impedir su amor con Alexis y quitarle a sus hijos. Un camino de huida y de búsqueda sin rumbo se inicia entonces para la joven pareja hasta concluir, en plena guerra civil, con la escena en que la desconsolada madre sostiene a su hijo muerto como una auténtica “Dolorosa”, mientras lanza un grito desgarrador y la cámara asciende a lo alto clamando justicia y un plano en negro deja lugar al silencio.
El odio y la arrogancia, el egoísmo y la soledad han triunfado, y la humanidad ha sido vencida y mancillada. No se ha permitido que la historia de amor de la joven pareja llegara a buen puerto, porque la violencia estaba incubada en el propio hombre e impregnaba todo lo que tocaba. A modo de metáfora, Angelopoulos ha levantado una crónica de muerte mientras buscaba un rastro de compasión y sensatez por esas calles y muelles griegos. En el tratamiento de este drama humano, contrasta el uso de bellas y poéticas estampas con una realidad de sangre y violencia: las sábanas colgadas y manchadas de sangre mientras son zarandeadas por el viento, las barcas que coreográficamente surcan el río en un sepelio fúnebre o tras la inundación del pueblo, el puerto de mar con una decoración minimalista que acentúa el sentimiento de soledad y desazón… son preámbulos para ese trágico final en que el hermano ha matado a su hermano, y la madre llora y grita por un sinsentido llamado guerra.
Semejante ciclón bélico y destructivo de la dignidad humana pudimos verlo en la película “Hermanos (Brothers)”, tanto en la versión danesa de Susanne Bier del 2004 como en la americana de Jim Sherindam de 2009. Estamos ante una nueva historia de amor matrimonial y fraternal que se va al traste por una guerra que engendra división y rencor, escepticismo y violencia, y ante un nuevo enfrentamiento de quienes habían convivido desde el seno materno… metáfora de la gran familia humana divida contra sí misma. Con el mismo tono de tragedia y con la guerra de Afganistán como suceso catalizador, estamos escuchando permanentemente el grito sordo de la esposa y del hermano que siente la soledad de la pérdida, ya desde que ella recibe -sin palabras en la versión danesa- la noticia de la muerte de su marido, y también el dolor perturbador que tiene su prolongación y culmen en la tortura física y psicológica de Michael (Sam en la película de Sherindam) a manos de los guerrilleros afganos.
Fotograma de la película Hermanos de Jim Sherindam (2009)
Sometido al mayor de los tormentos y crueldades cuando se le pide que mate a su compañero con una vara de hierro… si quiere seguir viviendo, Michael estalla en gritos de angustia al sentir atropellada una dignidad que entonces cae a la mayor de las simas posibles: en un momento de locura e histeria, después de ser apuntado en la frente con una pistola por el afgano, estalla de rabia y descarga toda la tensión acumulada sobre el cuerpo de su compatriota, hasta el ensañamiento más atroz y salvaje. Difícilmente podrá ya restablecerse del peso de la culpa por tamaña acción, porque ha sufrido la máxima pérdida de humanidad posible, porque ha atentado contra sí mismo en la humanidad que compartía con la víctima… y a su vuelta a casa será irreconocible incluso para su mujer y sus hijas. El mundo de Michael ha cambiado porque él ha cambiado, porque vendió su dignidad para seguir vivo en una guerra en la que se ha alimentado de un odio que ahora traslada a la sociedad civil y familiar, porque volvió con la muerte y la culpa en la conciencia, embrutecido por la barbarie cometida y sin dejar que las aguas fluyeran y limpiaran tal vileza.