La gran familia española refleja claramente las luces y sombras de la comedia española y, en concreto, del cine de su director y guionista, el madrileño Daniel Sánchez Arévalo. La película consigue hacernos reír, y emociona con sus melodramáticos (y cómicos) personajes y diálogos (un tanto artificiosos). Sin embargo, impera en la película el relativismo moral, y la complacencia con la ideología de género, el permisivismo sexual y una caridad mal entendida.
ESTRENO Título: La gran familia española |
SINOPSIS
Una boda transcurre durante la final del mundial de fútbol de Sudáfrica. Ese día de catarsis colectiva, mientras España entera se paralizaba, una familia compuesta por cinco hermanos con nombres bíblicos -Adán, Benjamín, Caleb, Daniel y Efraín-, también se va a enfrentar al partido más importante de su vida. ¿Serán capaces de ganar? ¿Vale ganar de cualquier manera? ¿Se puede perder con dignidad? ¿Hay que jugar al ataque o es mejor defenderse y jugar al contragolpe? Y sobre todo… ¿A quién se le ocurre casarse durante la final de un mundial de fútbol… y en la que juega tu selección?
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
Nada más cumplir 18 años, Efraín (Patrick Criado) y Carla (Arancha Martí), novios desde la infancia, deciden casarse el 11 de julio de 2010 en la amplia finca del sexagenario padre de él (Héctor Colomé), que puso a sus cinco hijos nombres bíblicos como homenaje a Siete novias para siete hermanos (1954), de Stanley Donen, su película favorita hasta que su esposa se divorció de él, hace ahora ocho años. Allí se reunirán los cuatro hermanos de Efraín —el parado y depresivo Adán (Antonio de la Torre), el fronterizo Benjamín (Roberto Álamo), el médico solidario Caleb (Quim Gutiérrez) y el inseguro Daniel (Miquel Fernández)—, la gótica hermana de Carla, Mónica (Sandra Martín); la futbolera hija adolescente de Adán (Lucía Fuertes) —que duda si es lesbiana—, y Cris (Verónica Echegui), la actual novia de Daniel, que salió con Caleb hasta que éste la dejó cuando se marchó a África. Las heridas del corazón sangrarán durante el evento, marcado además por el avanzado embarazo de la novia, la posible asistencia de la madre de los cinco hermanos y, sobre todo, la accidental coincidencia del acto con la final del Campeonato Mundial de Fútbol de Sudáfrica, con España luchando con Holanda para obtener el título por primera vez en la historia.
Candidata a representar a España en el Oscar al mejor filme de habla no inglesa y en el Ariel mexicano a la mejor película iberoamericana, La gran familia española refleja claramente las luces y sombras de la comedia española y, en concreto, del cine de su director y guionista, el madrileño Daniel Sánchez Arévalo (AzulOscuroCasiNegro, Gordos, Primos). Como en sus anteriores filmes, Sánchez Arévalo logra una vistosa factura visual, un ágil ritmo narrativo y unas frescas interpretaciones, que van de menos a más, salvan con nota la condición coral de la historia y arrancan unas cuantas escenas brillantes, cómicas y dramáticas. Además, ilustra el relato con varias bellas baladas románticas del cantautor estadounidense Josh Rouse.
Sin embargo, resulta demasiado explícito su homenaje a Siete novias para siete hermanos, rompen el ritmo varios largos fundidos en negro y no funcionan unos cuantos golpes de humor, que decantan hacia la zafiedad tan desgraciadamente habitual en las comedias españolas. Esas groserías desvelan el principal defecto de la película: la superficialidad con que Sánchez Arévalo mira a sus personajes, heridos por el relativismo moral dominante en España y en la mayoría de los países occidentales.
Un relativismo hedonista e individualista, que el cineasta madrileño suaviza con algunos elogiables contrapuntos solidarios y entrañables —en torno a la importancia de los lazos familiares y de amistad, y al valor del arrepentimiento y el perdón—, pero que se muestra demasiado complaciente con la ideología de género, el permisivismo sexual y una caridad mal entendida, que considera amor casi cualquier cosa. Afortunadamente, Sánchez Arévalo no cae en el nihilismo de Michael Haneke en la sobrevalorada Amor, pero comparte con él unos cuantos de sus criticables planteamientos de fondo y se aleja de la sólida antropología que sustentaba a La gran familia y a La familia y uno más, las notables tragicomedias clásicas de Fernando Palacios, con las que también se ha comparado a La gran familia española.
[Decine21]
Las cosas no son como en las películas
Las familias no son exactamente como en las películas. Aunque sean musicales tan estupendos como el de Siete novias para siete hermanos. Sin embargo el patriarca de una familia sublimó tanto esa película, vista de joven, que quiso formar una familia numerosa a su imagen y semejanza, aunque se quedó en cinco hijos varones. Ahora el más pequeño, con apenas 18 años, va a ser el primero en casarse, siguiendo el idealismo paterno. La casualidad ha querido que la fecha elegida para la boda coincida con la final del Mundial de Fútbol de Sudáfrica, a la que ha llegado inesperadamente nada menos que España. El evento familiar servirá para encarar cuestiones soslayadas como por qué la madre dejó el padre, el paro y la depresión de Adán, la huida a África de Caleb, la cortedad mental de Benjamín, el complejo de inferioridad de Daniel o el autoengaño de Efraín.
Daniel Sánchez Arévalo, director y guionista, entrega con La gran familia española su cinta más conseguida. El cineasta se mueve en el resbaladizo terreno de juego del ingenio artificioso, pero hay que reconocerle su capacidad para el regate y el cambio de ritmo y tono; cuando es el momento entrega pasajes dramáticos y su particular reflexión sobre lo que es o no es la familia en la desorientada sociedad actual, o pasa al humor de buena ley o incluso al romanticismo puro y duro. Quien esperara por el título una especie de disección sobre la España contemporánea y sus ilusiones colectivas, tal vez quede algo defraudado, el Mundial es un atractivo telón de fondo para la narración, pero nada más. Sin embargo, sí sería un reflejo de cómo son algunas familias en las películas… del momento actual. Aunque no todo encaje como debiera, incoherencias que siempre cabe atribuir a las de una sociedad en crisis, donde la verdad, saber o no saber, no acaba de considerarse como algo que nos hace libres.
Ciertamente estamos ante un trabajo en equipo, todos los actores tienen su peso, sería difícil señalar a alguien como el principal. Y sus personajes son amables, se dejan querer; a pesar de sus miserias y sus confusiones, son buena gente. Antonio de la Torre sigue demostrando su capacidad camaleónica como el primogénito Adán, y deja muy buen sabor de boca Roberto Álamo, con su entrañable Benjamín.
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