
Clint Eastwood es una figura importante del cine americano de los últimos veinte (o treinta!) años, y en estos foros se ha hecho justicia a ello con diversos hilos comentando los valores de algunas de las últimas películas que realizó. Aunque cuando realizó Gran Torino manifestó que no volvería a ponerse ante las cámaras, ha hecho una excepción con esta obra que, precisamente, parece recoger el testigo de las reflexiones llenas que el propio Eastwood plantaba -a través de los personajes que interpretaba- en sus magistrales Million Dollar Baby o la citada Gran Torino, y por mucho que aquí sea otro realizador quien tiene encomendada la dirección de la película, Robert Lorenz. El peso específico de Eastwood, empero, brilla no sólo en esas afiliaciones temáticas; también en el look visual por razón de en las diversas facetas técnicas en manos de colaboradores habituales del cineasta, por su condición de co-productor y, evidentemente, por el peso que su interpretación carga a sus espaldas, una interpretación tan excepcional como la de su compañera en la película, Amy Adams, uno y otro que transmiten una química paternofilial de lo más intensa.
Película muy entretenida y al mismo tiempo emotiva, en ella se utiliza ese símbolo tan recurrente del cine norteamericano, el béisbol, para trazar una fábula en cuyo corazón late el proceso de reencuentro entre un anciano padre y su hija, distanciados por razones de carácter y por heridas del pasado que lograrán dejar atrás. Quizá no sea una gran película, pero la humanidad que desprende (y contagia) la hace especialmente recomendable. Delante o detrás de la cámara, larga vida a Eastwood!