No es una película comercial, y tampoco puede ir uno con la pretensión de encontrarse acción desorbitante, pues a uno le puede dar la impresión de que carece de ritmo, sino que es una historia humana, solidaria con la realidad e importante para que la conozca el mundo entero.
Título original: The Monuments Men
País: Estados Unidos
Año: 2014
Dirección: George Clooney
Intérpretes: George Clooney, Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Jean Dujardin, Bob Balaban, Dimitri Leonidas, Hugh Bonneville
Guión: George Clooney y Grant Heslov; basado en el libro “The Monuments Men: Allied heroes, nazi thieves and the treatest treasure hunt in History”, de Robert M. Edsel y Bret Witter
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Phedon Papamichael
Distribuidora en cine: Hispano Foxfilm
Duración: 118 min.
Género: Comedia, Drama
Estreno en Estados Unidos: 7 de Febrero de 2014
Estreno en España: 21 de Febrero de 2014
SINOPSIS
Al final de la II Guerra Mundial, el delirio de Hitler de hacerse con Europa se hizo más latente cuando vio que su Imperio se derrumbaba y decidió destruir todas las obras de artes robadas tras su paso por Europa, a las que tenía intención de guardar en su museo: el Fuhrermuseum. Cuando en Agosto de 1943, los Aliados casi dañan la obra de Da Vinci de La Última Cena, Roosvelt decide enviar a los Monuments Men para rescatar la cultura occidental.
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CRÍTICAS
[Marta Gª Outón – Colaboradora de CinemaNet]
Al final de la II Guerra Mundial, el delirio de Hitler de hacerse con Europa se hizo más latente cuando vio que su Imperio se derrumbaba y decidió destruir todas las obras de artes robadas tras su paso por Europa, a las que tenía intención de guardar en su museo: el Fuhrermuseum. Cuando en Agosto de 1943, los Aliados casi dañan la obra de Da Vinci de La Última Cena, Roosvelt decide enviar a los Monuments Men para rescatar la cultura occidental. Los héroes en la II Guerra Mundial ya no son los soldados, sino unos anónimos historiadores que arriesgaron su vida para salvar el patrimonio de la Humanidad y cuyo esfuerzo y entrega han pasado desapercibidos a lo largo de la historia, rezagados sus logros a favor de otros éxitos; sin embargo, el resultado que se hubiera dado si estos hombres no se hubieran atrevido a introducirse en una Europa aún ocupada hubiera sido la pérdida de más de 1.000 años de historia (“para Hitler, robar el arte significaba apoderarse del alma de la sociedad europea”, nos cuenta el actor Matt Damon).
El rescate lo emprendieron ocho hombres (George Clooney, Matt Damon, Bill Murray, John Goodman, Jean Dujardin, Bob Balaban, Dimitri Leonidas, Hugh Bonneville), pero una mujer también ayudó en la heroicidad (Cate Blanchett), una francesa que tenía acceso a la lista de la ubicación secreta de las obras, entre las que Clooney destaca en su película dos: La Madonna de Brujas, realizada en mármol por Miguel Ángel, y el retablo La Adoración del Cordero Místico, por los hermanos Hubert y Jan Van Eyck, dos obras que recogen la esencia de occidente, su fe y uno de los artistas más memorables de la historia. La verdad es que, aunque nuestros protagonistas fueron respaldados por Roosvelt y Eisenhower, estos ocho hombres se encontraban solos enfrentándose a la mayor calamidad histórica, deteniendo la destrucción del arte y la cultura en un bando y en otro, sin contar con más ayuda que la de una mujer francesa y otros apoyos imprevistos.
Esta ambiciosa película, que mezcla un tono cómico y dramático, ha sido producida por la compañía de Clooney, Smokehouse Pictures, que invirtió en exitosos proyectos como Los idus de Marzo, Los hombres que miraban fijamente a las cabras o Argo. También él la ha dirigido y escrito (aunque su historia se ha apoyado en la novela basada en hechos reales de Robert M.Edsel y Bret Witter) y además está protagonizada por él mismo. Es el nuevo Ocean’s Eleven, con Clooney y Matt Damon a la cabeza, ésta vez al rescate de la memoria cultural de occidente. Sin embargo, lo que ha impulsado a Clooney a producir esta historia es el talentoso elenco de intérpretes que lo acompañan (un Bill Murray que se adueña de la pantalla y el oscarizado Jean Dujardin, al que uno se alegra de ver tras su éxito en The Artist) y que otorgan gran personalidad a los personajes. No obstante, tal y como expresa el director, “lo más importante era hacer justicia a los hombres y mujeres que arriesgaron su vida de una forma noble por salvar algo en lo que ellos creían”. Esta producción personal, entonces, significa una nueva reflexión sobre lo que significó la II Guerra Mundial, lejos de las ya repetidas historias del holocausto y del frente.
No es una película comercial, y tampoco puede ir uno con la pretensión de encontrarse acción desorbitante, pues a uno le puede dar la impresión de que carece de ritmo, sino que es una historia humana, solidaria con la realidad e importante para que la conozca el mundo entero; es un hecho histórico verídico no conocido, importante para la historia occidental y la cultura moderna, que expresa el compromiso de un director de cine con el arte, fundamento de la Humanidad.
[Sergi Grau – Colaborador de CinemaNet]
Quizá se ha malentendido, quizá la película articula demasiados resortes narrativos y estéticos claramente demodé, quizá realmente sus deficiencias le ganan el pulso a sus virtudes, quizá Grant Heslov y George Clooney han asumido más riesgos de lo que aparenta y los están pagando. El caso es que The Monuments Men ha recibido un soberano varapalo crítico –que recuerda, curiosamente, el que cultivó El buen alemán (2006), filme dirigido por Steven Soderbergh coprotagonizado por Clooney y Cate Blanchett, y que guardaba diversos nexos con el presente filme, relacionados no sólo con su concreta ubicación de contexto, sino en cuestiones de envoltorio formal–, probablemente el más sonado de la carrera como realizador de Clooney, de la que la película constituye su quinto eslabón. Quizá no hay para tanto, y probablemente, por encima de otro considerando, Monuments Men se erige en una obra coherente con el citado acervo filmográfico previo de Clooney, algo más evidente teniendo en cuenta las vías intencionales y alusivas de que en buena medida se raíla. Cosa distinta es la calidad cinematográfica, que ciertamente en el caso que nos ocupa es muy opinable.
La película, basada en una novela de Robert Edsel que dramatiza unos hechos reales, nos presenta a un selecto grupo de historiadores, directores de museos y expertos en arte, principalmente norteamericanos –aunque también hay un británico y un francés-, que, guiados por George Stout (Clooney), viajan al frente europeo en la Segunda Guerra Mundial con el objetivo de recuperar obras de arte robadas por los nazis durante la guerra. Semejante argumento, y el modo en que el contenido y temática hace balance con la fórmula visual escogida, emparientan la película, probablemente más que con ninguna otra de la filmografía del Clooney cineasta, con Buenas noches y buena suerte (Good Night & Good Luck, 2005). En ambos casos, un episodio del pasado es visitado con una aspiración última que trasciende la crónica histórica, reclamando una toma de conciencia del espectador no respecto de aquellos hechos narrados –en su segunda obra, algo bien recordado, la caza de brujas maccarthyista, aquí un episodio de la intrahistoria sacado de los anales de la 2ª GM– sino por reflejo abstracto y universalizante, que aquí nos habla (además siendo el propio Clooney quien, a través de su personaje, toma la voz cantante) del valor y respeto que merece algo que, según diversas teorías sociológicas, y por diversos motivos, cada vez parece más prescindible: el patrimonio cultural de los pueblos. Con Buenas noches y buena suerte la película comparte sobre todo una mirada idealizada en torno a quienes se alzan contra el poder (el presentador televisivo que allí encarnaba David Strathairn) o contra las circunstancias (los miembros de la compañía liderada por George Scout, que continuamente se encuentran con limitaciones operativas por razón de la poca prioridad que su misión tiene en el entramado y consignas de lo bélico), a quienes las películas contemplan en ambos casos como auténticos héroes en defensa de aspiraciones de libertad y democracia que van más allá de lo elemental; en Monuments Men, al respecto, esa visión heroica sui generis se enfatiza continuamente en el constructo de situaciones dramáticas y sus soluciones, con mención especial en el episodio protagonizado por el soldado británico encarnado por Hugh Bonneville.
Sucede, empero, que Buenas noches y buena suerte dista mucho de Monuments Men en cuanto a la codificación escogida, algo ya a priori esperable de un cineasta que en cada una de sus obras ha querido manipular esos códigos narrativos para evidenciar que precisamente son sólo eso, la fachada sobre la que trabajar unas determinadas intenciones, o, si lo prefieren, lo que damos en llamar “el tema”. En Buenas noches y buena suerte se trabajaba con una fotografía en contrastado blanco y negro y en espacios interiores para explorar desde lo minimalista en la superficie psicológica; en Monuments Men casi cabría hablar de una estrategia opuesta: Clooney y Grant Heslov (auténtico partner artístico, coproductor y coguionista con Clooney) mixturan de una manera dócil las maneras del relato bélico coral con elemento cómico, del tipo Los violentos de Kelly (Kelly’s Heroes, Brian G. Hutton, 1970), con ese suerte de subgénero protagonizado por actores ya cercanos al crepúsculo de sus carreras al estilo Space Cowboys (Id, 2001), ello condimentado con una sensación de clasicismo y oropel visual que remite a las excelentes ficciones televisivas producidas por Steven Spielberg y Tom Hanks sobre la Segunda Guerra Mundial [Hermanos de Sangre (Band of Brothers, 2001) y The Pacific (2010)].
Los referentes u opciones escogidas para hacer atractiva visualmente una historia son siempre desde todo punto respetables, por lo que a priori no habría nada que decir. Pero en los resultados se hace evidente que esas opciones traicionan a Clooney y a Heslov, quienes, a pesar de contrar con un formidable elenco técnico que asegura al filme un poderoso look visual (de todos los frentes del diseño de producción a la labor fotográfica), la película hace aguas en su progresión narrativa, y termina pecando de una absoluta falta de rigor, ora porque se orilla demasiado en lo anecdótico, ora porque se adentra de forma insuficiente en las subtramas de personajes que plantea, ora porque, sobre todas las cosas, Clooney y Heslov no son capaces de resolver la ecuación del tono. Monument Men termina valiendo tanto como algunas de sus imágenes poderosas, que las tiene, o secuencias aisladas donde el esmero tanto en la escritura como en lo escenográfico insuflan al invento algo más de vida que la que anida en la coda formulaica/teórica, caso de la secuencia que utiliza el fuera de campo para mostrar cómo un soldado es abatido mientras se escucha, en over, el recitado de la última carta que escribió, o aquella otra en la que un villancico cantado por la hija del personaje encarnado por Bill Murray suena en la base de campaña como si una pequeña porción del hogar pudiera viajar, en un momento o noche determinado –y navideño- al otro lado del mundo y la existencia. Dos secuencias, a poco de pensarlo, perfectamente incardinables en los lugares comunes del cine bélico, y que quizá sirven para sugerir que el filme hubiera sido mucho mejor si se hubiera dejado empapar más a fondo, más hasta sus últimas consecuencias, de esas enseñas del género. Quién sabe.
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