Película policíaca a la vieja usanza, mezcla de cine negro y western, donde diversas huidas de distintos orígenes y carices confluyen en medio de un contundente retrato de la violencia en los gélidos paisajes cercanos a la frontera entre Estados Unidos y Canadá. Logra mantener la atención del espectador y despliega una ágil puesta en escena. Por su parte, todos los actores dan la talla. Sin embargo es poco original en su guión y presenta un tratamiento sórdido y explícito de la violencia y el sexo. Una pena.
ESTRENO Título original: Deadfall. |
SINOPSIS
Los hermanos Addison y Liza se han dado a la fuga después de un golpe en un casino. Tras sufrir un accidente de coche, dejan tras de sí al conductor y a un agente de policía muertos y deciden separarse para llegar hasta la frontera canadiense en medio de una terrible tormenta de nieve. Mientras Addison emprende el camino campo a través sembrando el caos a su paso, Liza es recogida por un ex boxeador, Jay, que se dirige a celebrar la cena de Acción de Gracias a casa de sus padres, June y el sheriff jubilado Chet. Allí es donde los hermanos se reencontrarán, en una brusca y tensa confrontación que pondrá a prueba los vínculos de sangre.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
Mientras se hacía notar con “Los herederos” (1997) y las dos espeluznantes entregas de “Anatomía” (2000-2002), el cineasta vienés Stefan Ruzowitzky debutó en Hollywood con “All the Queen’s Men” (2001), no estrenada en España. A continuación, firmó en Europa la floja comedia infantil “Kika superbruja y el libro de hechizos” (2008), y ganó el Oscar 2008 al mejor filme en lengua no inglesa con la sobrevalorada “Los falsificadores”. Ahora retorna a Hollywood con “La huida”, thriller de acción con un argumento cercano al de las películas homónimas de Sam Peckinpah y Roger Donaldson, y que comparte con la primera su cóctel de western y cine negro, y con la segunda, un tratamiento muy crudo de la violencia y el sexo.
Los hermanos Addison (Eric Bana) y Liza (Olivia Wilde) roban una millonada en un casino del Norte de Estados Unidos, y se dan a la fuga en un coche conducido por otro compinche. Pero, durante su escapada en medio de una terrible tormenta de nieve, sufren un grave accidente, a consecuencia del cual muere el conductor y Addison asesina a un policía. Así que los hermanos deciden separarse para llegar por caminos distintos a la frontera con Canadá. Mientras Addison sigue campo a través, sembrando el caos a su paso, Liza es recogida por el problemático ex boxeador Jay (Charlie Hunnam), que se dirige a celebrar la cena de Acción de Gracias a casa de sus padres, June (Sissy Spacek) y el sheriff jubilado Chet (Kris Kristofferson).
El tenso guión del debutante Zach Dean resulta convencional, ya visto y superficial en su disección de las relaciones fraternales, paternofiliales y conyugales. Sin embargo, logra mantener la atención del espectador y permite a Ruzowitzky desplegar una ágil puesta en escena, que quiere parecerse a la de los hermanos Joel y Ethan Coen en “Fargo”, también en su aprovechamiento dramático de los bellos y agrestes parajes en que transcurre. Por su parte, todos los actores dan la talla, sobre los veteranos Sissy Spacek y Kris Kristofferson, que llenan de veracidad su composición de un matrimonio modélico y encantador. Ellos y la joven policía que interpreta Kate Mara protagonizan los mejores momentos de la película. En cualquier caso, esos esfuerzos no compensan del todo la escasa originalidad del guión, así como el ya citado tratamiento sórdido y explícito de la violencia y el sexo. Una pena.
[Enrique Almaraz, Colaborador de CinemaNet]
El mejor aroma del cine policíaco de antaño, en especial el de aquellas producciones de serie B de los años 40 y 50, se hace presente de la mano del realizador austríaco Stefan Ruzowitzky —ganador, con “Los falsificadores” (2007), del Oscar a la Mejor Película Extranjera— con una gélida ‘road movie’ donde varias historias de fatal destino se entrelazan con oficio. La inminente celebración del Día de Acción de Gracias —según el calendario y la tradición norteamericanos, el cuarto jueves de noviembre— es marco temporal donde se unirán los destinos de dos ramas huidoras: por un lado, los hermanos atracadores de un casino cuya fuga se salda de inicio con dos cadáveres —accidente y homicidio son las causas— y por otro, el de un ex boxeador recién salido de la cárcel cuyo designio parece destinado a los problemas.
Con una interpretación alabada, Eric Bana se mete en la piel de Addison, el jefe de los tres atracadores cuyo control de la violencia podría decirse que brilla por su ausencia. A partir del accidente quedan de manifiesto su proceder destructivo. El paso de los minutos revelará el porqué de ese comportamiento, los orígenes o la sobreprotección a su hermana Liza. Interesante el concepto de ángel salvador que lo sobrevuela en determinado momento de su huida en solitario. “No lo soy”, dice convencido, pero esto da pie a plantearse según quién, para quién y cuándo alguien puede ser considerado como tal sin que esa condición sea extrapolable, ni de lejos, a la totalidad del individuo. El personaje de Liza (Olivia Wilde), delincuente debutante en ligas mayores, tiene un lado bueno que poco a poco irá saliendo a flote: al principio utiliza a la gente; más tarde toma la postura contraria. Mención especial merece la extraña, enfermiza y hasta adictiva relación entre los hermanos de la que emerge una acuciante necesidad por parte de Liza de cortar unos lazos convertidos casi en cadenas para poder volar libre. Charlie Hunnam es Jay, el deportista fracasado que va a reunirse con sus padres, June (Sissy Spacek) y Chet (Kris Kristofferson) para tratar de recomponer la maltrecha y resquebrajada familia.
Del lado de la ley las situaciones tampoco son mucho mejores, algo de lo que puede dar fe la agente Hanna (Kate Mara), inmersa en una situación de enormes dimensiones para tratarse de un pequeño pueblo, en contra de su jefe y padre, el sheriff Marshall T. Becker (Treat Williams) y la oposición de todos sus compañeros, convencidos de moverse en un mundo de hombres. Las tres vertientes están muy bien entrelazadas en un crudo retrato de la violencia, la explícita y sobre todo, la latente, aquella que incluso sin estar amenaza con la sombra de su presencia. El logro de la última pasa por ser una de las mejores virtudes de la película. La pluralidad de las huidas —las dos mencionadas y alguna más que se da cita— lleva a preguntarse por qué el título figura en singular, más aún existiendo ya dos películas así llamadas, distintas a ésta y de historias coincidentes entre sí.
Al margen de un par de momentos de alto voltaje entre Liza y Jay —innecesarios más allá del lucimiento de la bella Olivia, pues la naturaleza de su personaje como una superviviente a cualquier precio ya estaba suficientemente clara—, gracias a su historia y al corte clásico de cada fotograma, “La huida” cuenta con buenos motivos para ser tenida en cuenta.
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