
Aunque ya llevo años "desenganchándome" del cine de terror -el americano suele estar demasiado anquilosado con las mismas ideas y opciones visuales, y al oriental, que nos ha dejado buenas obras, a menudo cuesta mucho seguirle la estela-, merece mucho la pena reivindicar esta majestuosa película sueca, DÉJAME ENTRAR, sobre la que podemos convenir de entrada que se va a convertir, a la de ya, en uno de los puntales del cine fantástico europeo de la década.
La historia, dirigida por Tomas Alfredson, y basada en una novela homónima del también sueco John Ajvide Lindqvist, nos ofrece una particularísima, alucinada, brillante reinvención de los lugares comunes de la mitología vampírica (lo cual es ciertamente complicado, habida cuenta de que la sombre de Bram Stoker es la más recurrida del cine de terror). Es un filme de corte intimista, que busca la sugerencia y la belleza plástica de las soluciones visuales que propone en todo momento. Y que basa su fuerza en el aliento romántico que en definitiva habita en el meollo de las leyendas vampíricas. La formidable carga de ternura que reviste la relación entre los dos jóvenes adolescentes protagonistas, Oskar y Eli, canaliza por esa vía del romanticismo los resortes del relato, de forma tal que cuesta encorsetar el filme en los parámetros del cine de terror convencional, pues lo espeluznante convive de principio a fin con la poética alucinada que preside el relato de amor y que lo contagia todo.
Una película muy hermosa, ciertamente imprescindible.