Una excelente puesta en escena para un guión con demasiado déjà vu. El irregular Giuseppe Tornatore escoge el mundo del arte como ambiente de una compleja historia de amor entre Virgil Oldman, subastador, y Claire, una joven agorafóbica que contrata sus servicios. La curiosidad desemboca en amor, en medio de la eterna duda: ¿se pueden fingir los sentimientos?
ESTRENO Título original: La migliore offerta. |
SINOPSIS
Virgil Oldman es un hombre solitario, un excéntrico experto en arte y agente de subastas, muy apreciado y conocido en todo el mundo. Su vida transcurre al margen de cualquier sentimiento afectivo hasta que conoce a una hermosa y misteriosa joven que le encarga tasar y vender las obras de arte heredadas de sus padres. La aparición de esta mujer, paciente de una extraña enfermedad psicológica que la mantiene aislada del mundo, transformará para siempre la vida de Virgil.
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CRÍTICAS
[Juan Orellana, COPE]
El mundo de las subastas siempre esconde posibilidades de intriga cinematográfica. La última película de Danny Boyle, “Trance”, se centra en ese mundo —y dicho sea de paso, tiene demasiados elementos comunes con esta cinta—, o recordemos la antológica escena de “Con la muerte en los talones”, de Alfred Hitchcock. El siciliano Giuseppe Tornatore monta una película de vocación internacional, rodada en inglés, con música de su compatriota Ennio Morricone, con el australiano Geoffrey Rush al frente del reparto y con la mítica familia De Laurentiis en la producción.
Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es uno de los más importantes agentes de subastas de Europa. Afincado en Italia, soltero y excéntrico, es un reputado experto en arte y sobre todo en pintura. Un día, recibe el encargo de tasar una importante villa, pero la dueña, la joven Claire (Sylvia Hoeks), nunca comparece en las citas. Detrás de este misterio que tiene desquiciado al perfeccionista Oldman, se esconde una manifestación muy aguda de la enfermedad de agorafobia, que padece Claire.
Tornatore no escatima referencias en esta historia escrita por él mismo. El amor místico de “Vértigo”, de Hitchcock; la magia de los retratos femeninos de “La mujer del cuadro”, de Fritz Lang; el romanticismo de los primeros autómatas de “La invención de Hugo”, de Martin Scorsese; y tantísimas historias cinematográficas y literarias de ilustres maduros solitarios que se enamoran de frágiles muchachas a las creen proteger y poseer. Pero es Hitchcock el que más resuena en los planos de esta película.
Este clasicismo es el hallazgo y el lastre de la película. Por un lado le garantiza la solvencia narrativa, la arquitectura del suspense, y los trillados pero eficaces resultados de entretenimiento. Pero, por otro lado, convierte la película en “una más”, sin pena ni gloria, sin deslumbramientos y, además, con un tratamiento muy morboso del sexo, que rompe ese clasicismo. Hecha esta acotación, hay que subrayar el trabajo extraordinario de Geoffrey Rush, el festival de arte y elegancia que nos ofrece el filme, y sobre todo el oficio de un veterano cineasta, con una carrera demasiado irregular a sus espaldas. El resumen podría ser: una excelente puesta en escena para un guión con demasiado déjà vu.
[Enrique Almaraz, Colaborador de CinemaNet]
Siempre es reconfortante una noticia como la del regreso a las carteleras del cineasta italiano Giuseppe Tornatore. Elevado rápidamente a las cimas de la creación fílmica gracias a esa declaración de amor a la cinefilia que es “Cinema Paradiso” (1988) — su primer trabajo en 35 mm y con el que ganó el Oscar a la Mejor Película Extranjera y un Globo de Oro —, vuelve en funciones de director y guionista con “La mejor oferta”, una historia intimista y muy elaborada donde el arte ejerce de ambiente y primer guía para ir abriendo camino a la verdadera esencia de la película, la exploración vital más importante de todas: el amor, en continua pugna interna con la verdad.
Virgil Oldman, el protagonista, respetado subastador de la casa que lleva su apellido, está muy bien considerado en la profesión, si bien incurre en ciertas irregularidades ocasionales durante las pujas junto a su cómplice Billy Whistler (Donald Sutherland) para incrementar su colección de retratos femeninos. Un día recibe la llamada de Claire, una joven que le encarga la tasación de su fortuna, heredada de sus difuntos padres. El contacto entre ambos, difícil y exclusivamente telefónico al principio, descubre la realidad de la chica, enferma de agorafobia que vive recluida en su casa totalmente aislada del mundo. De este modo, la relación contractual de ambos, inicialmente motivada por el trabajo y el dinero, deja paso a la curiosidad hasta desembocar en el amor, sensación nunca antes vivida por Virgil. El personaje central es una excelente composición de Geoffrey Rush, en su línea habitual: un hombre metódico, escrupulosamente organizado hasta la superstición, para quien todo cambia de manera inesperada. La influencia de Claire (gran trabajo de Sylvia Hoeks) le hace despojarse de elementos propios de su férrea coraza — tinte, guantes… — para mostrar una humanidad ignota incluso por sí mismo. Frente a la timidez y distancia, las únicas muestras anteriores eran la puesta en escena desde el micrófono o el contacto con sus cómplices en las trampas laborales. Mucho de impostación y de falsificación, el otro gran dilema de la película.
“La mejor oferta” construye poesía a partir de metáforas y simbolismos, con los engranajes como representación de la maquinaria sentimental, los cambios y el proceso del amor. Muestra de esta apertura amorosa se resume en una frase entre Virgil y uno de sus empleados, cuando el primero pregunta al segundo cómo es vivir con una mujer, a lo que éste responde — sílaba arriba, sílaba abajo, en la flexibilidad forzada e inducida, si es preciso, para esta ocasión al entrecomillado —: “Se parece mucho a este trabajo: nunca sabes si eres la mejor oferta”. La vida no es sino un camino de trabas que se deben atravesar en la búsqueda y formación de la identidad, un continuo crecimiento personal y aprendizaje donde las heridas son tan inevitables como imprescindibles y el dolor, mal que pese, puede llegar a ser la más amarga y mejor lección.
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