Un tratado de la violencia plagado de excesos, de corrosiva moraleja, en la línea de su autor, que prioriza los elementos conocidos frente a la innovación y consigue correctos resultados y presumible éxito, cerca de su propia cima.
ESTRENO Título Original: The Hateful Eight |
SINOPSIS
En algún lugar de Wyoming, pocos años después de la Guerra Civil Norteamericana, ocho variopintos personajes (cazarrecompensas, un verdugo, un vaquero, un general confederado, un sheriff, etc.) se encuentran atrapados en un refugio en las montañas a causa de un gran temporal de nieve. Todos ellos deberán aguardar allí dentro a que amaine el temporal. La tensión no tardará en surgir…
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CRÍTICAS
[Enrique Almaraz. Colaborador de Cinemanet]
Superado con nota el primer acercamiento al género cinematográfico norteamericano por excelencia, el también excelente cineasta Quentin Tarantino regresa de forma consecutiva a ese hábitat con una historia de distinto corte en la que un heterogéneo grupo se ve confinado bajo el mismo techo durante una fuerte ventisca con un inevitable choque en ciernes. A priori más idónea en su naturaleza para el peculiar despliegue del autor, su octava película —así nos lo recuerdan los títulos de crédito— se exhibe en España en su versión corta (2 horas y 45 minutos) frente a la larga (3 horas y 7 minutos) que exige los beneficios tecnológicos de la proyección en 70 mm. Desde el primer al último instante, es imposible sentir indiferencia ante el duro espectáculo.
Esta nueva aventura pospone el habitual arranque de impacto sin que ello perjudique un ápice la estructura ni la identidad. Continúa la costumbre de la división en episodios y hasta el tercero de ellos se producen las detalladas presentaciones en una situación de tensa calma donde el convencimiento de un estallido inminente se palpa en el ambiente. Una vez el nudo entra en escena, ya no hay vuelta atrás. Nada bueno auguraban las heridas de la guerra aún abiertas, cazadores de recompensas contra violentos forajidos, odio para los odiosos, odio para los odiados… Mucho odio en varias direcciones, por diversos motivos, pero hay que reconocer que al menos Tarantino no trata de engañar a nadie. Conocido es su método minucioso, detallista, fruto de un ritmo creativo lento y capaz de lograr grandes éxitos en el mágico trasvase de su agitada mente plena de interesantes ideas a la demoledora cámara, un arma de fuego salvaje, de grueso calibre y rápido funcionamiento. Los resultados de esta eficaz máquina de reciclaje están a la vista de todos. Por su bagaje previo, repite con el director buena parte del reparto que ya compusiera su particular universo, nombres a los que cabe celebrar las incorporaciones del inusualmente rudo Kurt Russell o la patética Jennifer Jason Leigh.
Sin nociones previas, poco se puede objetar a los elementos manejados en la película; no obstante, un seguimiento —necesario desde el punto de vista de la curiosidad y la búsqueda de calidad— de la carrera de Tarantino conlleva echar de menos una mayor carga humorística y un superior número de ingeniosos y afilados diálogos frente a los contenidos en el film. La sorpresa desencadenante del nuevo giro es una variación de dos recursos empleados en “Malditos bastardos” y, aunque funciona, no evita la sensación haberla visto antes. La misma línea sigue la sangre, más molesta por su permanencia y consiguiente regodeo que por su abundancia, así como también sucede con cierto balazo capaz de trascender la pantalla con su agonía. El conjunto no decepciona, pero tampoco se puede decir que sorprenda. Se revela como un tratado de la violencia plagado de excesos, de corrosiva moraleja y capaz de sacudir y envolver cualquier estado de ánimo para sumergirlo en su infierno, tan sólo a un paso y medio, o a un paso, del sobresaliente.
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