La vida de P.K., huérfano desde los 7 años, no es fácil. Sin complacencias, y hasta con cierta crudeza en el tratamiento de la violencia, Avildsen fija su atención en las desgracias que le acaecen y en los amigos que le ayudan a sobrellevarlas. Para ello imprime al relato un tono dickensiano, donde se asoman diversos personajes: el hechicero que ayuda a P.K. a encontrar el valor; un alemán (Armin Mueller-Stahl) muy alejado de las ideas nazis en que se mueven los compañeros de internado; un negro (Morgan Freeman) que le enseña a boxear; el director de su college (John Gielgud); y María, su primer amor. Tampoco faltan los villanos, aunque sus rasgos están más desdibujados.
En ese contexto bien definido se hace un canto a lo que da título al film: la fuerza de uno, que admite dos lecturas igualmente atractivas. La actitud decidida de una sola persona puede hacer mucho por los demás. Y la unidad de un grupo de personas en torno a un ideal que vale la pena –la integración racial– da la fuerza para sacarlo adelante.
Destacan los muchachos que interpretan al protagonista en tres etapas de su vida –Brendan Deary, Guy Witcher, Stephen Dorff–, así como el magnífico elenco de actores secundarios. Estupenda la fotografía de Dean Semler y la música de Hans Zimmer, inspirada en temas africanos. El film tiene momentos intensos –escenas en el internado, el concierto en el campo de prisioneros–; sin embargo, se echa en falta una mayor coherencia interna –ciertas lagunas, brusquedad del final–, que de haberse cuidado podía haber convertido esta apreciable película en excelente
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