«El espejo de los otros» parte de una idea interesante: en un restaurante escondido en una catedral de Buenos Aires se celebran cada día excéntricas Últimas Cenas en las que los comensales arreglan cuentas pendientes. Sin embargo, la apuesta de Marcos Carnevale es pretenciosa y sustentada en lugares comunes.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: El espejo de los otros |
SINOPSIS
Nadie puede adivinar que en las ruinas de una antigua catedral gótica, tras una vieja puerta cubierta de grafiti, se encuentra el lujoso y conturbador restaurante «El cenáculo». Situado en Buenos Aires, el local solo tiene una mesa, y cada noche ofrece una única «última cena». A lo largo de la película, asistimos a cinco de éstas sucesivas: cinco historias de amor, odio, frustraciones, rencores y soledad. Entre los relatos, tres hermanos, traficantes de pastillas, que se reúnen con sus respectivas parejas; un viejo amante que ha convocado a su amada, cuya ausencia le resulta insoportable; un «ciego» que se ha citado con una desconocida o una anciana enferma terminal que ha abandonado el hospital con ayuda de una amiga para encontrarse con la mujer que fue el amor de su vida.
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CRÍTICAS
[María Ángeles Almacellas. Colaboradora de CinemaNet]
La vida humana concebida como un complicado e indescifrable laberinto de espejos tiene reminiscencias, o así quiere darlo a entender Marcos Carnevale, de Jorge Luis Borges. La estructura de «El espejo de los otros» es totalmente teatral, dado que toda la acción se desarrolla en el mismo escenario, la lujosa mesa en el marco simbólico de las ruinas de una catedral -decorada con vidrieras que representan, como no podía ser de otra forma, la Última Cena de Cristo- que fue espléndida años atrás.
Es una catedral que aparece como la vida de cualquier hombre, de la que, con el paso del tiempo, no quedan más que los cascotes de las ensoñaciones de la juventud, la nostalgia de lo que fue, el rencor por lo que pudo haber sido, el dolor de lo que no fue y aún un rescoldo de la vana ilusión de poder todavía encontrar un último aliento de sentido para el extravío de su existencia. Desde la cocina y el gabinete, los extraños dueños del extraño local miran y escuchan a los erráticos comensales y, de algún modo, se ven ellos mismos, con sus incertidumbres y sus miserias, en el espejo de los otros.
La propuesta del caleidoscopio, en el que se contemplan casi al mismo tiempo diversos personajes que constituyen otras tantas manifestaciones del ser humano, perdido en el laberinto sin encontrar la salida, podría haber sido interesante. Sin embargo los diálogos, pretenciosos y grandilocuentes, son poco profundos, hechos de lugares comunes. A pesar de que la película está bien hecha, con tintes poéticos no exentos de belleza, con un elenco que cumple francamente bien, al final acaba haciéndose larga, reiterativa y pesada.
Crítica cedida por la Fundación López Quintás
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