En CinemaNet hemos tenido la oportunidad de charlar con Philippe Faucon, director de la ganadora del César a Mejor Película «Fátima», sobre la vida oculta de los inmigrantes, los conflictos familiares y la caída de los prejuicios racistas. Os dejamos con la entrevista:
En «Fátima» se narra una historia tierna y dura a la vez pero narrada sin sentimentalismos. Philippe Faucon pone imágenes al poemario «Rezar a la luna» y realiza el retrato sincero de Fátima, una inmigrante marroquí que se parte el lomo trabajando en Francia de limpiadora para sacar a sus hijas adelante. En CinemaNet hemos tenido la oportunidad de charlar con él sobre vida, prejuicios y sensibilidad oculta. Os dejamos con la entrevista:
Fátima ha ganado tres César, incluyendo “Mejor Película”, a pesar de no ser una de las favoritas, ¿qué fibra crees que ha tocado para que le den este reconocimiento?
Claro, el César es el voto de 4.500 personas, no simplemente de diez. Es complicado decir por qué “Fátima” les ha llegado hondo. No era una de las favoritas, desde luego, pero por las reacciones que he recibido de los espectadores creo que es un film en el que encuentran cosas que les tocan. Más allá de las particularidades de los personajes, del choque cultural, hay una parte de la trama que toca a cualquier persona, y esto es lo que los jueces de los César han percibido como auténtico. La película tiene esta dimensión de realidad.
¿Qué es este “algo” universal?
Lo universal es el relato de este choque generacional, donde hay desde la complicidad entre madre e hija hasta el rechazo de los jóvenes a sus mayores. Lo que ocurre en “Fátima” es que el hecho de que las distintas generaciones hablan lenguajes distintos no es una metáfora sino que es real: la madre solo habla árabe y las hijas, francés.
En otra entrevista hablabas de que la película quiere reflejar “el bosque que crece”, pero a uno como espectador le puede parecer la historia de una mujer extraordinaria. ¿Cómo casa esta dicotomía?
Porque Fátima es un personaje que vive una vida sangrante, muy dura, pero que a la vez tiene esta heroicidad de lo cotidiano. Es decir, aunque no tenga una vida muy importante de puertas para afuera –es limpiadora-, tiene una gran resistencia: puede con todo. Y cuando llega la noche se pone a escribir en su lengua materna poemas que son lo que quisiera poder contar a sus hijas pero no puede debido a la diferencia lingüística. Pero a pesar de todo, y a pesar de trabajar como una mula horas y horas en un trabajo sin interés, nada puede con su fortaleza mental. Es un personaje que no puede bajar los brazos, porque de ella dependen los proyectos de sus hijas.
Choca que tengamos la impresión de Francia como un país más integrador pero luego aparecen cintas como esta parecen desmentir esta imagen…
Claro, porque a pesar de lo que parezca la sociedad francesa está crispada hoy en día: es una época muy difícil, y la sociedad entera está atravesada por una tensión y una aversión a los recién llegados. En Francia hay mucho desconocimiento y prejuicios hacia la gente de fuera, hay mucha separación entre nativos e inmigrantes. Lo que ha pasado es que hay espectadores que al ver el film han acabado reconociendo algo que les parecía muy lejano pero que es más cercano a ellos de lo que parece.
¿Por ejemplo?
Me acuerdo de cuando presenté “Fátima” en la isla de Córcega, una región sacudida por tensiones racistas. Se me acercó una mujer que había visto la película dos veces y me dijo: “¡Mi situación es exactamente la misma!”, porque tenía dos hijas, una corsa y la otra de origen magrebí.
Esta separación la vemos en el personaje de la mujer rica, que trata a Fátima como si fuera un robot.
Sí, y hay una escena muy significativa, que es esa en la que Fátima le cuenta que su hija ha empezado a estudiar Medicina. Para la mujer rica es muy difícil imaginar que la hija de su señora de la limpieza esté estudiando esa carrera, y le empieza a decir que son unos estudios muy difíciles y que incluso para los hijos de las familias de bien, con toda la ayuda que reciben de sus padres, es difícil aprobar. Y entonces Fátima le responde que aunque ella no tenga una carrera, también ayuda a su hija mayor: le hace la colada, le cocina… Y sitúa esta ayuda al mismo nivel que un empuje académico o el respaldo económico.
La película desmonta esta mirada despectiva y uno de los puntos fuerte es el poemario que escribe la protagonista, ¿cómo has logrado dar forma a esta aparente contradicción en la historia?
Inspirándome en la Fátima real –Fátima Elayoubi, la autora del libro de poemas “Rezar a la luna”- y en muchas otras mujeres en la misma situación, que desarrollan sus propios recursos en un país al que llegan sin saber la lengua, teniendo que hacer estos trabajos… Muchas veces quedan reducidas como estereotipo a señoras que no hacen más que fregar, quitar el polvo, lavar, pero justamente por eso tienen muchas veces este carácter rudo, orgulloso. Y puede parecen retrógadas, rígidas, autoritarias con sus hijos, pero al mismo tiempo guardan una fuerza interior muy grande.
Fuerza pero también sensibilidad, en el caso de esta Fátima…
La verdadera Fátima es una mujer -ya retirada porque tiene 70 años- que tiene una necesidad constante de pensar, de reflexionar, de expresarse. Y cuando le pregunté que por qué había empezado a escribir ese diario, me dijo que por dos motivos: primero para poder decirle a sus hijas todo lo que no podía de otra forma y segundo para romper el estereotipo que la sociedad en la que vive tiene sobre las mujeres inmigrantes. Para demostrar que no son trabajadoras ignorantes.
En la relación con sus hijas encontramos los dos polos opuestos: la hija agradecida y la hija rebotada, ¿son símbolos extremos?
En este caso era la situación de las hijas de la Fátima real, pero sí que encontramos a menudo que en las familias inmigrantes esta dicotomía entre éxito y fracaso: hay hijos en prisión y hay hijos abogados, por ejemplo. En la película, el caso de la hija pequeña es significativo, porque ve que a su madre la explotan y por eso se rebota y la llama “fregona” y demás. Es bastante normal que pase esto, pero en realidad vemos también –como en la conversación con su padre- que detrás de esta violencia hay una preocupación por su madre.
Y -ya por último- toda esta carga emocional la presentas en la película sin grandes estallidos dramáticos, ¿cómo te has mantenido en esta especie de cuerda floja?
Lo he logrado porque el personaje es así: Fátima es muy digna, muy seria. Lo último que hubiera querido ella es una película sensiblera y que hiciera llorar.