Película conmovedora que sobrecoge al espectador, plantea interrogantes sobre la capacidad de conversión del hombre y el dinamismo del amor para llegar a convertir a los hombres en auténticos héroes. Se muestra, de una manera tan magistral, a la vez, poética y bella, el rostro del mal y el horror de la guerra, pero también el ejemplo más heroico de valor y de entrega. Increíble, dura, bella y sobretodo, inolvidable.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: Jin líng shí san chai/The flowers of war |
SINOPSIS
En 1937, la ciudad de Nanking es el principal frente de la Guerra entre China y Japón. John Miller llega a una iglesia católica para preparar el entierro de un sacerdote. A su llegada, el joven norteamericano, que trata de aprovecharse de las necesidades de la guerra, se ve convertido en el único adulto entre un grupo de alumnas que viven escondidas en el convento. Poco después, buscarán refugio en la misma iglesia varias prostitutas de un burdel cercano. Cuando John se encuentra en la posición indeseada de protector de los dos grupos ante los horrores del ejército invasor japonés, descubre el significado del sacrificio y el honor.
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CRÍTICAS
[Mª Ángeles Almacellas – CinemaNet]
Nanking, 1937. La ciudad es el principal frente de la guerra entre China y Japón. John Miller, empleado de una funeraria, llega a una iglesia católica para preparar el entierro del párroco recientemente fallecido, pero se ve atrapado en medio de la toma de Nanking por el ejército japonés. El joven norteamericano, de moral dudosa y pocos escrúpulos, trata de aprovecharse de las circunstancias, sin otra preocupación que su propia supervivencia. En la iglesia vive un grupo de niñas, al cargo de un adolescente bondadoso.
Poco después, aparecen buscando refugio unas prostitutas de un burdel cercano. Tras una noche de borrachera, en un acto de mofa, John viste la sotana del sacerdote fallecido. Pero, al aparecer así vestido ante las niñas, comprueba sorprendido que éstas ven en él la figura paternal que las puede proteger. Inesperadamente, ante las terribles acciones del ejército japonés, el espanto de los intentos de violación que presencia, John asume realmente ese rol de protector del abigarrado colectivo de personas del que acaba sintiéndose responsable.
La película está inspirada en la novela de Yan Geling, «Las Trece Flores de la Guerra”, a su vez basada en los hechos reales de la masacre de Nanking, que supuso el asesinato y la violación de cientos de miles de personas. Pero, aunque el marco es la guerra, y Zhang Yimou no escatima ningún horror de las acciones bélicas o de la crueldad por parte de los soldados, los auténticos protagonistas son ese grupo de personas, es un película de personajes. En medio del miedo y del profundo sufrimiento, entre esos seres angustiados se van estableciendo lazos de humanidad y de comprensión del otro. Con unos rasgos simbólicos bellísimos –las cuerdas del instrumento de música ensangrentadas, los cristales de mil colores de la vidriera de la iglesia saltando bajo los disparos proyectando en medio de la destrucción y el pánico la luz multicolor de la esperanza– vamos percibiendo la transformación de los personajes, desde el egoísmo y la prevención, a la solidaridad que llega hasta el heroísmo y al amor “hasta el extremo”.
Yimou ha querido plasmar que, en las peores circunstancias, el impulso de salir de sí para ayudar a los otros puede llegar a tener más fuerza que el propio deseo de supervivencia y, por supuesto, más sentido. Él mismo ha afirmado: «No importa que guerras o desastres tengan lugar en la historia, lo que rodea esos momentos es la vida, el amor, la salvación y la humanidad. Espero que esas cosas se perciban en esta historia. Su lado humano era más importante para mí que el contexto de la masacre de Nanking. La naturaleza humana, el amor y el sacrificio: esos son los elementos verdaderamente eternos. La pregunta que perdura es cómo el espíritu humano puede crecer y desarrollarse incluso en tiempos de guerra”.
No obstante, hay que notar que esa posibilidad de crecimiento personal en medio de la depravación de la guerra, el sentido del honor y, en suma, la capacidad de amar hasta entregar la vida por el otro, se ha quedado limitada al bando chino, soldados y personajes en el entorno de la iglesia. Del lado nipón la película únicamente nos muestra brutalidad y crueldad sin límites. Sólo hay una escena en que puede parecer que los oficiales japoneses tienen algún tipo de sensibilidad, pero no tardamos en descubrir que esa actitud no era más que un ardid que encerraba la misma ferocidad de los salvajes asesinos y violadores.
El film también deja al espectador momentos de respiro provocándole una sonrisa, y hasta una tímida risa, como cuando el experto maquillador de cadáveres está ocupándose de cambiar el aspecto de las prostitutas, en una escena con un simbolismo estremecedor. Las prostitutas yacen, pero no para entregar su cuerpo a cambio de dinero, sino para ofrecer su persona por amor desinteresado.
La flores de la guerra, la más cara superproducción china de la historia, es una película espléndida, con una puesta en escena brillante y costosa, bellísima en su crudeza, pero, sobre todo, es una historia humana. Los actores, protagonistas y secundarios, son extraordinarios, marcan el dinamismo de la acción y son la expresión del sufrimiento y la dignidad. En medio del caos de furia y sangre que fue la ciudad de Nanking, Yimou nos muestra una historia intimista, en la que los sentimientos van evolucionando del egoísmo, el deseo carnal y la incredulidad, hasta actitudes de amor puro e incondicional, de acercamiento a la fe en una impresionante oración en silencio al pie de un altar en ruinas. Resulta ciertamente muy curioso, que, al final, esa historia de solidaridad, sacrificio y entrega por amor, llevada a la pantalla por un artista chino como Zhang Yimou, esté iluminada por el símbolo de la cruz, en una iglesia cristiana.
Es una película conmovedora que sobrecoge al espectador, plantea interrogantes sobre la capacidad de conversión del hombre y el dinamismo del amor para llegar a convertir a los hombres en auténticos héroes.
[Marta Gª Outón – Colaboradora de CinemaNet]
Las flores de la guerra es una historia real que, en casi tres horas, nos resume el verdadero drama que es la guerra sin juzgar a las nacionalidades nipona y china, protagonistas del momento histórico que se representa. La crítica va dirigida a aquellos sujetos dueños de conductas de moralidad deformadas por la guerra –crueldades a inocentes, violaciones, un trato inhumano a personas…- y lo hace de una manera tan realista, que transforma el drama en terror, ya que el espectador se convierte también en víctima al contemplar momentos donde se ven violaciones de la dignidad humana.
El guión es una joya, ya que refleja con escenas de gran impacto visual, con silencios llenos de significado y con diálogos con gran fondo dramático y simbólico, lecciones de moral; y lo hace a través de la crítica o presentándonos un ejemplo modélico, ya que en una guerra uno encuentra posturas completamente radicales: acciones e individuos demoníacos o, por el contrario, ejemplos de heroicidad.
La historia de Las flores de la guerra es una adaptación de la novela de Yan Geling: Las tres mujeres de Nanking, que nos cuenta un suceso real que aconteció durante la ocupación nipona de China en la Segunda Guerra Mundial. Aquí, un americano (Christian Bale) llega a la ciudad sitiada para enterrar al cura de una iglesia donde están refugiadas unas niñas y donde, al poco tiempo, acaban ocultándose también unas prostitutas. Ante las deshumanizadas acciones de los invasores, John se responsabiliza del cuidado y la protección del grupo de mujeres y del niño que acompaña a las pupilas hasta que, en su papel sustituyendo al padre de la iglesia, encuentra el verdadero valor del sacrificio y la oportunidad de la redención.
Zang Yimou es uno de los directores referentes del cine internacional y uno de lo más importantes del cine oriental, no sólo por el tema de sus películas, que siempre son un ejemplo de moralidad y de exaltación a los valores más importantes (la libertad, el amor, el sacrificio…), sino porque además, su forma de hacer cine es una verdadera obra de arte. El año pasado nos presentó una preciosa historia que ha tenido una gran acogida en el público: Amor bajo el espino blanco, pero quizás son más conocidas sus películas bélicas, duras, pero con impactantes mensajes de fondo: Hero y La casa de las dagas voladoras.
Zhang Yimou tiene una peculiar maestría de convertir la fotografía en un poema visual. Cada imagen, cada toma, es llevada más allá del significado que percibimos a primera vista y se transforma en mensajes que se vinculan con el sentimiento de los personajes y con la sensación que el mismo espectador tiene en cada momento, lo que aporta un dramatismo muy potente que se hace más difícil de soportar.
El personaje de Christian Bale es la cumbre de la película, la representación más clara de la redención, un personaje que cumple literalmente la expresión: “el hábito hace al cura”, al pasar de ser un hombre egoísta a ser un modelo de entrega y sacrificio, un hombre de fe, capaz de darse a sí mismo para recuperar a los demás, en un momento donde el papel del héroe parece haber caído abatido con los primeros disparos de la guerra. El actor, como siempre, grande en su interpretación, regresa a China, aquel lugar donde realizó la película que lo convertiría en uno de los mejores actores del cine actual: El imperio del sol.
El papel de la niña protagonista, en cambio, resulta ser la verdadera flor de la guerra, el icono de la inocencia, el rostro de la víctima que sufre ante lo que ve pero que reniega a abandonar la esperanza, donde se ve reflejada la importancia del perdón. No obstante, también cabe elogiar el personaje del pequeño que se responsabiliza de las niñas, Tianyuan Huang, menos importante pero quizás uno de los más impresionantes por su ejemplo de coraje y sacrificio El contraste entre las niñas puras, limpias de toda maldad, de todo pecado, de ojos libres de todo mal, frente a las prostitutas, resulta fascinante, principal arco donde se nos muestra cómo es el mundo: un mundo de contrastes donde, sin embargo, es posible encontrar la posibilidad de ver al otro como un igual sin tener en cuenta lo pasado, sino las acciones últimas que lo identifican verdaderamente como individuo dispuesto a darse a los demás.
Desde La lista de Schindler, no se había hecho una película de guerra que mostrase de tal modo, de una manera tan magistral y a la vez, poética y bella, el rostro del mal y el horror de la guerra, pero también el ejemplo más heroico de valor y de entrega. Increíble, dura, bella y sobretodo, inolvidable.
[Juan Orellana – COPE]
El director chino Zhang Yimou vuelve a exhibir su magistral oficio en una película de tema histórico, en la que combina la poesía de sus mejores cintas (¡Vivir!, Ni uno menos, El camino a casa, Amor bajo el espino blanco), con la aparatosidad digital de sus películas de artes marciales (Héroe, La casa de las dagas voladoras, La maldición de la flor dorada).
Nominada al Globo de Oro 2011 a la mejor película en habla no inglesa, Las flores de la guerra es la adaptación de una novela de Yan Geling titulada Las 13 mujeres de Nankín. El propio novelista y Liu Heng son los guionistas. A pesar de estar rodada en gran parte en inglés, es una producción china.
La historia comienza el 13 de diciembre de 1937, en plena guerra chino-japonesa, cuando el ejército imperial nipón ha tomado brutalmente la capital, Nankín. Una joven narradora Shu (Zhang Xinyi) va a conducirnos por una historia trágica de dimensiones épicas. El protagonista es un embalsamador americano, John Miller (Christian Bale), que trata de llegar entre bombas a la llamada catedral de Manchester, para enterrar al párroco y cobrar por su inhumación. Al llegar allí sólo quedan las 12 alumnas de un convento católico, de unos trece años de edad cada una, y George Chen (Huang Tianyuan), un jovencito huérfano asistente del párroco. El licencioso y borracho John decide a regañadientes proteger a esas chicas, ya que el Ejército japonés, comandado por el Coronel Hasegawa (Atsuro Watanabe), rodea el edificio, aunque por razones misteriosas no parece querer violentar a sus habitantes. La historia se complica cuando doce jóvenes prostitutas de un famoso burdel corren a refugiarse en la Catedral. John tiene que hacerse pasar por sacerdote para gestionar esa delicada situación, que tendrá un conmovedor y tremendo desenlace.
Lo primero que hay que advertir es que se trata de una película tremendamente dura, con situaciones muy fuertes, sin que ello signifique que Yimou pierda la elegancia que le caracteriza. Nos muestra los horrores de una guerra genocida, que ya vimos en películas como Ciudad de vida y muerte (Lu Chuan, 2009), una guerra en la que la violación de mujeres era una práctica muy extendida entre los soldados invasores. Se agradece que Yimou sea mucho más arriesgado al mostrar la violencia de las armas, y mucho más delicado con las violaciones, que nunca se filman explícitamente.
Las flores de la guerra es fundamentalmente una historia de redención. John se ve obligado a convertirse en “padre”, no sólo porque empiece a vestir sotana, sino porque las circunstancias le llevan a asumir un rol de paternidad: tiene que cuidar, proteger, dar esperanza, atender necesidades… y salvar a esas personas, incluso poniendo en peligro la propia vida. Además, muchos personajes tienen una historia dolorosa con su padre biológico: o le han perdido, o tuvieron con él una relación traumática. Esa paternidad sobrevenida le hace a John encontrar un sentido a su errática existencia, y le lleva incluso a recurrir al Padre con mayúsculas, con el que no tenía ninguna relación desde pequeño. La paternidad tiene otro referente interesante en el personaje del colaboracionista Sr. Meng (Kefan Cao), un padre incomprendido por su hija pero que sólo piensa en salvarla.
Otro elemento clave en la construcción dramática del filme es el sacrificio. Las prostitutas y John van comprendiendo que hay una posibilidad de redención en sus vidas, y que esta pasa por el sacrificio, un sacrificio que sirva para salvaguardar la poca inocencia que aún queda en aquel infierno. Todo el pecado de los personajes se va transformando en el altar del sacrificio, y lo que empieza como un abanico de mezquindad termina como un racimo de amor que brota a borbotones.
La simbología visual del filme, muy profusa como siempre en Yimou, tiene un referente privilegiado: todas las vidrieras y especialmente la vidriera del rosetón, que es como el ojo luminoso de Dios que lo ve todo. Una vidriera que une el mundo de la luz de la salvación con el tenebroso ámbito de la muerte y el horror. Los personajes que viven en la Catedral son los únicos que pueden verse bañados por esa Luz alegre que viene de lo alto. De hecho, el plano final tomado desde la vidriera polícroma del rosetón puede verse como una esperanzada metáfora del la entrada al Paraíso, el lugar de la Luz donde las cosas vuelven a ser bellas después de haber vencido a la muerte.
Musicalmente, la película es un prodigio. Yimou logra una hermosa simbiosis entre el gregoriano y la melodía china del violín oriental de Joshua Bell, entre la música sacra occidental y la partitura oriental de Qigang Chen. Tanto en la banda sonora como en la fotografía, Yimou consigue una armonía entre la estética cristiana y su tradición china, en la que se nota que él está especialmente cómodo, y para el espectador es un testimonio de belleza incardinada en una historia llena de odio y amor por partes iguales. Una obra monumental.
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