Cómo un inocente juego de niños puede desembocar en la mayor angustia para unos padres. Buenas interpretaciones y una gran ambientación sustentan una película en la que se echa en falta un punto más de emoción, pero que pone de manifiesto el buen momento del género en el cine español y argentino.
ESTRENO Título original: Séptimo. |
SINOPSIS
Como cada día, Sebastián recoge a sus hijos en el piso de su ex mujer. Como cada día juegan a “a ver quién llega antes”: ellos bajan por las escaleras, él en el ascensor, un divertimento que a su ex pareja no le gusta. Pero un día, mientras el padre llega al portal en primer lugar, como siempre, los niños esta vez no aparecen. Han desaparecido misteriosamente en el interior del edificio sin dejar rastro. A partir de ahí, comienza la búsqueda frenética de un padre y una madre por encontrar a sus hijos. ¿Dónde están? ¿Qué les ha ocurrido? ¿Por qué a ellos?
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín – COPE]
Mientras conduce su auto, el abogado bonaerense Sebastián Roberti (Ricardo Darín) despacha con su jefe sobre un caso de corrupción política, calma a su angustiada hermana —que le informa sobre las nuevas amenazas de su ex novio— y tontea con su secretaria, invocando su casi recuperada libertad, pues está en trámites de divorcio de su esposa española Delia (Belén Rueda). Como cada día, estaciona cerca de un antiguo edificio de la calle Brasil, donde vive su mujer con los dos pequeños hijos del matrimonio, Luna y Luca, que todavía confían en que sus padres se reconcilien. Como cada día, Delia se va a trabajar, y Sebastián se dispone a llevar a los niños al colegio. Y, también como cada día, padre e hijos juegan “a ver quién llega antes”: los niños bajan por las escaleras; él, en el ascensor. Un inocente divertimento que a Delia no le gusta.
Ese día, Sebastián llega el primero al piso de abajo, pero los niños no están. No están ni allí, ni en su casa, ni en ningún sitio. El miedo empieza a aflorar cuando una llamada telefónica le catapulta al horror: un misterioso secuestrador pone precio a la liberación de sus hijos. Sebastián deberá calmar a su jefe Marcelo Goldstein (Jorge D’Elía), lanzar a la acción a su colaborador El Rubio (Guillermo Arengo) y superar sus paranoias iniciales hacia el pasmado portero del edificio (Luis Ziembrowski), el seco Comisario Rosales (Osvaldo Santoro) y varios vecinos poco convencionales. Para, finalmente, asumir la fragilidad de su mundo y decidir hasta dónde está dispuesto a llegar para recuperarlo.
A pesar de su atmósfera agobiante, a esta coproducción hispano-argentina le falta un punto de emoción y le sobran algunas incoherencias y pistas falsas, generadas seguramente porque el director y guionista navarro Patxi Amezcua (“25 kilates”) se afana por alimentar la intriga a lo largo de todo el metraje. De todas formas, compensa esos leves defectos a través de una sólida puesta en escena, con fuertes ecos del estilo Hitchcock, pero sin demasiados efectismos visuales y en la que saca partido dramático al bello y luminoso edificio en el que transcurre casi toda la acción. Además, su cámara nunca se olvida de los personajes, y se esfuerza por captar sus más mínimos gestos para esbozar sus fuertes conflictos interiores.
En este sentido, Ricardo Darín vuelve a realizar una interpretación espléndida, confirmando sus amplísimos recursos en los numerosos primeros planos de su desesperado personaje. Por su parte, Belén Rueda se muestra convincente en su fría caracterización, los niños añaden frescura, inocencia y naturalidad, y los demás secundarios mantienen una incómoda ambigüedad. Todo esto — bien envuelto en la neutra fotografía del argentino Lucio Bonelli y la inquietante partitura del murciano Roque Baños— capta la atención del espectador y convierte “Séptimo” en un notable thriller psicológico, más dramático de lo habitual, y que consolida la buena salud del género en el reciente cine argentino y español.
[Joaquín Guitart, TAConline]
Un padre. Dos hijos. Un juego: ser el primero en alcanzar la calle desde el séptimo piso del edificio en el que viven. Sebastián, el padre, usando el ascensor; los niños, Luna y Luca, por las escaleras. Arranca la carrera: mientras el padre llega al portal en primer lugar, como siempre, esta vez los niños no aparecen. Han desaparecido misteriosamente en el interior del edificio sin dejar rastro. A partir de ahí, comienza la búsqueda frenética de un padre (Ricardo Darín) y una madre (Belén Rueda) por encontrar a sus hijos. ¿Dónde están? ¿Qué les ha ocurrido?
Segundo largometraje del pamplonés Patxi Amezcua, licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra y con estudios cursados como guionista cinematográfico en (UCLA) Universidad de California. En 2009 inició su carrera como director con 25 kilates, premiado en el Festival de Karlovy Vary.
Este nuevo intento de Amezcua, con la colaboración de Alejo Flah en el guión, logra nuestro interés en un principio. Unos magníficos planos de la ciudad de Buenos Aires, desde las alturas, nos sitúan en un barrio acomodado donde se desarrolla gran parte de la acción. Efectivamente, la madre, en período de separación matrimonial, vive con sus dos hijos. El padre les recoge todos los días… Pero el problema se inicia con el juego de “a ver quién llega primero a la planta baja, desde el séptimo piso”.
Desde aquel momento, debido a la débil motivación del tema, la cinta acusa cierta monotonía, pese a convertirse en un recital Darín. Como de costumbre, el actor nos obsequia con su excelente calidad interpretativa, un nuevo testimonio de su profesionalidad, ampliamente demostrada en tantas y tantas ocasiones, desde aquel recordado El hijo de la novia en el año 2001, hasta el enternecedor Un cuento chino del 2010.
La española Belén Rueda lidia, sin excesiva convicción, con un papel escasamente definido por un guión que, en determinados lances, carece de cierta credibilidad y lógica. En resumen, un nuevo Darín. Afortunadamente.
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