Bárbara Lennie ha sido la niña mágica de Carlos Vermut y una de las trece rosas. Ha sido una panda infiltrada en la troika -o una troika infiltrada en los panda- y una policía costera. Ahora se sacude los artificios para dar vida a una treintañera bastante perdida en la entrañable María (y los demás). Hasta San Sebastián nos fuimos para poder hacer esta entrevista con la actriz:
María es un personaje que se pasa la película inquieta, buscando algo…
Desde luego, el guion tenía mucho que ver con alguien en búsqueda. Alguien incómodo con su momento, descolocado y a contratiempo: yendo muy rápido y a la vez muy lento. A mí es lo que más me gustaba de la historia, poder retratar qué le pasa a esta mujer que a los treinta y pico aún no tiene la vida encarrilada, cuando se supone que es el momento en que nos dicen que lo hemos de tener todo claro.
¿Cómo ha sido el trabajo de construcción del personaje?
Ha sido un trabajo conjunto con Nely [Reguera, directora de la película], y queríamos perfilar un personaje no lineal, con varias capas. No queríamos que María necesariamente cayera bien de entrada: como público puedes no entenderla, o que te dé rabia.
En alguna entrevista has apuntado que rodar María (y los demás) ha sido un poco como tomar aire, ¿por qué?
Porque venía de Magical girl, y estaba ya impregnada del mundo de Bárbara, la protagonista de aquella película. Era mucho más oscuro, y poder embarcarme en un proyecto que tenía más que ver con lo cotidiano, con la vida de la Tierra, con lo frágil… Sí, me supuso una bocanada de aire fresco. Y también porque nunca había hecho una comedia: María (y los demás) no es una película de gags pero el tono sí que es de comedia, más ligero.
Un tono muy distinto al de la mayoría de películas que has hecho, desde luego…
Sí, y me ha encantado separarme un poco de los personajes más “heavilongos” que he hecho. Afronté el proyecto con muchas ganas: además es un tipo de cine que a mí como espectadora me gusta ver, reconocía en la historia mucho de mí, de mis amigas y de mi entorno.
En este sentido, hay algo de crónica generacional en la película.
Es cierto que, sin tener la intención de ser un retrato generacional, sí que es una película que muestra lo que nos pasa a muchos de mi generación: el desconcierto. Ya no hay un patrón tan claro de familia, ni de pareja, ni de mujer… Y María está en un momento vital en que se supone que todos estos elementos debería tenerlos definidos, y resulta que no. Y le echa la culpa a todo el mundo –a la enfermedad de su padre, entre otras cosas- pero lo que en realidad le pasa es que ha dejado de ser responsable de su propia vida. Y en eso sí que me parece que el de María es un caso muy reconocible.
Uno de los puntos que me han parecido más interesantes de María (y los demás) es la relación con Julián: él solo la quiere como follamiga pero ella busca algo más solido.
María quiere participar de lo que se supone que tiene que ser. En su fantasía ella tiene un novio con dos hijas: ya está, vida montada. Luego la realidad es otra, él no quiere eso… pero a mí esos puntos de la película me parecen de los más bonitos, porque a todos nos pasa eso de forzar situaciones que no son y en los que uno niega la realidad. Las expectativas sobre lo que quieres que ocurra son demasiado grandes como para ver la realidad como es. Y en eso María es hasta patética.
¿Su familia es el foco de los problemas de María?
Bueno, la familia es foco de casi todo: de lo bueno, de lo malo, de las psicopatologías… de todo. Aunque yo no diría que María tiene una patología particular, simplemente que tiene unas ensoñaciones en las que se refugia. Creo que lo bonito es ese momento vital en que te das cuenta que algunos roles de tu familia te dejan de funcionar, donde te gustaría empezar a cambiar cómo relacionarte con ellos, cambiar la imagen que tienen de ti y a la que supuestamente tienes que responder. La familia de María es espejo de lo que ella es, y ella a la vez intenta responder a ese reflejo, hasta que se siente atrapada. Ya no quiere responder, no sabe responder…
¿Responder a qué?
A todo lo que le produce este momento de transición en el que está. María era una de esas chicas que en el instituto escriben muy bien, que empiezan a ganar premios de literatura desde muy jóvenes y que al acabar esta etapa se plantean la escritura como profesión. Pero claro, en el caso de María, su vida se complica, su madre fallece, su padre se pone enfermo… y, aunque la escritura es lo que la vertebra, no puede escribir. Y por eso, [cuidado, SPOILER] cuando al final es capaz de presentar de forma madura su novela terminada –con lo que eso supone: tanto que le digan que está bien como que está mal-, supone para ella un acto de reivindicación de sí misma, de valentía y de libertad.
Yendo a los aspectos de detrás de la cámara, ¿has notado alguna diferencia al participar en la primera película de una directora?
Ha sido bonito sentir que eres parte de la gestación de la película. En el caso de Nely, ser novel no tenía tanto que ver con la inexperiencia como con la emoción de afrontar su primera película. Es una directora muy trabajadora, muy precisa, pero es cierto que antes de empezar a rodar tuvimos un tiempo de probar, de encontrar el tono preciso para el personaje de María, que se sitúa en una línea delicada, frágil. En este sentido he sido muy cómplice de Nely, y en esto es en lo único que he experimentado lo de novel.
¿Qué tal la relación con tus compañeros de rodaje?
Un trabajo estupendo, un gran acierto por parte de las chicas de cásting y de Nely. Apenas ensayamos una semana, pero fue suficiente para ponernos de acuerdo, y esa sinergia a veces ocurre y a veces no: en este caso sí ocurrió, y eso era fundamental para la película, que la familia fluyera. Rodamos durante cuatro semanas: son pocas para todo lo que teníamos que hacer, pero fueron muy placenteras.
¿Qué ha de tener un proyecto para que te llame la atención?
Me dejo llevar mucho por mi instinto, y –como lo primero que recibes es el guion- la historia tiene que tener algo que me despierte las ganas de afrontarlo. Siempre que hago algo me entrego con todo: no me gustan los trabajos alimenticios, los que dices “venga, lo hago porque lo tengo que hacer y ya”. Me gusta poder entregarme completamente, y tiene que haber algo que me parezca excitante.
Para acabar, una disyuntiva: tú que has trabajado en ambos medios, ¿teatro o cine?
Eso es como escoger entre papá y mamá, prefiero no elegir (risas). Eso sí, prefiero hacer una película a medio gas que una obra de teatro a medio gas, porque el escenario te exige una fisicidad y un desgaste que el cine no pide, o no a ese nivel. Ahora bien, para mí el oficio de actriz en sí tiene más que ver con estar encima de un escenario. Mientras en el cine tras tu trabajo entra un montador, en el teatro eres dueño de lo que haces al 100%, eres tú quien cuenta la historia. Y eso es alucinante.