Una historia curiosa, conmovedora y divertida, con un tinte de denuncia social de las dificultades de regeneración de los jóvenes delincuentes. Los personajes de la historia resultan graciosos por sus carencias y debilidades, pero están descritos con ternura. La película encierra un canto a la solidaridad, al agradecimiento, a la familia, y transmite optimismo y gozo de vivir.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: The angels’ share. |
SINOPSIS
Robbie es un joven padre de familia de Glasgow que no logra escapar de su pasado delictivo. Se cruza en el camino de Rhino, Albert y la joven Mo cuando, como ellos, evita por poco la cárcel pero recibe una pena de trabajos sociales. Henri, el educador que les han asignado, se convierte entonces en su nuevo mentor y les inicia en secreto… ¡en el arte del whisky! Entre destilerías y sesiones de degustación, Robbie descubre que tiene un auténtico talento como catador, y rápidamente es capaz de identificar las cosechas más excepcionales, las más caras. Junto a sus tres compañeros, ¿se contentará Robbie con transformar este don en una estafa, una etapa más en su vida de delitos y violencia? ¿O en un futuro nuevo y lleno de promesas? Solo los ángeles lo saben
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CRÍTICAS
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
The angels’ share, el nuevo film de Ken Loach, uno de los cineastas británicos de mayor repercusión internacional, compitió en la Sección Oficial del pasado Festival de Cannes y obtuvo el Premio del Jurado. La película fue también seleccionada para ser presentada en el Festival de Cine de San Sebastián. Sin embargo, la crítica no ha llegado a ponerse de acuerdo y, mientras unos la aplauden con entusiasmo, otros la denigran tremendamente.
La acción transcurre en Glasgow, donde cuatro jóvenes, para evitar ir a la cárcel, son condenados a cumplir una serie de servicios sociales a las órdenes de un educador. Robbie, Rhino, Albert y la joven Mo y el bueno de Henri como mentor constituyen un grupo pintoresco que provoca las constantes risas del espectador.
Robbie, encarnado por Paul Bannigan, que se estrena en la pantalla como protagonista, es un joven de baja estatura, pero extremadamente violento, y con un pasado problemático. Cuando coge en brazos a su hijo recién nacido, se siente profundamente conmovido y decide que ese niño no llevará una vida tan miserable como la suya, marcada por los delitos. Se propone firmemente regenerarse y formar una auténtica familia con Leonie, su chica y el pequeño Lucke. Pero se va a encontrar con toda suerte de dificultades que hacen prácticamente imposible su reinserción en la sociedad y la posibilidad de llevar una vida familiar normal.
Junto a Henri, descubre que tiene un talento inesperado como catador de whisky. Ello le permite contemplar la posibilidad de organizar una estafa con sus compañeros, para poder, por fin, escapar de las presiones que lo oprimen e iniciar una nueva vida con su mujer y su hijo.
Es una historia curiosa, conmovedora y divertida, con un tinte de denuncia social de las dificultades de regeneración de los jóvenes delincuentes. Los personajes de la historia resultan graciosos por sus carencias y debilidades, pero están descritos con ternura. La película encierra un canto a la solidaridad, al agradecimiento, a la familia, y transmite optimismo y gozo de vivir.
Ahora bien, lo más interesante es la reflexión sobre el dilema ético que se desprende del plan de Robbie y sus tres amigos. Robar es tomar para sí lo perteneciente a otra persona, contra su voluntad. ¿Pero y si esa persona ni se entera ni sale perjudicada? ¿Y si, además, el fruto de lo robado es dedicado a un buen fin? ¿Si supone la salvación para algunas personas? El fin no justifica los medios, y los “medios” de Robbie constituyen un delito, por cuanto quebrantan la ley. Sin embargo…
El relativismo que estamos padeciendo nos insta a vivir como si el bien y el mal no existieran y cada hombre fuera dueño de decidir a su conveniencia la bondad o perversidad de actos y actitudes. Pero el rechazo de los valores, de un referente ético y de la propia conciencia acaba dejando al hombre sumido en un triste vacío existencial. Por tanto nos va mucho en saber clarificar situaciones como las de La parte de los ángeles.
[Jeronimo José Martín – COPE]
Cuando dejan a un lado su fatalismo marxista y fomentan su veta cómica y humanista, el director inglés Ken Loach y el guionista escocés Paul Laverty se convierten en dos de los cineastas europeos más interesantes. Lo demostraron en Buscando a Eric, y ahora lo confirman en La parte de los ángeles, su duodécima colaboración, digna ganadora del Gran Premio del Jurado en Cannes 2012.
La acción se desarrolla en el Glasgow actual. Robbie (Paul Bannigan) es un joven padre de familia, de carácter sanguíneo, que no logra escapar de su pasado delictivo y que es despreciado por la mafiosa familia de su cariñosa esposa Leonie (Siobhan Reilly). Hasta que su camino se cruza con los del colgado Rhino (William Ruane), el fronterizo Albert (Gary Maitland) y la joven cleptómana Mo (Jasmin Riggins), que, como Robbie, evitan por poco la cárcel pero son condenados a una pena de servicios comunitarios. Harry (John Henshaw), el comprensivo educador que les asignan, se convierte en su mentor y les inicia en secreto en el arte del whisky. Así, entre destilerías y sesiones de degustación, Robbie descubre su talento como catador, y organiza un plan para que los cuatro salgan definitivamente de su lastimosa existencia de delitos y violencia.
Como en todas las películas del tándem Loach-Laverty, el tono de La parte de los ángeles es malhablado, violento y puntualmente escatológico. Pero suavizan esos excesos con un luminoso acercamiento a la familia, la amistad, la solidaridad y la capacidad de redención del amor. Ciertamente, los protagonistas del filme comenten un delito leve, pero al que cabría aplicar la doctrina del estado de necesidad, sobre todo en las actuales circunstancias de grave crisis económica. En todo caso, Loach y Laverty aprovechan la singular situación para arrancar al espectador la sonrisa y la carcajada a través de unos personajes muy entrañables, e interpretados con desarmante veracidad. Componen el reparto varios excelentes actores veteranos —como John Henshaw y Roger Allam—, otros cuantos amateurs y algunos no actores, como el debutante Paul Brannigan, un hooligan —su cicatriz es real— convertido en padre responsable, y que después de este filme ha rodado con Scarlett Johansson Under the Skin, bajo las órdenes de Jonathan Glazer.
Laverty mima a los actores con unas réplicas y contrarreplicas muy divertidas, mientras Loach pone a su servicio una puesta en escena hiperrealista y casi documental, sencilla pero muy fresca y dotada de un agradable toque mágico. Queda así una grata comedia, de hondo contenido más social que político, y que gustará a un público amplio, también al que suele irritarse con los vociferantes panfletos ideológicos de esta singular pareja británica.
[Juan Orellana – Pantalla90]
El director británico Ken Loach, máximo representante del cine europeo de extrema izquierda junto al griego Costa-Gavras, recupera la mirada de sus mejores películas con La parte de los ángeles, premiada en los festivales internacionales de Cannes y San Sebastián. De la mano de su guionista habitual, Paul Laverty, nos brinda una historia humana de redención que deja de lado las veleidades marxistas que caracterizan gran parte de su filmografía. Sin embargo, Loach no abandona el terreno que le es más familiar y al que ha dado toda su vida, el del cine social comprometido: las vicisitudes de los más desfavorecidos, que luchan para salir adelante en la vida de la mejor forma posible. En este caso los protagonistas no son los parados, ni los obreros, ni los inmigrantes,… sino los delincuentes obligados a trabajos sociales en conmutación por su pena. El protagonista es Robbie (Paul Brannigan), un tipo pendenciero y de mala vida que desea reconducir su existencia al enterarse de que va a ser padre. Le acompañan Rhino, Albert y Mo, unos perdedores que también tratan de navegar hacia mejor puerto. El encargado judicial del grupo, Harry (John Henshaw) es como un padre para ellos, y especialmente para Robbie, al que va a ayudar mucho más allá de sus obligaciones legales.
La parte de los ángeles está atravesada de un cierto tono cómico, que se agradece, y que compensa la violencia de algunas imágenes y la dureza de determinadas situaciones. En realidad, el film es como una versión social y posmoderna de Los miserables: trata de un delincuente que, agradecido por las segundas oportunidades que en este caso Harry y Leonia, su novia, le dan, se jura a sí mismo no volver a hacer daño a nadie, y dar a su hijo y a Leonia una vida digna. Como el Jean Valjean de Victor Hugo, también a Robbie le van a perseguir quienes no quieren que su vida cambie y que ni siquiera están dispuestos a creer en ello.
La película ofrece una mirada muy positiva sobre la capacidad del ser humano de reconstruirse cuando se siente acogido, y cuando comprende que la vida le da más de lo que merece. Además propone la paternidad como camino de maduración. Se trata por tanto de una cinta en la que prevalece la esperanza de una redención posible, una película que exalta los vínculos profundos entre las personas y la responsabilidad de unos sobre otros.
El estilo cinematográfico del film es el clásico estilo de Ken Loach de toda la vida: su forma de encuadrar, su puesta en escena, su dirección de actores,… en un film absolutamente británico, pero también universal. Ojalá esta cinta suponga un carpetazo definitivo al cine de adoctrinamiento ideológico.
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