A veces sucede, cuando vas al cine sin saber exactamente qué es lo que vas a ver, que se cruza en tu camino una de esas películas que te dejan una huella que no esperabas, te marcan de una manera especial; te obligan a pensar que, tal vez, lo que acabas de ver no es sólo cine. Es algo más. Mucho más. Little Boy es de esas películas.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Little boy |
SINOPSIS
Pepper Flint es un niño de 8 años que padece problemas de desarrollo en la California de los años 40. El pequeño debe afrontar a diario el acoso y las burlas de sus compañeros y vecinos. Pero lo peor está por llegar. El mundo de Little Boy se resquebraja cuando su padre es llamado al frente para luchar en la Segunda Guerra Mundial. Él mantiene la esperanza, pero todo se desvanece cuando le dan la noticia de que su padre ha sido capturado y hecho prisionero de guerra. Inspirado por sermón del pastor de la ciudad, Pepper cree que puede conseguir lo imposible: poner fin a esa guerra y traer a su padre de vuelta a casa, tan solo con la fe de su corazón.
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CRÍTICAS
[Pepe Álvarez de las Asturias. Colaborador de Cinemanet]
Lo que yo pensé al salir del Palafox la noche del preestreno es que Little Boy es una película predestinada a hacer el bien. Este es su ‘algo más’. Su ‘mucho más’. La magia empezó en el casting del niño protagonista, que requería alguien muy especial, entre otras razones porque lleva sobre sus hombros todo el peso de la película (de todas sus emociones). Cuenta el actor Eduardo Verástegui, entregado productor de esta historia, que tras ver a miles de aspirantes descubrió al fin una cara que atrajo su atención. Se acercó a ese niño, de nombre Jakob, y le invitó a realizar la prueba; pero Jakob no estaba allí por el papel, sólo acompañaba a su hermano, autista, a quien su madre solía presentar a los castings por mera terapia socializadora. Verástegui convenció a Jakob, y éste hizo la prueba. La bordó. El papel del pequeño Pepper Busbee era suyo. “Pero eso sería como traicionar a mi hermano”, protestó Jakob. Cuando descubrió que las lágrimas de su hermano no eran de rabia por el papel ‘robado’, sino de orgullo y agradecimiento, Jakob Salvati aceptó convertirse en little boy. De paso, el contrato salvó a su familia de un desahucio inminente. Otra maravillosa coincidencia. Es más, los productores decidieron contratar también al hermano de Jakob como doble. Así aseguraban algo más que el pago de la hipoteca de los Salvati. Es sólo una anécdota, pero da una pista del ambiente —un tanto capriano— que ha envuelto el rodaje de esta película mágica.
La historia de Little Boy tiene mucho de magia; y mucho de fe. Habla de creer en lo imposible, de sueños y deseos que se tienen que cumplir, sí o sí; de mover montañas con un grano de mostaza; de superar barreras infranqueables, como la xenofobia, como el odio, como el acoso escolar. Como la incomprensión. Y nos habla también de amor, del amor incondicional de un padre que sabe ponerse siempre a la altura de su hijo (en realidad, es lo que nos pide la película, que nos pongamos a la altura de little boy); del amor de un hermano mayor que acaba venciendo a su propio odio; del amor abnegado y valiente de una madre y del amor leal de una esposa que no sabe si es viuda. Y habla también de amistad, una relación que empieza torpemente entre el viejo Hashimoto y el pequeño Pepper y que acaba siendo un ejemplo de lo que debe ser una amistad de las buenas, sin condiciones. Sin fronteras ni trincheras (como la del viejo cascarrabias Walt Kowalsky y el joven invasor asiático Thao en Gran Torino).
Y, por supuesto, Little Boy habla de guerra. Porque la guerra, la Gran Guerra, aunque no está físicamente en el pequeño pueblo de los Busbee, lo empapa todo: de dolor, de pérdida, de rencor, de miedo. Aquí, lo mismo que en la imprescindible Conspiración de silencio que protagonizó (¡y cómo!) Spencer Tracy y dirigió magistralmente John Sturges en 1955, el enemigo está en casa. No importa que Joe Komaco fuera ciudadano estadounidense con todas las de la ley; lo mismo que Hashimoto; lo mismo que los miles de ciudadanos estadounidenses de origen japonés que fueron internados en campos de concentración tras el ataque a Pearl Harbor. A Komaco le costó la vida, linchado por la turba borracha en Black Rock, aunque su hijo —tan americano y tan japonés como su padre— hubiera salvado la vida a Macreedy (Spencer Tracy) durante la guerra y fuera merecedor de una medalla al valor. Hashimoto tiene más suerte, a pesar de la paliza cobarde y xenófoba que casi acaba con su vida.
Little Boy cuenta con un reparto de lo más solvente, tanto los veteranos Tom Wilkinson, Emily Watson, Ted Levine o Kevin James como los más jóvenes, con mención especial para el pequeño Jakob Salvati, en su sorprendentemente primer papel; el director, Alejandro Monteverde (Bella) maneja con habilidad humor y drama, magia y realidad; y la producción de 26 millones de dólares (recaudados en gran parte a través de pequeñas donaciones; muy capriano también) no desmerece en absoluto.
Pero lo que realmente hace de Little Boy una película importante, es que su mensaje, que cala hondo. Fe, esperanza, amor. Bondad. Humanidad. Un cuento de adultos contado —con humor y perspectiva— por un niño de ocho años que cree “que puede lograrlo”, sea lo que sea. Por ejemplo, que reflexionemos con profundidad; o que esta película necesaria tenga el éxito que merece. Si todos los que la hemos visto lo creemos, se hará realidad. Seguro.
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