Del éxito económico al abismo, con la inmoralidad como guía en el camino, las peripecias verídicas de un joven corredor de bolsa se cuentan en este demoledor retrato del lado oscuro de Wall Street, una historia sobre la codicia que desemboca en una espiral de drogas, sexo y otros excesos. Ventajosa en la carrera hacia los Oscar, la quinta colaboración entre director y protagonista cuenta con un buen guión y admirable ritmo, pero en el afán por el desfase sin filtro está cargada de demasiada inmundicia explícita, sin la cual habría ganado en calidad y como reto.
ESTRENO Título original: The wolf of Wall Street. |
SINOPSIS
Empezando por el sueño americano hasta llegar a la codicia corporativa a finales de los 80, el joven corredor de bolsa Jordan Belfort pasa de las acciones especulativas y la honradez, al lanzamiento indiscriminado de empresas en bolsa y la corrupción. Su enorme éxito y fortuna cuando tenía poco más de veinte años como fundador de la agencia bursátil Belfort le valió el mote de “El lobo de Wall Street”.
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CRÍTICAS
[Enrique Almaraz, Colaborador de CinemaNet]
Una famosa frase de Quevedo dice que el dinero no cambia a un hombre, solamente lo descubre. Tal es el caso de Jordan Belfort, protagonista de esta historia basada en hechos reales a partir de un libro homónimo autobiográfico sobre la corrupción y la sordidez de Wall Street. Un joven ambicioso llega al corazón financiero de Manhattan y el resto del mundo con la esperanza de convertirse en un corredor de bolsa millonario. La repentina quiebra de la empresa para la que trabaja lo obliga a buscarse la vida en lugares más modestos sin perder ni por un instante su objetivo económico, aunque por ello tenga que mentir y estafar a quien se le ponga por delante. De hecho, tal práctica parece el único cauce posible para Jordan y sus compañeros y pronto experimentan un tremendo ascenso en sus ganancias al tiempo que pierden —si alguna vez lo tuvieron— todo lo realmente importante.
En esta quinta colaboración con su actual actor fetiche y siguiendo una narración simétrica a “Uno de los nuestros”, el director Martin Scorsese vive un momento de alabanzas nada nuevo en su carrera, con una película aclamada en la que deja buenas muestras de su inconfundible estilo: incluye voz en off, uso del aparte, manejo de multitudes y minorías con igual destreza, un superlativo protagonista (Leonardo DiCaprio) rodeado por una horda de estupendos secundarios y, sobre todo, contar, a partir de muchas, pequeñas y detalladas historias, la historia completa, algo que nadie sabe hacer como él. Gracias al ritmo, sus tres horas de metraje transcurren del tirón. Desgraciadamente, hay saturación de toda clase de desfases y mucha obscenidad innecesaria —las drogas se cuentan por sacos, las palabrotas por tomos, los desnudos por montones y las escenas de sexo explícito rozan la temida calificación de “no recomendada para menores de 17 años” en EE.UU.— para retratar esta despiadada y orgiástica jungla de corbatas, el juego de un grupo sin escrúpulos que sorteó y pisoteó las normas con el único objetivo de lucrarse a cualquier precio.
No es tanto la corrupción del sistema como la corrupción que de éste puede hacerse si se dispone de la inmoralidad necesaria. Evidentemente, la exposición de tanto desenfreno sirve de denuncia y nos advierte, sin subrayarlo, que debajo de tanto empacho material hay un gran vacío, una gran infelicidad. Por cada lujo en pantalla hay un enorme puñado de razones que desbaratan la tentación, o deberían hacerlo. Porque si no es así, ¡cuidado! Pero el bueno de Marty seguro disponía de otro tipo de recursos.
Lo mejor: bajo esa capa de excesos y sin necesidad alguna de rebuscar, “El lobo de Wall Street” cuenta con un sólido guión de Terence Winter, donde persisten la agilidad y el buen hacer del mejor Scorsese, elementos que dan como resultado una buena película. Lo peor: que su talento haya atajado por la citada y abominable capa para contárnosla.
[Jerónimo José Martín – COPE]
Dos años después de triunfar con “La invención de Hugo” —su fascinante aportación al 3D estereoscópico y su única película para todos los públicos—, el veterano cineasta neoyorquino Martin Scorsese retorna en “El lobo de Wall Street” a su agresivo y desencantado territorio habitual, por el que ha deambulado en películas como “Malas calles”, “Taxi Driver”, “Toro salvaje”, “El color del dinero”, “Uno de los nuestros”, “El cabo del miedo”, “Casino”, “Gangs of New York”, “El aviador”, “Infiltrados”, “Shutter Island”… Esta vez lo hace con un tono de comedia negrísima y desmelenada a partir de “The Wolf of Wall Street” y “Catching the Wolf of Wall Street”, los dos libros de memorias del también neoyorquino Jordan Belfort, un corredor de Bolsa judío que se hizo multimillonario a través de prácticas fraudulentas. Tras ganar diversos premios de la crítica estadounidense y el Globo de Oro al mejor actor de comedia o musical (Leonardo DiCaprio), la película opta a cuatro Premios BAFTA —mejor director, actor, guión adaptado y montaje— y a cinco Oscar: mejor película, director, actor, actor de reparto (Jonah Hill) y guión adaptado.
El guión de Terence Winter (“Los Soprano”, “Boardwalk Empire”) cede la narración al propio Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio), que relata su vida en primera persona, desde sus inicios como modesto broker de LF Rothschild, cuando todavía estaba felizmente casado con una sencilla peluquera. Sus decisivos encuentros con Mark Hanna (Matthew McConaughey) y Donnie Azoff (Jonah Hill) alientan su codicia, que le lleva a fundar en Long Island la firma Stratton Oakmonts, a través de la que estafó a miles de pequeños y grandes inversores con la venta fraudulenta de acciones de diversas empresas. De este modo, Belfort se convierte en multimillonario de la noche a la mañana, y cae en una vorágine de despilfarro, drogas de todo tipo, prostitución y excéntricos desmelenes, que contagia a sus socios y empleados. Pero su relación con el turbio banquero suizo Jean Jacques Saurel (Jean Dujardin) dará alas al agente especial Patrick Denham (Kyle Chandler), un incorruptible oficial del FBI que le investiga desde hace tiempo.
Scorsese no da tregua al espectador en ningún momento, y despliega una planificación fragmentada y frenética, entre operística y publicitaria, algo tarantiniana, muy bien sostenida por la sensacional banda sonora de Howard Shore —completada por una generosa selección de canciones—, la estridente fotografía de Rodrigo Prieto y, sobre todo, el antológico montaje de Thelma Schoonmaker. A pesar de tal borrachera audiovisual, Scorsese logra que la trama se siga con claridad y que brillen con luz propia las interpretaciones de todo el reparto, sobre todo la de Leonardo DiCaprio, que confirma su amplitud de registros y gestos en esta su quinta colaboración con el cineasta neoyorquino.
Sin embargo, el conjunto dejará un regusto decepcionante en todo aquel que exija a las películas algo más que simple excelencia formal. Por un lado, el metraje del filme —¡¡¡tres horas!!!— es a todas luces excesivo, pues Scorsese se regodea en la degradación moral de los personajes a través de superfiestas y bacanales que acaban resultando reiterativas y enfáticas. Además, resuelve esas escenas con un tratamiento del sexo enormemente zafio, explícito y morboso, hasta el punto de que enturbia el enfoque ético de la película, supuestamente crítico con el desenfreno hedonista de Belfort y sus compinches, y con el capitalismo salvaje e insolidario que practican. Finalmente, resulta molesto que se obvie el sufrimiento de las víctimas de Belfort, y se echa en falta un poco más de oxígeno y normalidad en la trama. Ciertamente, tienen vigor las contadas apariciones del honesto y mordaz Agente Denham —muy bien interpretado por Kyle Chandler—; pero resultan insuficientes frente a los agotadores excesos de los personajes principales, tan extremados que debilitan la credibilidad de la trama y llevan a los actores al borde del histrionismo y, a veces, más allá. En fin, que “El lobo de Wall Street” goza de un cuerpo apabullante, brillantísimo, memorable, pero animado por un alma pequeñita, pequeñita, de escasa humanidad.
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Me he quedado francamente preocupado tras ver «El lobo de Wall Street». No sólo por la triste apología de los excesos, el hedonismo y las malas prácticas que se hace en el film, sobretodo por ver como los chicos de 18-20 años ( la sala estaba llena de chicos de esa edad ) salían admirados, idolatrando a quien, en mi humilde opinión, hizo del fraude su estilo de vida y de los excesos, su única afición. Si eso es lo que queremos universalizar, estamos arreglados, luego hablaremos de valores… Película absolutamente prescindible, aun considerando la excelente interpretación de Di Caprio. Quizá porque esperaba más atención sobre el tema del fraude financiero y, sobretodo, porque esperaba que al final se diese a entender que aquello estaba mal ( cosa que no ocurre ) me fui tremendamente decepcionado. Suerte que iba con inmejorable compañía!