Título original: The social network. |
SINOPSIS
Una noche de otoño del año 2003, Mark Zuckerberg, alumno de Harvard y genio de la programación, se sienta a su ordenador y con empeño y entusiasmo comienza a desarrollar una nueva idea. En un furor de blogging y programación, lo que comenzó en la habitación de su colegio mayor pronto se convirtió en una red social global y una revolución en la comunicación. Seis años y 500 millones de amigos después, Mark Zuckerberg es el billonario más joven de la historia… pero para este emprendedor, el éxito ha supuesto complicaciones personales y legales.
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CRÍTICAS
[Jerónimo José Martín, COPE]
Harvard 2003. Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) es un estudiante de Informática tan brillante como introvertido, sarcástico y cruel. De modo que tiene pocos amigos y casi ninguna amiga. Tras romper con su última novia, y ansioso de ser reconocido por los selectos clubs de la universidad, lanza por Internet un concurso sobre la alumna más sexy, que colapsa en pocas horas el servidor. Esto despierta el interés de los hermanos Cameron y Tyler Winklevoss (Armie Hammer), dos gemelos de familia rica, que han comenzado a elaborar una red social interna para Harvard. Zuckerberg comienza a trabajar para ellos, pero, sin que lo sepan, desarrolla su propia idea de red con la ayuda financiera de su único amigo verdadero: el brasileño Eduardo Saverin (Andrew Garfield). Al poco tiempo, Zuckerberg patenta Facebook, la red de relaciones que revolucionará Internet en todo el mundo. Pero, durante su camino hacia el éxito multimillonario, dejará unos cuantos cadáveres en la cuneta, sobre todo cuando se cruza con el de Sean Parker (Justin Timberlake), el agresivo fundador de Napster.
El antológico guión de Aaron Sorkin (Algunos hombres buenos, Malicia, El presidente y Miss Wade, La guerra de Charlie Wilson, El ala oeste de la Casa Blanca) reconstruye con brillantísimos diálogos y ritmo hipnótico la creación de Facebook a partir de los testimonios contradictorios de sus protagonistas, reunidos en el libro The Accidental Billionaires, de Ben Mezrich. Y emplea como hilo conductor los intensos cara a cara de Mark Zuckerberg con su amigo Eduardo Saverin y los hermanos Winklevoss tras las demandas judiciales que éstos le interpusieron. De este modo, sin dejar de reflexionar sobre la posible pérdida de intimidad y autenticidad que supone el fenómeno Facebook, Sorkin se centra sobre todo en la reflexión moral en torno a los dramas íntimos de los personajes, la mayoría dominados por el afán de triunfo, reconocimiento y riqueza, y por un frívolo hedonismo en el que no caben los remordimientos de conciencia ante la traición al amigo o a la propiedad intelectual. Sorkin deja que todos ellos hablen con libertad, de modo que sea el espectador quien dicte sentencia sobre cada uno.
Aunque, indudablemente, el prestigioso guionista neoyorquino se muestra muy crítico con los contravalores que mueven en la actualidad a una buena parte de las sociedades desarrolladas y, en concreto, a muchos jóvenes. Y, desde luego, resulta muy lúcida su fría mirada a las razones profundas de la paradójica epidemia de soledad y depresión que asola un planeta Tierra más intercomunicado que nunca. Como reza la publicidad española del filme, “No haces 500 millones de amigos sin ganarte algunos enemigos”.
Todo esto lo traduce en imágenes David Fincher (Alien 3, Seven, The Game, El club de la lucha, La habitación del pánico, Zodiac, El curioso caso de Benjamin Button) a través de una poderosísima puesta en escena, que salva con nota los constantes cambios de punto de vista y saltos atrás y adelante del guión. Le ayuda en sus propósitos un reparto casi sin fisuras y muy bien dirigido en todo momento, en el que destaca por méritos propios Jesse Eisenberg, que encarna a Mark Zuckerberg con sobria veracidad. Como en otras de sus películas, Fincher carga un poco la mano al mostrar las diversas degeneraciones morales en que caen sus personajes: deslealtad, sexo sin amor, drogas, alcohol, obsesión por el poder… Sin embargo, esa cierta falta de contención no pierde nunca una honda perspectiva dramática y moral, que convierte a La red social en uno de los mejores análisis del deshumanizado momento histórico que estamos viviendo.
[Ramón Ramos, CinemaNet]
Se conoce como start-ups a las empresas de jóvenes emprendedores que nacen en internet con escaso presupuesto y buscan financiación en inversores de capital riesgo o business angels para despegar. Facebook ha sido una de las más exitosas compañías que se han iniciado de esta manera. El actual multimillonario más joven del mundo, Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, se enfrentó a dos demandas judiciales: una de su mejor amigo y cofundador de la red social Eduardo Saverin, por dejarlo fuera del negocio, y a otra de los hermanos Winklevoss por haberles robado la idea.
Estos son los hechos que cuenta La red social (The social network, David Fincher 2010), una película sobre amistad, negocios, traición y ambición en el marco de los jóvenes emprendedores en internet. Los tres personajes principales están muy bien perfilados: por una parte está el genio informático, egocéntrico y cínico que no tiene muy claras sus prioridades en lo que se refiere a las relaciones con los demás. A la hora de convertir su herramienta informática en actividad lucrativa cuenta con dos criterios: el de su mejor amigo que estudia Económicas y funda el Facebook con él en calidad de Director Financiero, y por otro lado conoce a Sean Parker, creador de Napster. Ambos tienen conceptos empresariales antagónicos: mientras el primero apuesta por un modelo más tradicional basado en la publicidad, pero con un sentido de la lealtad y de respeto hacia el proyecto, el otro es más práctico y rápido con un método en el que las personas no importan, sólo el éxito inmediato de empresa.
Jesse Eisenberg como Zuckerberg, Andrew Garfield como Saverin y Justin Timberlake en la piel de Parker, interpretan correctamente al trío protagonista. Quizá destaca algo más la actuación de Garfield, un joven actor con un gran potencial que ya demostró midiendo sus fuerzas en pantalla con el mismísimo Robert Redford en la estupenda Leones por corderos.
El film está contado en tiempos paralelos entre los dos juicios y los hechos que en ellos se van exponiendo. El ritmo se mantiene durante todo el metraje. La puesta en escena y la estética general de la película, tiene un aire de clasicismo en las formas que recuerda en cierto modo al anterior trabajo de Fincher, la multinominada a los Oscar El curioso caso de Benjamin Button. No lo logró entonces, en favor de Slumdog millionaire, pero es posible que con esta película encuentre una nueva oportunidad.
[Julio R. Chico, La mirada de Ulises]
En “La red social” todo va a velocidad de vértigo, como la vida del su protagonista y la propia expansión de Facebook entre los internautas. Desde el inicio, su director David Fincher imprime a los acontecimientos y a las imágenes un ritmo tan endiablado como lo son las ideas que asaltan la mente del joven informático de Harvard. No hay tiempo que perder para hacerse con el mercado ni tampoco para ser uno de los amigos de esa red social… donde hay que estar presente. La vida pasa muy deprisa y se corre el riesgo de quedarse atrás, y por eso todo vale… solo hay que pulsar una tecla y agregarse al club virtual (o darse de baja). Fincher no hace únicamente un biopic de Mark Zuckerberg como creador de Facebook, sino que levanta la radiografía de una sociedad que necesita manifestarse y que le presten atención, que es frágil en su estructura y efímera en sus relaciones, y que muchas veces parece desorientada en su búsqueda de éxito… caiga quien caiga.
Por eso, el director construye la película de manera fragmentada, contando la historia de los inicios de la red social desde el juicio que enfrenta a Zuckerberg con varios “amigos” de circunstancias que ahora le han demandado. Todo cobra sentido a la luz del prólogo y de la última imagen frente al ordenador, ambas con su amiga Erica de interlocutora. La diferencia es que al principio ella está allí presente –aunque sea en un diálogo de sordos porque Zuckerberg está en su mundo– y al final solo es su foto sobre la pantalla lo que aparece… mientras él espera recuperar a la única persona que le dijo la verdad con franqueza. Entre medias, una azarosa vida desde Oxford hasta San Francisco en que el éxito llama a su puerta mientras crecen los amigos y los enemigos, con dos modelos financieros que navegan entre la lealtad de un Eduardo Saverin que estaba a su lado y el espejismo de un Sean Parker dado a los excesos.
La realidad del éxito y de la felicidad verdadera queda cuestionada por Fincher, como lo es la amistad aparente levantada sobre palabras vaciadas de contenido y subidas a golpe de clic. Frente a unos hombres que se mueven a ritmo de impulsos, dos mujeres –el resto son maniquíes de compañía– que se erigen en el sentido común que les falta a todos ellos: la mencionada Erica y la abogada del juicio, únicas con los pies en la tierra y que entienden el sentido de la amistad. Una constelación de millones amigos virtuales y solo algunos de verdad para un genio creativo desorientado, porque la realidad se le ha ido de las manos… y ha quedado colgado de la red. En este sentido, Fincher es implacable y rompe la película en numerosos fragmentos sin perder con ello claridad narrativa y manteniendo el tono alocado de la historia, con tantas subtramas como puntos de vista se ofrecen para dirigir esa naciente empresa que, por momentos, amenaza con destruir la paz social.
Magistral guión de Aaron Sorkin, preciso ya desde el diálogo inicial –visto de manera retrospectiva es brillante– hasta el golpe seco y contundente del final, con un entramado perfectamente anudado por un montaje ágil que sabe dejar momentos para interiorizar sensaciones de vacío emocional y de pérdida. Buenas interpretaciones de Jesse Eisenberg y de Andrew Garfield para la pareja protagonista, entre la genialidad obsesiva del friqui y la inocencia juvenil del financiero. No faltan momentos de comicidad, especialmente en torno a los gemelos Winklevoss –por ejemplo en su encuentro con el Rector–, ni tampoco temas para la discusión… como ese derecho a la propiedad intelectual y la ética. Pero, sobre todo, tenemos la necesidad de establecer relaciones sentimentales… aunque sea a través de la red, porque, no en vano, para eso nació Facebook. Nihil novum sub sole… en la era on line, donde sólo hay que intentar “no ser un gilipollas” (sic) y no morir de éxito.
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