Antonio Banderas es el principal reclamo de una película correcta en lo formal y mitad anuncio, mitad panfleto en el fondo, pero que cuenta con un puñado de puntos interesantes y con una fotografía del paisaje cántabro excepcional.
Título Original: Altamira |
SINOPSIS
Marcelino Sanz de Sautuola es un arqueólogo amateur cántabro que, junto a su hija de ocho años, María, descubrió en 1879 la cueva de Altamira, oculta hasta entonces tras unos setos y pasando inadvertida siglo tras siglo. Su descubrimiento le enfrentará por igual a la Iglesia y a la engreída comunidad científica liderada por el francés Carthailhac. Sautuola se embarca en una lucha por demostrar la veracidad de unas pinturas rupestres excepcionales, uno de los vestigios prehistóricos más importantes jamás encontrados.
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CRÍTICAS
[Guille Altarriba. Colaborador de Cinemanet]
El tema principal que articula “Altamira” a lo largo de todo el metraje es la insistencia en un conflicto latente y crónico entre la ciencia y la fe. La cerrazón de una Iglesia que aparece excesivamente caricaturizada en su defensa de la literalidad del Génesis se contrapone en la cinta de Hugh Hudson a una ciencia optimista e imparable encarnada en la ilusión del personaje de Banderas.
Dejando aparte la (in)fidelidad histórica de este ensañamiento con un episcopado oscurantista y villano (en los dos sentidos de la palabra) lo cierto es que este enfrentamiento entre razonamiento científico y fe ciega es el leit motiv de la película y define como enfrentamientos la mayoría de relaciones entre personajes (Sautuola vs. su mujer o los arqueólogos vs. el clero). El problema es que se ven las costuras, y la intención resulta tan evidente que se revela como un esquema maniqueo o un aro por el que hacer pasar los conflictos de la película.
En su tramo final (sin voluntad alguna de spoiler), la película aterriza en un punto intermedio y critica todos los dogmatismos. Una de las conclusiones extraídas de la cinta es la de que cualquier defensa de una postura ciega y cerrada a réplicas acaba resultando perniciosa y lleva a actuar mal: tanto el obispo con rostro de bulldog como el orgulloso Carthailhac son ejemplos de la misma actitud situados en extremos opuestos de este eje religión-ciencia.
Más allá del asedio a la Iglesia a través de esta visión sesgada (no me explayaré aquí sobre ciencia y fe, me remito a esta entrevista), “Altamira” despliega una serie de temas secundarios, a mi juicio más interesantes. Por un lado encontramos la invitación a mirar la realidad sin prejuicios y (en la línea de “Marte”) a apasionarse por la ciencia. En este sentido, la película de Hudson recrea muy bien el sentido de la maravilla inherente a todo descubrimiento: en palabras de Sautuola, “¿acaso saber cómo están hechas las cosas reduce el asombro que producen?”.
Un personaje destacable por lo que representa es el pintor Paul Ratier (Pierre Niney), que transmite otro tipo de reacción ante la maravilla. En su caso, Ratier se enamora de las pinturas de la cueva e invita a reflexionar sobre la relación del hombre y el arte, presente desde el inicio de la especie. Por último, “Altamira”, como se podía prever, tiene mucho de documental didáctico y de publirreportaje, de anuncio dramatizado para uno de los reclamos turísticos que esconde nuestro país.
Sobre el trabajo actoral, Antonio Banderas interpreta con solidez un papel muy agradecido, el de “el héroe”: el Sautuola de la película no tiene mancha, es un padre modelo y un científico apasionado. Un rol en la línea de lo esperado contrapuesto al otro arquetipo, el de su mujer (una recatada pero atractiva Golshifteh Farahani) que representa la “mujer de Iglesia”, enamorada de su marido pero fiel seguidora del clero. Un tratamiento de los personajes correcto pero que no va más allá, en definitiva.
A nivel cinematográfico, “Altamira” está bien rodada, con un trabajo de cámara correcto y algunos mecanismos de guion bastante previsibles. Lo que sobresale es la fotografía: gran trabajo el de José Luis Alcaine, quien sin embargo lo ha tenido fácil merced al carácter propio del bellísimo paisaje cántabro. Un marco sobresaliente para una película modesta, que plantea cuestiones interesantes pero se pierde en sus denodados esfuerzos por mostrar un conflicto que no tiene por qué serlo.
PD: Como último apunte, en su versión original la cinta está rodada en inglés y chirría sobremanera ver a españoles más castizos que la tortilla de patatas hablando con fluidez el idioma de Shakespeare (con acento del norte, sí, pero del norte de la península).
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