[Miguel Angel García Olmo]
Las mil muertes de Hipatia es un ensayo de Miguel Ángel García Olmo, doctor en Antropología y licenciado en Filología Clásica y Derecho, que ha sido citado en La Razón y extractado en Alfa y Omega. En CinemaNet reproducimos bajo permiso el ensayo íntegro publicado por ForumLibertas
Uno de los más perdurables reflejos condicionados que el progresismo ha desarrollado tras buscar la confrontación con el potente estímulo cristiano, ha sido el de la canonización laica e incluso la confección de un martirologio propio, evidentemente de carácter profano.
No caracterizan, qué duda cabe, a estos procesos de glorificación secular el apego a la realidad histórica ni el compromiso con la verdad que, sin embargo, obligan a la Iglesia —ligada insolublemente por los mandatos evangélicos— a rodear de infinitas cautelas, pesquisas, trámites jurídicos y protocolos canónicos de años o siglos cada una de sus santificaciones.
Perfectamente consciente de ello y en plena coherencia con su entraña relativista, el laicismo en sus variadas presentaciones (librepensador, marxista, anarquista, cientifista, francmasón, socialista, feminista, bon vivant…) sólo ha buscado en la exaltación de figuras de las que luego se adueña propagar su ideología.
Propaganda y demagogia no son objetivos que se compaginen fácilmente con la expresión veraz de los mil y un matices que hermosean y dotan de profundidad al lienzo de una vida, máxime si ésta es singular; mas esto queda fuera de la consideración de aquéllos cuya Weltanschauung cabe toda en el titular de un suplemento dominical o en un muestrario de lemas de megáfono y ripio.
Cuando el progresismo fabrica un mártir, el bel morir petrarquiano pasa a anegar toda la vida de la víctima y hasta su misma muerte, rebanando y volviendo casi inaccesible al conocimiento general la histórica realidad de su existencia, que suele ser harto más interesante que el arquetipo preparado para el incienso.
Absorbidos por la vulgata mediática y las peroratas de la enseñanza oficial, muy pocos y con gran esfuerzo llegan a preguntarse, verbigracia, por la trastienda de la muerte del inofensivo García Lorca que tan absurdo oprobio arrojó sobre la causa franquista. Con mayor esfuerzo aún ni entenderían por qué Miguel Hernández subió un peldaño más hacia su triste fin el día en que soltó en el palacio de Zabálburu, sede durante la guerra de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, aquello suyo de “aquí hay mucha puta y mucho hijo de puta”.
Ni tal vez esos mismos alcancen a comprender, si no visitan sin prisas Florencia, que el hoy mártir supremo de la ciencia frente al oscurantismo católico lleva siglos descansando en su mausoleo al abrigo de una artística iglesia. Un gran desconocimiento se proyecta a sabiendas sobre las figuras en cuestión, llegando en casos como el del Che a ensalzar a completos villanos.
De esto último no cabe afligirse: allá cada cual con lo que luce en su camiseta y en qué gris cadena decide insertarse; pero cuando la que se anula o deforma es una personalidad rica tronchada en la plenitud de su vida la idealización interesada se asemeja a una nueva muerte.
Hipatia según los autores antiguos
Dicen los antiguos que entre los siglos IV y V de nuestra era vivió en la más culta y agitada metrópoli del Imperio oriental la hija del científico Teón. Éste fue un académico de cuando el emperador Teodosio I, integrado en el Museo de Alejandría y que ha merecido un hueco en la historia de la ciencia por sus comentarios a Euclides y a Tolomeo. Estaba imbuido de la religiosidad pagana, pues como los demás matemáticos alejandrinos cultivó también los saberes ocultos, el hermetismo y la adivinación.
El viejo lexicón bizantino Suda, bajo la voz “Thé?n”, enumera obras suyas de sugestivo título: Sobre las señales del cielo, la observación de las aves y el graznido de los cuervos, Sobre la salida del Can (constelación)…
Su hija Hipatia, en cambio, habiendo atendido con aprovechamiento a las enseñanzas de su progenitor hasta el punto de producir una obra personal de gran calidad científica, manifestaba desapego por los aspectos teúrgicos y cultuales de la gentilidad helénica, inclinándose en su lugar por la vivencia y la transmisión del platonismo. Y así se distinguió durante decenios entre sus conciudadanos de la gran urbe del Delta; cubierta con el tribon, austero hábito filosofal, recibía la veneración de sus discípulos y el respeto del resto de los griegos lo mismo paganos que bautizados, y su consejo era requerido incluso por las autoridades para la mejor gestión de los asuntos públicos.
Mas un infausto día de la Cuaresma de 415 en que Hipatia volvía a casa en su carruaje, fue sorprendida por una horda de cristianos iracundos quienes, tras arrastrarla al Caesareum de Alejandría y despojarla allí de su vestidura, la mataron con cascotes de teja (los inconformistas prefieren “afiladas conchas de moluscos”) y luego quemaron los restos de su cuerpo tras haberlo hecho pedazos. Debía de rondar entonces los sesenta años.
Hipatia según el mundo moderno
Los modernos, por su parte, exaltan a una Hipatia de la que afirman que también vivió y murió asesinada en la capital de los Ptolomeos y por las mismas fechas, pero bien podría ser otra enteramente ajena a aquélla de la que testimoniaron los antiguos. O tal vez su fantasma.
La Hipatia actual que decimos aparece como la bellísima directora de la Biblioteca alejandrina que encarna en su desafiante existencia los ideales de la autonomía científica, el progreso racional, la pervivencia de los saberes clásicos y la liberación de las mujeres (o cualesquiera de ellos por separado); militancia que pagó entregando su vida a las caníbales tinieblas cristianas, lo que hoy la convierte en mártir de la ciencia, el helenismo, la perspectiva de género o la combinación que se desee.
Esta nueva y popular Hipatia (mejor pondríamos Hypatia por servir a los designios del influjo anglosajón, hodierno faro cultural de Alejandría) parece en parte un subproducto de la copiosa novelería que la figura inspira, porque la narrativa en cualquier soporte constituye hoy día la fuente por excelencia de conocimiento y deleite.
Nos preguntamos si Sinesio, Olimpio, Herculiano y los demás alumnos de Hipatia, reconocerían a su reverenciada maestra en esta rutilante súper-mujer, o pensarían dolidos que los modernos hemos sofocado neciamente su recuerdo.
Sea lo que fuere, lo cierto es que la muerte moral de Hipatia —y su consiguiente resurrección como predecible alegoría ideológica— no ha sido una, sino muchas muertes, que se vienen sucediendo desde el siglo XVIII. De entre los que las han perpetrado destaca el gran Gibbon en su Historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano (1776-1789). La tesis que sostiene y vertebra esta monumental obra, que ve en el cristianismo al verdugo de la civilización clásica, conduce también a presentar a una Hipatia comprometida con los valores de la religión antigua y enseñando en Alejandría y hasta en Atenas (algo sobre lo que carecemos de testimonios).
Tomando pie de varias fuentes, pero sobre todo del relato de Damascio recogido en la citada Suda (Damascio fue un filósofo neoplatónico del siglo VI), Edward Gibbon imputa sobre la conciencia del santo patriarca cristiano —supuestamente devorado por la envidia y los celos— la responsabilidad última del asesinato de Hipatia, que «ha dejado una marca indeleble en la personalidad e integridad religiosa de Cirilo de Alejandría».
Este inseguro camino no lo traza solo el historiador inglés, sino que otros autores de su tiempo ya lo dejaron allanado en sus respectivas obras. Voltaire, sin ir más lejos: en su Diccionario Filosófico (1764) aparece un odioso San Cirilo azuzando a los fanáticos cristianos contra la filósofa, y el propio ilustrado de Fernay pidiendo a Dios cínicamente por la salvación de la pobre ánima de aquél. Voltaire contribuye también a crear el halo de voluptuosidad que envuelve la figura de Hipatia y su trágico destino.
Las fuentes sostienen de modo inequívoco (salvo alguna contradicción menor) que la hija de Teón se mantuvo virgen hasta su muerte, rubricando con la castidad perpetua su entrega al idealismo neoplatónico. Y debió de ser bella en su juventud, nadie lo duda, pero los relatos antiguos son sobrios a este respecto y, desde luego, excluyen cualquier connotación lúbrica del hecho de haber sido desvestida antes de caer bajo los óstraka, porque de los más fiables se desprende que Hipatia murió siendo una mujer mayor.
Voltaire, sin embargo, deja asomar tras una rijosa frase su alma machista y trivial: «Cuando se desnuda a mujeres hermosas no es para perpetrar matanzas», escribe. Decenios antes, en 1720, un John Toland había publicado su ensayo contra la memoria de San Cirilo y la Iglesia alejandrina donde se ensalza no sólo la sabiduría y la virtud de Hipatia, sino también su belleza excepcional; obra que, a su vez, motivó la réplica indignada de un Thomas Lewis en cuyo título se presenta a nuestra baqueteada heroína como «a Most Impudent School-Mistress of Alexandria»…
El siglo XIX no le irá a la zaga al de las Luces en su contribución a las metamorfosis de Hipatia y su catasterismo final (Hipatia, en efecto, es desde 1884 el asteroide nº 238); nuevamente desde Inglaterra el escritor anticatólico Charles Kingsley da a la imprenta su novela sobre la pensadora, y en los ambientes franceses circulan obras de Maurice Barrès o resuenan los versos de Leconte de Lisle deplorando el sacrificio de la platónica Afrodita a manos del «vil Galileo».
Ya en el XX, Bertrand Russell encabeza la turbamulta de autores que hasta hoy mismo protagonizarán la dudosa tarea de presentar a los distintos públicos una Hipatia extraña a sí misma. Para los aficionados a la ciencia divulgativa, por ejemplo, ella es ya una vieja conocida merced al impacto que en los ochenta tuvo la serie televisiva Cosmos, del astrónomo estadounidense Carl Sagan.
La semblanza que entonces hizo Sagan de Hipatia era sólo un trasunto —otro más— de la ideología cientifista y antirreligiosa de este popular profesor: sobredimensionada como lumbrera científica, su doloroso fin quedó asociado caprichosamente a la pérdida de su obra y a la de la propia Biblioteca de Alejandría. Todo por culpa del cerril patriarca que llegó a santo (seguramente por eso) y de un cristianismo incompatible con el conocimiento que descuajó el radiante árbol del saber clásico sumiendo al mundo en un sueño oscurantista del que tardaría mil años en despertar. Para volver a aturdirse —le faltó decir— tras la condena de Galileo…
No murió por “fanatismo cienciófobo”
Tantas y tan creativas “muertes” de Hipatia aguijando desde hace tres siglos la imaginación y los sentimientos de los amantes de la narrativa, no han podido menos de espolear también el innato sentido de la justicia. Como el de una autora reciente que encabeza su cuento breve con un título inquietantemente reivindicativo: Hipatia: ni perdón ni olvido.
Cosa distinta es que hayan estimulado también la razón —ausencia que cabría extrañar en un entorno que la diviniza y que se tiene por escrupulosamente crítico— y que a los porqués románticos, justicieros o retóricos haya seguido un verdadero deseo de conocer el contexto histórico, los hechos y sus íntimas conexiones causales para poder después juzgar en el más pleno y racional sentido de la palabra.
La muerte de Hipatia, la única y trágica que tuvo, no sobrevino por accidente, pero tampoco el recurso primario al “fanatismo cienciófobo” de los cristianos satisfaría ni de lejos ese deseo inteligible del que hablamos.
El entorno y las circunstancias que moldean todo desenlace humano debemos buscarlo, en este caso, en los sucesos que removieron Alejandría al menos desde dos o tres años antes del asesinato de la filósofa. Y tratar de conocerlos no nos aboca a ningún arduo esfuerzo arqueológico ni paleográfico, sino que contamos con circunspectos testimonios llegados del pasado y excelentes trabajos filológicos que los han ordenado y explicado tras décadas de humanismo, bibliotecas y estudio silencioso y constante.
Cirilo sucedió en el patriarcado de Alejandría a su tío materno, el animoso Teófilo, tres días después del fallecimiento de éste: el 18 de octubre de 412. La votación del pueblo fiel le prefirió (jeirotoneîn, a mano alzada, precisa el bizantino Nicéforo Calixto) frente a la candidatura del arcediano Timoteo, que estaba apoyado incluso por el jefe de la guarnición militar de Egipto.
El celo madrugador y la enérgica resolución de Cirilo en la defensa de las prerrogativas episcopales le revelaron como un nuevo Teófilo, para lo bueno y lo malo según algunos.
Lo primero que hizo fue contener la herejía en su archidiócesis desfondando el cisma novaciano (clausuras, requisas…). Y enseguida llegó el choque con la antigua y floreciente comunidad hebrea de Alejandría; pero en esto la estimación posterior y su comprensible hipersensibilidad hacia los brotes de antisemitismo no ha sabido ser justa con Cirilo.
Los publicistas judíos actuales demuestran una imprudente animadversión hacia esta figura cuando, como hace Werner Keller, cuentan sólo la parte que les conviene:
«Multitud de cristianos incitados por el arzobispo irrumpieron en el año 414 en las sinagogas y se apropiaron de ellas. Los judíos fueron expulsados de la ciudad que se había convertido en su patria. La chusma se apoderó de sus casas y de sus bienes. Sólo un miembro de la gran comunidad, Adamantius, un maestro de la ciencia de la medicina, se libró de la desgracia: se dejó bautizar. (…) Y el que Orestes [prefecto imperial de Alejandría] se atreviese a ponerse a favor de los judíos, por poco le cuesta la vida, pues los monjes del monte Nitra, cerca de Alejandría, asaltaron al prefecto, que fue gravemente herido por una pedrada» (Historia del pueblo judío, 1966).
El relato de Keller manifiesta sin embozo su absoluta dependencia del que en su día redactara un contemporáneo de los hechos: el jurista e historiador de Constantinopla Sócrates, luego apodado “Escolástico”. Su Historia eclesiástica tiende a ser distante y neutral, por estar su autor seguramente cercano a alguna corriente heterodoxa. Su imparcialidad no suele cuestionarse y su valor como fuente primaria lo corrobora la pléyade de autores que ha ido sobre sus pasos a veces demasiado servilmente.
Pues bien, es Sócrates Escolástico quien nos pone en antecedentes sobre cómo empezó aquel enésimo choque entre judíos y griegos —éstos ahora cristianos— de Alejandría. Era sábado, pero muchos hebreos prefirieron postergar su deber piadoso de meditar los preceptos de la Ley acudiendo en su lugar a los espectáculos que se ofrecían en la ciudad.
Orestes, flamante prefecto, aprovechaba en ese momento la concurrencia del teatro para dar publicidad a una serie de ordenanzas que acababa de promulgar. Entonces, ante la presencia entre la multitud de un tal Hiérax, maestro de escuela y seguidor entusiasta del obispo Cirilo, los judíos se alborotaron y empezaron a acusar sin pruebas a este Hiérax de venir únicamente a provocar una sedición.
Orestes, que ya veía con malos ojos los amagos del patriarca de consolidar su influencia invadiendo la esfera estatal, prestó oídos a las denuncias de los hebreos y ordenó prender y torturar a Hiérax allí mismo. Enterado del caso, Cirilo convocó a los notables de los judíos para advertirles que no toleraría nuevas insidias contra los cristianos, pero esto no hizo sino envalentonar más a la plebe mosaica que multiplicó sus golpes.
El peor de todos lo descargaron una noche en la que, tras haber acordado una señal con la que reconocerse entre sí, repartieron agentes por la ciudad para que alarmaran a los cristianos con el anuncio de que su iglesia principal estaba ardiendo. Aprovechando entonces el amparo de la oscuridad y el concurso de fieles que desde todos los barrios corrían a sofocar las pregonadas llamas, los hebreos cayeron sobre ellos causando una gran mortandad.
Las primeras luces del día revelaron el lastimero espectáculo de las calles salpicadas de cadáveres y, ante la falta de reacción del prefecto, Cirilo consintió entonces el saqueo de las propiedades de los judíos, ordenando luego su expulsión de la urbe en la que habían vivido y prosperado desde los tiempos del gran Alejandro.
Estudiosos de nuestro tiempo dudan de que se tratase de una verdadera diáspora masiva viendo exageración en este punto; en cualquier caso, el patriarca no hacía sino aplicar la pena prevista por el derecho romano vigente (Codex Theodosianus IX.10.1) ante la pasividad de un Orestes que eludía el cumplimiento de su deber.
La pérdida que para Alejandría supuso el quedar privada de un importante y productivo sector de población irritaba aún más, si cabe, al alto funcionario, que ya no quería oír hablar de arreglo alguno con el patriarca y los suyos. Ni siquiera atendió el sincero intento de éste de buscar una reconciliación rechazando el ejemplar de los Evangelios que Cirilo le había hecho llegar como prenda de paz y entendimiento.
La situación, pues, se había vuelto tan peligrosa que varios centenares de monjes abandonaron sus cenobios del cercano desierto de Nitria y bajaron a la ciudad para ponerse a disposición del arzobispo.
Quiso el azar que se cruzaran con el vehículo del prefecto al que empezaron a tildar a gritos de “sacrificador” y “helénico”; Orestes les contradecía medroso alegando que había recibido el bautismo de manos del patriarca de Constantinopla. Pero la tensión desatada impedía que se oyeran sus razones, hasta que un canto salió disparado del grupo de los monjes aterrizando en la imperial cabeza.
La aparatosa efusión de sangre movió a los alejandrinos a acudir en auxilio de su dignatario; dispersaron a los eremitas y detuvieron al autor del guijarrazo —un monje llamado Amonio—, al que inmediatamente condujeron a la presencia del propio Orestes.
El prefecto, cuya herida debía de ser más escandalosa que grave, interrogó primero al arrestado legalmente; pero los terribles tormentos que le infligió después dieron al traste con su vida. Cirilo enterró a Amonio en sagrado postulando para él los honores del martirio, mas la renuencia de parte de sus diocesanos, que no creían que el monje hubiese perecido víctima del odium fidei sino a resultas de su torpe acción, persuadió al obispo de olvidar su propósito. De todas formas, la reconciliación entre el gobernador y el prelado se percibió entonces como más improbable que nunca.
El conflicto con los paganos
Los tiempos de Diocleciano, Galerio y sus atroces persecuciones debieron de parecer muy lejanos a los cristianos del Imperio tras la promulgación en 380 de la constitución Cunctos populos, que establecía como credo oficial el catolicismo niceno.
Mucho desdoro se ha vertido sobre la memoria del tío y predecesor de Cirilo, el impetuoso patriarca Teófilo, por haber ordenado demoler en 391 el Templo de Serapis o Serapeo (que, en efecto, albergaba en sus dependencias los volúmenes provenientes de la antigua Biblioteca de Alejandría, pero de la destrucción ex professo de estos libros por parte de los seguidores del arzobispo no tenemos constancia).
En esto el prelado no hacía sino aplicar en su diócesis, no dudamos que con gusto, la política religiosa de Teodosio el Grande (un edicto de este mismo emperador, fechado al año siguiente, vedará definitivamente los cultos paganos).
Tampoco debió de sentir remordimiento el día en que purificó el Mitreo alejandrino, pues treinta años atrás —según nos informa Sócrates Escolástico en Historia eclesiástica III, 2— se habían descubierto allí macabros vestigios de sacrificios humanos cuya exhumación llenó de estupor a los cristianos y soliviantó a los “helenos” (paganos) siguiéndose, como era natural en la ciudad, un sangriento tumulto. Como recuerda la catedrática del King’s College Averil Cameron (El Bajo Imperio romano, 1993):
«En otro lugar de Oriente, en Apamea, el obispo había destruido el templo de Zeus ayudado por tropas del gobierno, en fecha tan temprana como el año 386, y Porfirio de Gaza obtuvo permiso para destruir el Marneion del mismo lugar en el año 402. Una ley dirigida al comes Orientis en el año 397 ordenaba utilizar la piedra de templos paganos destruidos para obras públicas».
Pero aunque públicamente en Alejandría las relaciones entre gentiles y miembros de la Iglesia estuvieran aderezadas con enfrentamientos no siempre exentos de violencia, en el día a día todo marchaba de forma más tolerable y parsimoniosa.
La escuela de Hipatia es todo un ejemplo. A recibir sus enseñanzas y nutrirse de su ciencia acudían jóvenes aristócratas de toda la región e incluso de provincias lejanas; unos eran paganos, otros cristianos, pero nada impedía que entre todos ellos y su maestra nacieran fuertes vínculos de afecto y mutua solicitud tanto o más fuertes que los de la sangre.
Esto puede parecer hipérbole a quien nunca haya examinado las cartas de Sinesio de Cirene, interesante personalidad y orgulloso discípulo de la filósofa, que se convertiría más tarde al cristianismo llegando incluso a obispo de Ptolemaida (Alta Libia); lo que nunca obstó para que, en la lejanía, añorase con hondo sentimiento los días pasados con Hipatia junto a sus condiscípulos y tratase de mantener un intenso contacto con ellos aunque fuese epistolar. Los elogios y alabanzas que dedica a su mentora son conmovedores, mas no por eso deja de tener también en alta estima a Teófilo, de quien recibió su consagración episcopal. Ambos son objeto de la devoción del sin par Sinesio, y así se lo manifiesta a Hipatia con toda naturalidad; aunque lo que le une a ésta es algo muy profundo que le mueve a admiración e imperecedera gratitud. Si algo tuvo de bueno su prematura muerte, fue que no llegó a conocer el sino final de su «madre, hermana, maestra, benefactora mía en todo».
Resumamos: Teófilo, ‘martillo de paganos’, respetó el trabajo científico y filosófico de Hipatia, así como su docencia privada y pública, guardándose de molestarla o de interferir en sus labores durante los años en que estuvo a cargo de la sede alejandrina. Y esto, se quiera o no, debió de quedar impreso en la mente de su fiel sobrino y sucesor Cirilo.
El fin de Hipatia
Las desavenencias entre Orestes y sus partidarios y Cirilo y los suyos han llegado al paroxismo y la ciudad vive dividida en la Cuaresma de 415. Un conciliábulo de cristianos febriles cree haber identificado el obstáculo que se opone a la concordia entre las dos personalidades, y decide removerlo por su cuenta descargando en él toda la rabia.
Saben que desde su llegada Orestes visita muy frecuentemente a la filósofa y se deja asesorar por ella en las labores de gobierno, lo cual tampoco era extraño pues lo hacían todos los señores de la cosa pública atraídos por el prestigio de Hipatia como consejera versada y clarividente. Acaudillados por un simple lector de nombre Pedro, salen decididos al encuentro de su enemiga.
El desgraciado resto ya lo sabemos. La muerte de Hipatia sacudió la ciudad y los informes llegaron pronto a la corte de Constantinopla, que respondía vacilante y con cautela; Orestes acabó por abandonar Alejandría para siempre. Los asesinos de la hija de Teón posiblemente habían hecho el razonamiento correcto: la estrategia de dureza e inexorable obstinación del prefecto, al fin y al cabo un recién llegado a la capital egipcia, sólo podía deberse a los consejos de Hipatia, su visible valedora.
Como sugiere Maria Dzielska, de la Universidad Jagellónica (Hipatia de Alejandría, 1996), la filósofa pudo haber abandonado su exquisita neutralidad para aglutinar un partido en el intento de frenar el creciente predominio político del arzobispo y sus parciales. Y no se trataría de una mera rivalidad entre cristianos y paganos, porque es casi seguro que en el partido secular militaban también cristianos como el propio Orestes.
Los antiguos condenaron el asesinato
En este sentido sí podría explicarse el ciego temor de los homicidas, pero mucho más atinado y decente que su torva medida expeditiva fue el reproche de los autores antiguos al que estos criminales se hicieron pronto acreedores: «Si hay algo enteramente ajeno a los que tienen los sentimientos de Cristo, eso son las muertes, las luchas y las cosas por el estilo» (Sócrates, Historia eclesiástica, VII, 15).
Además, el recuerdo de su hecho vil proyectó duraderas sombras sobre toda la asamblea de creyentes y sobre su santo patriarca: «Este asunto supuso no poca ignominia para Cirilo y la Iglesia de Alejandría», sentencia Sócrates en el mismo lugar.
Verdad es que, como constatan la historia y sus fedatarios y hasta en cierta medida reconocen los biógrafos modernos de la ciudad (p. ej., Lawrence Durrell en su Cuarteto de Alejandría), los alejandrinos siempre se señalaron por su indomable afición a las bullas y las algaradas sangrientas, entregándose a facciones y disturbios con cualquier excusa que se ofreciese.
Como oportunamente refiere Sócrates y luego Hesiquio de Mileto (historiador del siglo VI), los habitantes de Alejandría reservaron también para dos de sus obispos cristianos sendas muertes muy semejantes a la que dieron a la mujer filósofa: Jorge, sacado brutalmente de la iglesia en 361 tras los sucesos del Mitreo, luego atado a un camello, despedazado y quemados sus restos; y Proterio, cuyo cadáver acabó igualmente en el fuego en 457 tras haber sido arrastrado por las calles.
Pero esta importante matización no ha servido para que algún malintencionado escritor tardoantiguo y casi todos los modernos cejen en su afán de mancillar con el borrón de Hipatia la ejecutoria de un pastor teólogo de vida esforzada y ejemplar como fue Cirilo de Alejandría, venerado en Oriente y Occidente.
Incluso una autora ponderada y minuciosa como Dzielska revalida la misma ajada conclusión en su por otra parte estimable estudio, aunque para ello tenga que hacer una inverosímil lectura de cierta epístola de Sinesio a un Cirilo del que salta a la vista que no es nuestro personaje. Y quien dice Cirilo como chivo expiatorio, dice también la historia cristiana, bocado suculento del anacronismo antiguo y aceptado.
Con todo, será difícil lograr, por mucho que se siga rodando, telefilmando y novelando, que al menos para las personas cultas Hipatia deje algún día de ser la matemática, astrónoma y filósofa neoplatónica que fue para encarnar el rol de mártir de la ciencia como podría hacerlo un Lavoisier («La República no tiene necesidad de sabios ni de químicos», le aclaró el presidente del tribunal revolucionario mientras despachaba su ejecución).
O el de campeona inmolada de la emancipación femenina, como una Olimpia de Gouges sucumbiendo en la guillotina de su propia Revolución, o como cualquier mujer anónima aplastada por la furia anuladora de algún monstruo.
Epílogo
Con la muerte de Hipatia no concluyó nada que no fuera su propia y fascinante vida. Ni siquiera la escuela filosófica de Alejandría que, como muestra el profesor del alma mater valenciana Gonzalo Fernández, siguió suscitando figuras hasta su completa cristianización ya en pleno siglo VII.
Fue mucho antes del torcido hado que venció a esta intelectual que la viejas concepciones paganas habían dejado de ofrecer respuestas a los interrogantes de la gente; fue antes de su fin que el oráculo de Isaías («No penséis en lo antiguo, mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?») y aquél otro del «Yo hago nuevas todas las cosas» empezaron a acampar en millones de corazones.
Y tampoco con esa muerte se abrieron majestuosas vías canópicas por las que marcharan triunfalmente los discípulos del Galileo exhibiendo los despojos del progreso y la razón. En los mismos años en que arrebataron la vida a Hipatia y en la misma África por su lado occidental, densos celajes se ciernen sobre los cristianos; diócesis enteras quedando huérfanas de sus pastores que huyen abrumados del terror vándalo.
Y en Hipona, junto a Cartago, resiste entre sus feligreses un anciano Agustín que, escribiendo bajo el shock de saber la Ciudad maestra de pueblos impíamente saqueada y a una nube de Alaricos prestos a cruzar el mar, se esfuerza por convencer al mundo de que la Historia tiene sentido y es de esperanza porque, pese a los misteriosos pesares, la guía y gobierna la Providencia.
Muchas gracias por darnos acceso a la verdadera historia. Es muy doloroso que se manche la verdad con falsificaciones y manipulaciones. Su trabajo es oxígeno que libera de esa cadena que desde el cine, etc. no deja volar hacia la realidad de la historia.
No está en la naturaleza de una obra de arte el ser una reconstrucción científica y objetiva de la historia. No deja de ser ridículo que se indignen por las «falsificaciones históricas» quienes adoran un libro que las tiene, literalmente, a miles, y quienes han producido a lo largo de dos mil años tantas y tantas historias «dulcificadas» (basta ver cualquier película «beata» de vidas de santos y cosas así).
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Amenábar ha hecho un canto contra la intolerancia; si miramos al mundo de hoy, la descubrimos en muchísimos sitios, y lo que hace falta es el valor de condenarla y de oponerse a ella. Por fortuna, el cristianismo de hoy es más manso que el de hace siglos, y aunque en otras épocas hayan convivido cristianos que practicaban el amor al prójimo, con cristianos que se dedicaban a liquidarlo, estaría bien que los cristianos de hoy reconocieran las salvajadas de algunos de los que cometían tan horribles crímenes en nombre de su fe.
«Amenábar ha hecho un canto contra la intolerancia…» (Jesús)
Ya, sí, todo muy bonito, relajado y soñador, pero al cantor bien pagado le ha salido un enorme gallo y la ópera ha resultado pésima. Un carísimo bodrio por así decir. Al final el que pringa es el cine, y el pringado que pierde su tiempo y sus euros en la sala. La pena es que no se proyectase ese feliz «canto» en El Corte Inglés, donde si no estás satisfecho, te devuelven el dinero; qué tíos más honrados…
He leído y disfrutado como pocas lecturas las cartas de Sinesio de Cirene (traducidas en Gredos). Es un ser, para mí, mucho más interesante que Hipatia (tal vez porque de ésta nada se conserva): sensible, vitalista, inteligente e irónico observador, enamorado de la ciencia… que al final vio morir impotente uno por uno a sus pequeños hijos; y, sin embargo, fue capaz de sujetar con dolor el mástil de la esperanza hasta que su propia nave vital sucumbió. Su último asidero a la existencia, además del religioso, era poder mantener viva, aunque fuese por carta, la unión con su venerada maestra Hipatia. Ahora me acabo de enterar que el niñato creído y forrado de Amenábar le ha clavado un calumnioso rejón a su memoria en su indecente película para incultos; esto le delata como un tipo sin honor que no merece el nombre de artista. Jamás veré «Ágora».
Sobretodo este comentario va para jesús. Que curioso que siempre siempre siempre se uitilice el Cristianismo para darle leña. Por lo visto nunca ha hecho nada bueno. Por qué será que nunca se habla del islamismo con sus leyes y castigos por ejemplo. La iglesia ya ha pedido perdón por lo que tenía que pedirlo, pero la sociedad nunca le da las gracias por todo lo que hace día a día. Residencias, comedores, misiones, etc etc etc……..
Al ingorante amenabar se le ha olvidado mostrar en su pelicula como comían los leones en los circos romanos. Entonces estaban los buenos paganos cultos y semilla de los progres de hoy. Animo jesús que seguro que convenceís a muchos incultos que no saben nada de historia. Un saludo
No se debe presentar como histórica. No lo es. Se ha cogido a un nombre histórico y se le ha desnaturalizado, presentándolo como icono del «matrix progre»:
1) Rachel Weisz, de 38 años, es muy guapa, pero para nada se parece a Hipatia cuando murió en el año 415 con 61 años.
2) No fue famosa por sus dotes de astronomía por más que en la película se empeñen terca y cansadamente, atribuyéndole haberse adelantado a Kepler.
3) El obispo cristiano Sinesio de Cirene –única fuente coetánea que se conserva sobre ella–, la llama en sus cartas «madre, hermana, maestra, benefactora mía». El citado obispo, a quien en la película se le hace traidor y cómplice en el asesinato de la filósofa, murió dos años antes que ella, así que es imposible que tuviera nada que ver con su muerte. Por cierto, sus cartas son excelentes, esas sí que merecen la pena ser leídas.
4) Ella fue virgen hasta el final, pero no vivió la castidad como ha dicho la protagonista, que se ha declarado feminista radical, «para ser igual que un hombre y poder ejercer una profesión con plena dedicación». Lo hizo porque, coherente con su filosofía, ejercía la Sofrosine, es decir el dominio de uno mismo a través de las virtudes entendidas como el control de los instintos y las pasiones.
5) Hipatia nunca fue directora de la Biblioteca de Alejandría, ni ésta fue destruida por los talibanes cristianos. La biblioteca fue incendiada por Julio César, saqueada junto con el resto de la ciudad por Aureliano en el año 273, y rematada por Diocleciano en 297. Es verdad que en el año 391 fue destruido lo que quedaba del templo del Serapeo después de la destrucción por los judíos en tiempos de Trajano, y también el repaso que le pegó Diocleciano, quien, para conmemorar la hazaña, puso allí su gran columna, razón por la cual los cristianos lo destruyeron
En una palabra: gracias.
Fui al cine por la simple curiosidad de ver una «superproducción» con firma española. Reconozco, sin que ello me avergüence, que nada sabía de Hypatia y su historia y por ello la película en general me resultó impactante.
Ahora, después de leer varios artículos se me ocurre la siguiente pregunta absurda:
Si AMENÁBAR comete tantos fallos históricos… ¿como es posible que nadie se lo advirtiera?
Un cordial saludo,
Gorky_5 (gorky_5@hotmail.com)
Soy Musicólogo, Investigador y profesor de Historia de la Música. Hace unos días asistí al esperadísimo estreno de «Agora» y digo esperadísimo porque soy amenabariano desde «Tésis». Para mí, la obra maestra de Amenábar, sin embargo, es «Los Otros»; la considero una Obra de Arte. Ayer acudí al cine con muchas espectativas, pues en esta ocasión el tema de la película tocaba muy de cerca el de mi investigación, que es la Música en la Antigüedad. He de decir que la escena en la que aparece Orestes tocando el «Aulós» quedé ciertamente impresionado por la documentación histórica de la performance. Incluso la música que interpreta el personaje es verosímil. Lo mismo ocurrió en la escena de los músicos judíos. En ese instante,la película ya me había cautivado… aunque, a medida que avanza la trama percibí que el rigor histórico es discutible discutible. Me explico. Lo que más me llamó la atención es la escena en la que Orestes, ya Pretor, habla con Hipatia para que se entregue a los parabolanos. En dicha escena aparece la famosa estatua de la Loba Capitolina que amamanta a Rómulo y a Remo. Pues bien, me parece un error indigno de Amenábar el que no reparase que la estatua en cuestión aparece en la película tal y como se conserva hoy en día, es decir, los niños que toman la leche de la loba fueron incluídos a la escultura durante el Renacimiento. O sea, en la Alejandría del siglo IV d.C. no conocían la estatua que aparece en la escena. Por otro lado, ya podría haberse asesorado a la hora de incluir las inscripciones en griego de los compartimentos de la Biblioteca. La palabra «Historia», en griego, no se escribía con H. De hecho, la H era la letra griega «Eta» (una «e» larga), en mayúscula. La hache, como la entendemos en castellano, no existía en el alfabeto griego clásico, ni en el copto (es decir, el que se hablaba en Alejandría en aquella época). En definitiva, la palabra «Historia» se escribía ‘ISTOPIA en griego, con la peculiaridad de que delante de la «Iota» se escribía el «espíritu»; es decir, la «hache aspirada» que podemos pronunciar hoy día como ocurre en el inglés, por ejemplo, con la palabra «House». Son dos errores que desde el punto de vista de un historiador restan seriedad en una película de este tipo. ¿Dónde estaban los asesores de Amenabar cuando se editaron esas imágenes? En resumen, yo le pondría un 8 a Amenábar (tras un pequeño tirón de orejas). Saludos a todos.
Muy acertadas tus observaciones, Bardo, sobre todo la de la hache y la iota. Yo, en cambio, creo que «Ágora» merece una nota muy inferior a la que tú le concedes. No se puede ‘aprobar’ siquiera Historia si empiezas mintiendo en aspectos cruciales, por muy novelada que sea la mentira. Para ser honrado entonces Amenábar debería haber hecho ficción y dejar de manipular a tanto inculto que sale creyendo que lo que allí se cuenta «pasó de verdad» en todos sus extremos.
Jesús:
El día en que los cristianos hagan una película pretendidamente histórica donde figuren como villanos todos los ateos, siendo éstos ya una turba anónima, ya personajes emblemáticos e identificables, ¿lo llamarás canto a la tolerancia o usarás otro nombre?
Gracias, Miguel Ángel.
Muy interesante. Lo cierto es que a mí como podéis ver en el post de mi blog, interesa el momento histórico en el que el Cristianismo de la mano del poder político toma su fuerza y argumentos. Por otra parte la mujer y su papel dentro del mundo religioso, cada vez más apartado de su calidad de persona, sin opinión dentro de la toma de decisiones.
Saludos
el-pinto.blogspot.com
A diferencia de muchos de los que habéis comentado, mi formación y mis conocimientos sobre la Historia no son tan elevados, pero aún así me cuesta entender el motivo de muchas críticas. El artículo me resulta, con todos los respetos, una pataleta de niño pequeño, algo repelente, que con datos y una pizca de demagogia pretende resaltar los valores del cristianismo. A mi entender, Amenabar hace una crítica de las religiones versus la ciencia. Paganos, cristianos y hebreos, la misma (y perdón por la expresión) mierda son. No creo que sea una obra anti-cristiana, en todo caso sería anit-ser humano. Si hay referencias al cristianismo es lógico ya que estamos en un contexto histórico que es la puerta de entrada a la Edad Media, y no creo que haga falta listar (una vez más) las consecuencias y el retroceso que trajeron consigo, y del que sin duda, la religión cristiana tuvo mucho que ver.
A mí como novela historica me parece muy interesante, especialmente teniendo en cuenta que hoy en día algunas religiones siguen cuestionando la ciencia y le dan más valor a la fe. Y peor todavía, algunas religiones, siguen dejando a la mujer en un papel secundario. Gracias a Dios (nunca mejor dicho) el cristianismo se ha desprendido de algunos de esos “tópicos”.
Bueno, pues en muchas películas de «romanos» salen los tópicos de las persecuciones contra los cristianos.
No creo que haya que escandalizarse porque haya ¡una sola película! de romanos donde se habla de las persecuciones de los cristianos.
Yo, por mi parte, Fernando, preferiría que cuando se hable –sea mucho o poco– de las persecuciones de los cristianos, al menos se diga la verdad, no como en la falaz «Ágora». Vamos, si no es mucho pedir…
Comparado con el montón de películas de romanos con lo de «cristianos a los leones», se han hecho poquísimas películas sobre las persecuciones de los cristianos.
Y dime en qué asunto (en relación con la persecución) es falaz «Ágora»
A mí me parece ke falla en varios aspectos generales y en detalles (lo de la loba capitolina no tiene disculpa), pero me pareció profuna en su trato de ciencia y religión cuyos ámbitos no son excluyentes. La escena del reparto del pan en la iglesia ensalza los valores cristianos, no creo que se desprecie la importancia de la nueva fe, pero entre todos esos personajes se queda con la persona de Hipatia por su singularidad. Pero como se le dice en la película a Hipatia, de qué sirve la Filosofía cuando el mundo se está cayendo a pedazos?? El mundo antiguo pereció de viejo, de muerte natural, no porque fuese asesinado por el cristianismo, y desde mi punto de vista esa realidad compleja sí se refleja bien en la película.
«Y dime en qué asunto (en relación con la persecución) es falaz ‘Ágora'».
-No hay pruebas de ninguna implicación ni activa ni pasiva de San Cirilo en el asesinato de Hipatia (ni con versículos descaradamente descontextualizados de San Pablo, ni sin ellos).
-La «memoria histórica» del obispo Sinesio de Cirene aparece irresponsablemente deformada y fementida haciéndolo pasar por traidor a su maestra y cínico cómplice de sus verdugos.
-Cirilo no ordenó matar a mujeres y niños judíos, sino que su respuesta a la masacre hebrea sobre los cristianos fue confiscación y destierro (la legal en la época, Codex Theodosianus).
-Los cristianos no apedrearon a los judíos en ningún teatro, sino que fueron éstos los que empezaron la guerra acusando sin pruebas a un tal Hiérax, cristiano sentado entre el público, de ir allí a armarla.
-No consta en sitio alguno que los cristianos destruyeran libros en el asalto al templo de Serapis (ataque legal: decreto «Cunctos populos» de Teodosio I).
Y esto es sólo un botón de muestra –aunque decisivo– de todo lo que se miente en la película para hacer daño a los cristianos de hoy… bajo el prestigioso manto indebidamente usurpado de la Historia.
Por el honor de San Cirilo de Alejandría
http://santaiglesiamilitante.blogspot.com/2009/08/por-el-honor-de-san-cirilo-de.html
A mí me parece que concluir un argumento histórico con frases como…
«densos celajes se ciernen sobre los cristianos; diócesis enteras quedando huérfanas de sus pastores que huyen abrumados del terror vándalo»
«(…) resiste entre sus feligreses un anciano Agustín que, escribiendo bajo el shock de saber la Ciudad maestra de pueblos impíamente saqueada y a una nube de Alaricos prestos a cruzar el mar»
Y cerrrar el post con… «pese a los misteriosos pesares, la guía y gobierna la Providencia.»
… son buena muestra del corte ideológico del artículo.
Me parece importante fijarnos, no tanto en los datos objetivos que conforman el artículo, sino en el argumento de fondo. En lo que he podido apreciar, el autor pretende desmontar la tesis de la Iglesia como perseguidora de lo «distinto» a ella.
Me gustaría saber si eso: que la Iglesiá buscó anular y reprimir otras opciones religiosas y filosóficas, utilizando la violencia y manipulando en el poder… es una ficción histórica.
La Iglesia tiene una pasado cruel y violento. En su nombre se han hecho auténticas salvajadas, instigadas por la propia institución. Esta es una verdad histórica.
En ese sentido, rechazar lo innegable está fuera de lugar, y pretender disfrazarlo con argumentos correctos e interesantes, supone convertir esos argumentos en niebla dispersante. Para mí, el autor del post ha utilizado la Historia para sus propios fines ideológicos.
En relación con Amenábar, este es un artista y la película una obra de ficción y entretenimiento. El autor del artículo, no: pretende revestirse de la dignidad y prestigio del Historiador. Amenábar pretende contar una historia. Cuando vas al cine, sabes que estás viendo una «obra de arte», que puede ser cierta o no. Cuando lees un artículo técnico, te fías del prestigio del especialista, concluyendo que él busca la verdad.
La exposición sucesiva de argumentos históricos no tiene por qué concluir en una verdad histórica.
La totalidad no tiene por qué ser la suma de las partes.Y aquí se demuestra.
Aquí aporto un hipervínculo sobre la historia de Hipatia, en la que además se aporta la bibliografía y otros vínculos.
http://thales.cica.es/rd/Recursos/rd97/Biografias/43-1-b-Hypatia.html
Podréis comprobar la hipótesis que expongo acerca de los efectos de la ideología sobre la «objetividad».
Y aquí va otro hipervínculo interesante…
http://ar.geocities.com/j_a_tropea/n3.htm
Lola:
Un historiador puede mostrar su ideología mientras no oculte ni distorsione la verdad por su causa. Argumentará para ello todas sus posiciones y no corromperá los testimonios para mejor encajarlos en su discurso. Ahora bien, el caso de Amenábar es el contrario, y de ahí su ilegitimidad: manipula la realidad histórica sin renunciar a parecer veraz, al tiempo que, apoyado por el gran repertorio de ilusiones y fingimientos que le prestan la imagen y la interpretación, se niega a declarar el afán doctrinario que lo mueve. No son los hechos los que disponen su odio: es su odio el que dispone los hechos.
En ningún momento dice el director haber querido hacer una obrita edificante inspirada en acontecimientos reales, o un relato sobre algo que escuchó y no se ha molestado en comprobar. Por el contrario, a la menor oportunidad presume de fuentes históricas, pese a que en lo esencial no las respeta y limita su rigor a cuestiones de detalle. Invariablemente dirige su manipulación a denigrar a las religiones en general y al cristianismo en particular. En nada las disculpa o elogia, y exagera tanto como cree preciso para hacerlas culpables de todo el mal del mundo. Como todo historiador, aspira a pronunciar una tesis sobre el pasado que influya en nuestra consideración del presente y que mueva nuestras consciencias, algo difícil de lograr si confesara que parte de una pura fábula. Su misión, pues, no es simplemente entretener, sino denunciar o exaltar, según se trate.
La suya no es una falsificación más en la historia de los guiones cinematográficos. Es la ocultación sistemática de lo que se sabe cierto y la exposición reiterada de lo tenido por falso. Es la dramatización de una calumnia contra personajes reales, contra una religión real y contra una época real. Un juicio simbólico a otro tiempo, metáfora del nuestro, cuyo veredicto se extiende hasta nosotros y nos interpela.
En «Ágora» no sólo encontramos metáforas, también sinécdoques. Se toma un episodio violento en una ciudad levantisca y temporalmente convulsa como característico de todo el cristianismo. Se toma a una científica (atea en la película) como representante de todo el paganismo, o al menos de aquella parte de la que nos consideramos sus herederos. Esto hasta cierto punto es inevitable, ya que se elige narrar algo extraordinario y ejemplar. Pero, en en este supuesto, agrava la mentira de base.
No se nos quiere explicar tanto el qué como el porqué, para lo cual se recurre a mucho más que meras especulaciones. Se atribuyen crímenes inexistentes (lo que es criminal) y mezquindades inventadas (lo que es mezquino) sin otro motivo que la animadversión al personaje por lo que simboliza. Por si fuera poco, se presenta la miseria moral no como una característica particular de determinados individuos, sino como un hado terrible que arrastra a todos los creyentes y los ciega subyugando su voluntad y envenenando su inteligencia. El mal no es aquí una anécdota histórica, sino una conspiración sostenida contra el orden, las luces y la civilización; no es un capítulo pasado a lamentar, sino una amenaza presente a prevenir.
Se hace pasar por sediciosa e insaciable una religión pacífica y constructiva, enemiga del orgullo; por inculto y «asiático» un espíritu que supo fundir y conservar lo mejor de la cultura clásica; por enajenante un credo que libró a los hombres de la pueril superstición idólatra y los obligó a desconfiar de sus instintos; por enfermiza una fe que purificó las costumbres y mejoró las leyes.
A través de un delirante anacronismo se vincula a la antigua filósofa con el moderno Galileo a fin de atacar lo que se estima que es el flanco débil de la fe cristiana, a saber, su relación con las ciencias. Sin embargo, no estuvieron la ciencia y la religión paganas tan bien hermanadas como simulan los apologistas de una falsa Arcadia. Escribe Montesquieu:
«Ved en Plutarco, Vida de Nicias, cómo los físicos que explicaban por causas naturales los eclipses de luna resultaron sospechosos al pueblo. Se los llamó «meteoreros», persuadidos de que reducían toda divinidad a causas naturales y físicas, hasta que Sócrates cortó de raíz con todo, al someter la necesidad de las causas naturales a un principio divino e inteligente. La doctrina de un ser inteligente fue hallada por Platón como un preservativo y defensa contra las calumnias de los celosos paganos.»
¡El monoteísmo como salvador de la ciencia antigua! Por partida doble, además: contra el vulgo supersticioso, mediante la filosofía, y contra las hordas bárbaras, mediante la religión. Desde Platón hasta el Renacimiento.
Hay mal y crueldad en la larga historia de la Iglesia, pero nadie prometió que con ella el vicio se extinguiría como las nieves bajo el sol, profetizándose más bien lo contrario. En el Evangelio no hay ninguna lección de odio; a lo sumo, de desprecio. Hay odio en la película de Amenábar y un deliberado propósito de engañar con el falaz fin de hacernos mejores. Cuidémonos de los nuevos sacerdotes para no arrepentirnos a la postre de haberlos creído y encumbrado.
Y muy profundo, clarividente y aleccionador.
Gracias
Que verguenza que todavia existan fascisas, que poco hemos avanzado…
Para que el Nuevo Orden Mundial satanista y sionista se pueda establecer sin oposición, es necesario que el cristianismo sea desacreditado y que las mentes de los goyines sean confundidas para dejarlos sin capacidad de oponerse.
Por ello, Agora debe ser considerada mera propaganda satanista y Amenábar un agente sionista.
Como en toda leyenda negra:
Hipatia murio asesinada,verdad.
Fueron los cristianos, exageración.
Por órdenes de San Cirilo, mentira.
…menos en España, que es Mátrix.
En los Estados Unidos:
http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=17680&id_seccion=9
En Europa:
http://www.elblogdecineespanol.com/?p=1408
Pero los medios españoles de masas callan como…
Es muy interezante ver la historia, porque hay muchas cosas que no sabemos. Saludos. Bye.
Punto numero uno…la pelicula hace un ataque al cristianismo por una sencilla razón en mi opinión, por que nosotros mismos miramos como algo ajeno a este planeta lo que ocurre en el mundo islámico, pueblos de E.E.U.U…y cerramos los ojos cuando nos ponen delante las atrocidades que se cometieron y se comenten a dia de hoy en nombre de un dios cristiano. Los seres humanos somos animales completamente irracionales ya que no buscamos un bien común cosa que hacen el resto del mundo animal que se aglutina en sociedades.
La religión no tiene culpa de ninguna muerte, la tiene nuestra propia naturaleza. Únicamente resulta un medio para algunos para satisfacer sus inquietudes y deseos.
Quien quiera creer en una fe, aya él. Aportaría más al bien común si sus antepasados se hubieran quedado en africa recogiendo frutos del suelo con el cuerpo cubierto de pelos.
Respecto a los ateos que quieren dar lecciones de moralidad racional etc…aportáis lo mismo que aquellos que podrían haberse quedado en la sabana africana.
Los únicos que han aportado algo son las personas que se han preocupado por mejorar lo que les rodea, médicos,enfermeros,científicos,músicos…etc.
Lo que está claro es que si todo el planeta se hiciera de una religión de forma devota y ateniendose únicamente a su doctrina viviríamos igual que hace 2000 años, época en la que la vida de un hombre valía lo mismo que la mosca que mataste este verano.
1 saludo
Edito…¿Qué diferencia,si la hay, existe entre un ser que abraza la reliión pagana, cristiana, judía…?no tiene 3 brazos más, ni es mas maligno, ni absolutamente nada más…sigue siendo un ser humano que reacciona de forma muy violenta y sádica por razones que sólo el propio individuo cree entender. Esto viene a que sólo teneís que poner las noticias hoy cuando comaís en vustras casas para ver que sucediera o no de verda lo acontecido en la película es completamente posible. Acaso, ¿ser cristiano te altera genéticamente?¿Cuántos indios mataron los españoles en sudámerica?seguro que muchos más que todos los judíos que el olocausto de la 2ª guerra mundial provocó. Querer ver la película de Almenábar como algo anticristiano y sectario me parece simplemente ridículo, no es más que la repetición de una misma historia que ha acontecido millones de veces a lo largo de nuestra historia como especie y a menos que todos nos empececmos a dar cuenta seguirá siendo así hasta que algun descerebrado como los cristianos de la película se haga con algo mucho más peligroso que un rastrillo y acabe por fulminarnos a todos. Espabilad de una vez y dejaros de dioses,herejes, ateos y toda esas chorrada. Coger un libro de historia y mirar lo que han hecho nuestros antepasados y lo que siguen haciendo nuestros contemporáneos. Si despúes de eso sigues queriendo dedicar un sólo segundo de vuestras vidas a algún «dios» espero no conoceros nunca en mi vida.
Otro saludo
El que se pica… ajos come..
Primero Hypatia era de Origen Griego, descendientes de los Antiguos Filósofos Griegos, los verdaderos Padres de la Civilización, ella tenia superdotación Intelectual Griego Helénica, nacida en Alejandria, ciudad Fundada por Alejandro Magno, que despues desarrollo el ancestro de Cleopatra, Ptolomeo I Soter, General de Alejandro. Según la historia que desde hace 2000 años, mis ancestros nos vamos pasando de Griego a Griego, es muy similar a la película. Recuerden que los libros lo escriben religiosos. HAy que volver al Helenizmo de la Antigua Grecia.