La Segunda Guerra Mundial es un período histórico aún lleno de posibilidades cinematográficas. Tal afirmación queda patente con este interesante drama bélico de tono clásico sobre la ocupación estadounidense de Japón, focalizada en las figuras del General MacArthur y el Emperador Hiroito. Su punto de vista no le impide mostrar el horror de los bombardeos ni la muerte de inocentes. De aquí, su mejor enseñanza: cuando se vence, no se trata de arrasar al vencido, sino de ayudarle a salir adelante sin que vuelvan a suceder los horrores del pasado.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: Emperor. |
SINOPSIS
1945. Tras la rendición japonesa a finales de la Segunda Guerra Mundial, el general Douglas MacArthur debe decidir si el emperador Hirohito debe ser condenado a muerte o no. La decisión que tome marcará el destino de una nación.
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CRÍTICAS
[Juan Orellana – Alfa y Omega]
Resurge el cine histórico sobre la Segunda Guerra Mundial. Y lo hace con historias muy poco tratadas hasta ahora por el séptimo arte. “Emperador” nos acerca a dos grandes figuras del siglo XX: el General Douglas MacArthur y el Emperador Hirohito. Una película que no defraudará a los amantes del género histórico.
Hace ya diez años que el realizador británico Peter Webber nos sorprendió con “La joven de la perla”, una adaptación de la novela histórica de Tracy Chevalier sobre el pintor Johannes Vermeer. Ahora vuelve a la adaptación histórica de la obra “La salvación de Su Majestad”, de Shiro Okamoto. Terminada la Segunda Guerra Mundial, el General MacArthur (Tommy Lee Jones) recibe el encargo de iniciar la reconstrucción de Japón, golpeado duramente por las bombas atómicas. Pero, como había ocurrido en Alemania, estaba pendiente la depuración de responsabilidades bélicas. Lo que había empezado como un ataque traicionero a los Estados Unidos en Pearl Harbor se había transformado en una cruenta guerra que asoló todo el Pacífico. Ahora los aliados querían juzgar por crímenes de guerra a los cabecillas de la ofensiva. Al igual que muchos de los líderes del Tercer Reich, varios altos cargos nipones optaron por la vía del suicidio. Pero la cuestión verdaderamente grave era qué hacer con el Emperador Hirohito (Takatarô Kataoka). Japón no se entendía sin su emperador, y una medida drástica contra él podía hacer inviable el proyecto de pacificación y reconstrucción del Imperio del Sol Naciente. Pero, por otro lado, el Emperador no podía irse de rositas siendo el máximo representante del Estado. MacArthur le encarga al General Bonner Fellers (Matthew Fox) que encuentre pruebas, si las hay, que permitan exculpar a Hiroito de la guerra, y salvarle por el bien del futuro de Japón. Este difícil cometido centra el argumento de esta interesante película bélico-política, que junto a “Monuments Men” demuestra que todavía la Segunda Guerra Mundial esconde inédita enjundia cinematográfica, cuando muchos creían que ya todo estaba contado.
Las pesquisas del general Fellers se ven entretejidas de una trama romántica en clave de ‘flashback’ en la que descubrimos los intereses ocultos que tiene el General en salvar la figura del Emperador Hirohito. Detrás está la presión de un MacArthur que necesita dar respuestas rápidamente al Presidente de los Estados Unidos. Todo ello tiene como telón de fondo el encuentro entre dos culturas de difícil maridaje. El pragmatismo y la inmediatez del hacer americano choca con la mística del Estado nipón, la devoción religiosa hacia el dios Emperador, y una sociedad basada en la obediencia ancestral y la poca transparencia. Fellers comprende que la justicia no es venganza, y que la justicia en la mentalidad oriental no es lo mismo que en la occidental.
Los contrapuntos de esta irresoluble bipolaridad están en los secundarios. El chófer de Fellers, Takahashi (Masayoshi Haneda), que trata de hacer, no sólo de traductor, sino de filtro cultural entre ambos mundos; y Aya Shimada (Eriko Hatsune), la mujer amada del general, que junto a su tío, el general Kajima (Toshiyuki Nishida), le permiten a Fellers entender un poco más la mentalidad japonesa.
El tono del filme es muy clásico, al estilo de “Monuments Men”, pero naturalmente sin el humor de aquella. Aunque se trata de una película muy proamericana, no se oculta el horror de los bombardeos que masacraron a tantos inocentes, ni las barbaries de Hiroshima y Nagasaki, con las que comienza el filme. Sin duda, lo mejor es el desenlace, a la mayor gloria de MacArthur, que sobre todo nos habla de política con letras mayúsculas. Cuando se vence, no se trata de arrasar al vencido, sino de ayudarle a salir adelante sin que vuelvan a suceder los horrores del pasado. Una notable película de entretenimiento para disfrutar en familia.
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