Notable drama de ciencia-ficción, especialmente apropiado para el público juvenil, pero que gustará también a los adultos. La amenaza exterior de los insectores al planeta Tierra es el marco donde se plantean interesantes reflexiones sobre el crecimiento y la ética de actuación en el que la guerra es el más claro e impactante ejemplo de detonación para el mensaje a transmitir. No obstante, por momentos, la grandeza de sus efectos puede esconder la reflexión.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: Ender’s game. |
SINOPSIS
En un futuro cercano, una raza alienígena llamada los Insectores ha atacado la Tierra. De no ser por un héroe legendario, el Comandante de la Flota Internacional Mazer Rackham, todo se habría perdido. Preparándose para un próximo ataque que determinará el futuro de la Tierra y la salvación de la raza humana, el estricto Coronel Hyrum Graff y el Ejército Internacional entrenan sólo a los mejores jóvenes para encontrar al futuro Mazer. Entre estos jóvenes está Ender Wiggin, un chico tímido pero brillante estratega, reclutado para unirse a la élite en la Escuela de Batalla.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
En un futuro más o menos cercano, una poderosa raza alienígena llamada los Insectores ataca brutalmente la Tierra, provocando cientos de millones de muertos. Todo se habría perdido sin la temeraria actuación de ya legendario Mazer Rackham (Ben Kingsley), Comandante en Jefe de la Flota Internacional. En previsión de un próximo ataque de los Insectores, el Ejército Internacional estudia a fondo la experiencia de la anterior guerra, y llega a una sorprendente conclusión: los más eficaces combatientes de los Insectores son los niños. De modo que el estricto Coronel Hyrum Graff (Harrison Ford) y la cariñosa psicóloga Gwen Anderson (Viola Davis) buscan por todo el mundo a chicos y chicas que aúnen inteligencia, valentía, responsabilidad, autocontrol, capacidad para trabajar en equipo y dotes de mando. Así encuentra a Ender Wiggin (Asa Butterfield), un preadolescente muy listo, pero aparentemente frágil y tímido, que enseguida muestra su fuerte personalidad. Él podría ser el próximo Comandante en Jefe de la Flota Internacional, pero antes deberá pasar por la galáctica y exigente Escuela de Guerra, y por la exclusivísima Escuela de Alto Mando.
El actor, director y guionista sudafricano Gavin Hood (“Tsotsi”, “Expediente Anwar”, “X-Men orígenes. Lobezno”) adapta con brillantez el primer libro de la popular saga literaria juvenil, iniciada por el estadounidense Orson Scott Card en 1985. En su relato del proceso de maduración del joven protagonista, el guión mezcla elementos no demasiado originales. Pero acierta al dosificarlos con un ritmo progresivo —quizás algo acelerado en su desenlace— y, sobre todo, al dotarlos de una gran intensidad dramática y de una lúcida perspectiva moral, que captan el interés del espectador de principio a fin.
Así, el nítido aire militar de su arranque —elogioso de las virtudes básicas, como necesarias en cualquier líder— se va transformando en una certera crítica al belicismo en general y, en concreto, al excesivo recurso a las armas de la política exteriores de Estados Unidos y otros países occidentales, que tienden a no agotar ni de lejos los recursos pacíficos. De ahí que el propio Ender se recuerde a sí mismo —para meditarla— una frase que le escribe a su hermana Valentine: “Cuando conozco a mi enemigo lo suficientemente bien como para derrotarle, le quiero. Y entonces, cuando le quiero, le destruyo”.
Formalmente, Hood se luce en las espectaculares secuencias de entrenamientos y batallas, resueltas con un impactante empleo de los efectos estereostópicos, sobre todo de ingravidez. Pero no se queda nunca en los puros fuegos de artificio y cuida que todos los personajes desarrollen con claridad y vigor su respectivo arco psicológico. En este sentido, todo el reparto se toma muy en serio a sus personajes, tanto las estrellas —Harrison Ford, Ben Kingsley, Viola Davis…— como los jóvenes valores Asa Butterfield, Hailee Steinfeld y Abigail Breslin, que se consolidan entre los mejores actores de su generación. Queda así un más que notable drama de ciencia-ficción, especialmente apropiado para el público juvenil, pero que gustará también a los adultos. Y es más que probable que sea el inicio de una nueva franquicia de larga duración. Bienvenida sea.
[Enrique Almaraz, Colaborador de CinemaNet]
La valoración de la ciencia-ficción ha vivido, desde sus inicios cinematográficos, a caballo entre el alcance y profundidad de su mensaje y los aspectos formales y técnicos de cada película en cuestión. Al afrontar “El juego de Ender”, adaptación de la novela de Orson Scott Card escrita en 1985 —primera del cuarteto que forma “La saga de Ender”—, irremediablemente se recogen estas dos componentes en un equilibrio desigual y, por desgracia, absorbida la primera por la segunda.
Un reparto con veteranos de pocos minutos que incluye a Ben Kingsley y Viola Davis es encabezado por Harrison Ford, quien vuelve al espacio en el papel del coronel Hyrum Graff, más estático y apagado de lo habitual —la edad no es excusa: Ford se rige por un calendario distinto— cuya misión consiste en defender el planeta de una invasión extraterrestre, por desgracia bien conocida. El batallón de adolescentes superdotados con Ender (Asa Butterfield) al frente proporciona algunas, aunque poco originales, virtudes del crecimiento personal,la canalización de los defectos, el aprendizaje, el liderazgo y las relaciones personales en el trabajo en equipo. Al tiempo, se muestran las diversas situaciones que se dan en un mundo —exterior o interior, eso no importa— donde las normas ya están establecidas y el devenir de los comportamientos puede ser —de hecho, es— condicionado por instancias superiores hasta puntos de consecuencias cuya repercusión varía considerablemente según los puntos de vista.
El planteamiento ético de fondo merece ser tenido en cuenta, pues tampoco queda tan lejos en lo fundamental: la realidad, incluida la guerra, no es un juego. Los efectos especiales no andan a la zaga y permiten trasladarse a unos niveles visuales absolutamente impactantes, con una factura pocas veces alcanzada. Tal aluvión de prodigios informáticos que, lejos de rezumar ficción —gran aporte—, trasladan directamente al espacio, acaban cobrando demasiado peso en la película. Lo visual, tristemente, devora el legítimo y necesario planteamiento moral. La inverosimilitud toma cuerpo por culpa de la desproporcionada hipérbole de la denuncia, lo cual influye de manera desfavorable en el alcance y la importancia de su moraleja.
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