La última genialidad animada, que he tenido el placer de ver en cine es Inside Out (“Del revés”, el título español, me parece menos acertado). Inteligente, emotiva, certera, originalísima y, por supuesto, muy entretenida, y que me ha hecho (como cantan Los Secretos) volver a ser un niño.
[Pepe Álvarez de las Asturias – Colaborador de CinemaNet]
Volver a ser un niño
Hubo un tiempo, cuando éramos niños, en que nuestra mayor ilusión, el plan perfecto del fin de semana, era que nuestros padres nos llevaran al Cine (el cine era lo más, en una época de ocio limitado). Allí, sentados en la oscuridad, devorando con fruición nuestra bolsa de palomitas, nos dejábamos arrastrar por la magia en pantalla gigante (no existían aún los multiminicines), sin pensar más allá de disfrutar lo que veían nuestros ojos, escuchaban nuestros oídos y sentía nuestro corazón; en dejarnos llevar por la aventura en la que estábamos inmersos durante un par de horas… y unos días después, comentando la experiencia en el cole. En aquellas películas, recuerdo, los buenos eran los buenos y los malos eran los malos. Los buenos eran, además de muy buenos, guapos, simpáticos, ingeniosos y/o divertidos; los malos, además de muy malos, eran oscuros, antipáticos, crueles y siempre estaban cabreados… y si alguna vez se reían, era con carcajadas tan sumamente malévolas que daban todavía más miedo. Era buen cine, aquél; pensado para los niños. Y los niños, la verdad, disfrutábamos como locos.
Viendo ahora aquellas películas de Disney, cuarenta años después, pienso que nos hicieron bien. Eran otros tiempos, más sencillos, más simples tal vez; pero nos ayudaron a diferenciar claramente el bien del mal, lo que estaba bien de lo que estaba mal, lo que se debía hacer y lo que no (luego, cada cual era dueño de sus actos; pero también consciente de su responsabilidad). Con la edad, aprendemos que la vida no es sólo blanco y negro, sino que abarca el pantonero completo, y que la frontera entre el bien y el mal es a menudo difusa, al menos en apariencia.
Es una de las razones por las que me gustan las películas de dibujos animados de ahora. Porque están pensadas para nuestros hijos, sí, pero rebosan de guiños y reflexiones dirigidos expresamente a nosotros, los padres, que un día fuimos niños pero nos olvidamos de ello con demasiada insistencia. Las maravillas que crean Pixar o Dreamworks (las auténticas puntas de lanza) nos hacen disfrutar tanto o más que a nuestros hijos; nos enganchan con guiones más inteligentes que las llamadas películas “reales”; nos conmueven o nos hacen reír con diálogos y escenas que los niños a veces ni comprenden; nos despiertan recuerdos que creíamos anestesiados desde la adolescencia. Quién no ha llorado viendo los primeros minutos de Up, quién no se ha emocionado hasta la lágrima con la secuencia de Andy despidiéndose de sus muñecos en Toy Story 3 o quién no se ha partido de risa con la acidez transgresora y desmitificadora de Shreck, (la 1, que es la buena).
La última genialidad animada, en este caso de Pixar, que he tenido el placer de ver en cine es Inside Out (“Del revés”, el título español, me parece menos acertado). Inteligente, emotiva, certera, originalísima y, por supuesto, muy entretenida. Con un guión que ya quisieran el 90% de las películas llamadas serias; con unos personajes (los ‘internos’) esculpidos de manera magistral, con profundidad y riqueza; y con un análisis de lo que es el bullicioso, desconcertante y convulso cerebro adolescente –y los recuerdos, y la familia, y el miedo, y la duda, y la crisis, y el cambio, y la supervivencia y todas las emociones una tras otra- elaborado con una sencillez y acierto tales que hasta los adultos podemos entender. Porque Inside Out es una película de adultos tanto o más que de niños (en algunos de los golpes sólo se escuchaba la risa de los mayores), preñada de esos guiños y reflexiones que Pixar domina con absoluta genialidad, de esos con los que te identificas al instante, de esos que, piensas, “están escritos específicamente para mí; me han clavado, oye”. Algo que, sinceramente, se agradece. Porque el placer de ir al cine con tus hijos, como antaño hicieron nuestros padres con nosotros, se multiplica hasta el infinito y más allá.
Y es que películas como ésta (o como Up, Los Increíbles, Monstruos, S.A., Buscando a Nemo, Shreck, Kung Fu Panda, Gru, Megamind…) en el fondo no son sino un magnífico pretexto para (como cantan Los Secretos) volver a ser un niño.