Procuraré, cuando hable de una película, introducir los mínimos spoilers -adelantos de guión- necesarios, puesto que, al menos a mí, me gusta acudir al cine con las ideas claras pero la capacidad de sorpresa intacta.
La temática de la película es ya conocida: el racismo y, en concreto, el racismo en la ciudad de Los Ángeles. Pues bien, con este sencillo leit motiv, tratado además en multitud de producciones ya, Paul Haggis nos plantea la situación a modo coral, esto es, mediante el recurso a la narración de historias aparentemente independientes que, en algún momento de la trama, entran en contacto.
Es muy difícil encontrar una de estas películas en la que el nihilismo no aparezca como ese oscuro y desolador telón de fondo, y si bien en esta película no se hace referencia explícita a una visión trascendente de la vida, sí que me atrevería a asegurar que deja un saborcillo de esperanza que se agradece tanto como se añora en las actuales propuestas cinematográficas.
Veremos desfilar ante nosotros personajes que tienen casi a veces un pelín de estereotipo pero muchísimo de seres humanos. No es una película de buenos y malos, sino de personas con sentimientos, ambiciones, problemas, familias y conciencias, que juzgan y son juzgados, y que, en el fondo, buscan comprensión, respeto y cariño de los demás.
Conozco a chavales de diecimuchos o veintipocos años que han ido a verla y han salido realmente removidos. Es, por desgracia, inusual, encontrar películas que traten la condición humana como lo que realmente es, y éste es uno de esos casos aislados.
Ya me contaréis.
