El Código da Vinci
Dirección: Ron Howard. País: USA. Año: 2006. Duración: 149 min. Género: Thriller. Interpretación: Tom Hanks, Audrey Tautou, Ian McKellen, Alfred Molina, Jürgen Prochnow, Paul Bettany, Jean Reno, Etienne Chicot, Jean-Yves Berteloot, Jean-Pierre Marielle, Marie-Françoise Audollent, Seth Gabel. Guión: Akiva Goldsman; basado en la novela de Dan Brown. Producción: Brian Grazer y John Calley. Producción ejecutiva: Dan Brown y Todd Hallowell. Música: Hans Zimmer. Fotografía: Salvatore Totino. Montaje: Dan Hanley y Mike Hill. Diseño de producción: Allan Cameron. Dirección artística: Giles Masters y Tony Reading. Vestuario: Daniel Orlandi. Estreno en España: 19 Mayo 2006. |
SINOPSIS
El catedrático y afamado simbologista Robert Langdon se ve obligado a acudir una noche al Museo del Louvre, cuando el asesinato de un conservador deja tras de sí un misterioso rastro de símbolos y pistas. Con su propia vida en juego, Langdon, ayudado por la criptógrafa de la poli-cía Sophie Neveu, descubre una serie de asombrosos secretos ocultos en la obra de Leonardo da Vinci, secretos que apuntan todos a una sociedad secreta encargada de custodiar un antiguo secreto que ha permanecido oculto durante dos mil años. Juntos se embarcan en una emocionante búsqueda que los lleva a París, Londres y Escocia, mientras reúnen pistas en un intento de-sesperado de descifrar el código y revelar secretos que harían tam-balear los cimientos de la humanidad.
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CRÍTICAS
[ J. M. Caparrós Lera, Vicepresidente de CinemaNet]
El Fenómeno Da Vinci
La película de Ron Howard, al igual que la novela de Dan Brown, es un mero thriller sin ningún rigor histórico
El subgénero de religión-ficción prácticamente nació con la adaptación cinematográfica de la novela de Henry Morton Robinson, El Cardenal, que llevó a la pantalla el maestro Otto Preminger en 1963. Inspirada en la vida del cardenal Spellman, éste intentó que se prohibiera la publicación del libro. Después, llegaría la exitosa versión de otro best-seller: Las sandalias del pescador, de Morris West, que llevó al cine el británico Michael Anderson en 1966, y fue premonitorio de Juan Pablo II. No obstante, este subgénero se consolidó con El nombre de la rosa, de Umberto Eco, que dirigió el cineasta galo Jean-Jacques Annaud en 1986, para tocar a fondo en el año 2001 con The Body, de Jonas McCord, un subproducto que coproduciría e interpretaría Antonio Banderas. Ahora, aprovechando el fenómeno de ventas de un libro de Dan Brown (más de 40 millones de ejemplares, en 44 idiomas), la industria de Hollywood ha visto en tal thriller (así lo califica en la cubierta Mondadori en su última edición) “la gallina de los huevos de oro”.
Al célebre novelista norteamericano (nacido en 1964), se le ha descrito como un brillante e imaginativo profesor que, desde que era adolescente, le encantaban los crucigramas, rompecabezas, acertijos y símbolos, facilitados por su padre, que era un reconocido matemático. De ahí que en sus fábulas novelescas (pues sus libros no son científicos) se haya prodigado descifrando cábalas secretas. El código Da Vinci (2003) –como todo el mundo sabe– trata del supuesto secreto clave del cristianismo: que Jesucristo se casó con María Magdalena y ambos tuvieron descendencia. “Aunque algunos han visto en Brown una mezcla de John Grisham y Umberto Eco, su escaso rigor y su prosa poco exigente, desde un punto de vista literario –escribía ayer el columnista Ángel Sánchez, en El Periódico de Catalunya– no le hacen merecedor de los dos millones de ejemplares vendidos en España e Iberoamérica.” (27-III-2005). En cambio, el autor de la novela sostiene que cuanto describe es sustancialmente auténtico, pues lo refrendan “documentos secretos” que dice conocer. Aun así, ante las críticas que se le han hecho, Dan Brown ha optado por añadir en su web que “The Da Vinci Code es una novela, es decir, una obra de ficción” (30-I-2006).
Sin embargo, ante el fenómeno Da Vinci, el profesor Massino Introvigne, un sociólogo italiano –especializado en esoterismo, sociedades iniciáticas e interrelaciones religión-violencia–, ha desmontado todas las afirmaciones de su colega norteamericano a través de un libro titulado Los Illuminati y el Priorato de Sión. La verdad en ‘Ángeles y demonios’ y ‘El Código Da Vinci’ (2005), donde demuestra las falsedades de Dan Brown y descubre la teoría del Gran Complot –en el que algunos incluyen a masones, templarios y hasta extraterrestres–; una confabulación que atrapa a la gente sencilla de hoy, tan propensa a simplificar en mitos sugerentes, pero falsos, la complejidad de la historia. Por su parte, la medievalista Sandra Miesel dice que el libro tiene tantos errores que “me sorprendo cuando en El Código Da Vinci encuentro algo que es exacto”.
La productora Sony-Columbia, a causa del gran negocio cinematográfico que le proporcionaba la novela, compró los derechos de este thriller de religión-ficción con el fin de realizar una película comercial que, sin duda, puede herir a los creyentes, no sólo católicos sino también otros cristianos; ya que el cristianismo en general y la Iglesia Católica en particular quedan injuriados. Y aunque a la major yanqui-japonesa se le rogó pusiera al principio del filme que cualquier parecido con la realidad era pura coincidencia, no ha accedido a hacer una advertencia que restaría su tono polémico, de calumnia o difamación. Únicamente Jim Kennedy, director de Comunicación de Sony, declaró: “Es una película de ficción, no un documental. No queremos ofender a nadie”.
Con todo, antes del estreno del filme, el profesor de Comunicación Institucional Marc Carroggio, de la Pontificia Università della Santa Croce, de Roma, se pronunciaría así: “El problema de un guión de este tipo es que ‘criminaliza’ a un grupo de personas. Presenta a la Iglesia como una banda de delincuentes que durante dos mil años ha estado dispuesta a todo con tal de mantener escondida una gran mentira. Aunque resulte grotesco, y a veces algo cómico, se acaba ofreciendo un retrato odioso de una institución, y está comprobado que los retratos odiosos generan sentimientos de odio en personas que carecen de recursos críticos. Me parece que no necesitamos más caricaturas de ninguna religión. Tendríamos que estar todos de la parte de la concordia, de la tolerancia, de la comprensión”.
El crítico de La Vanguardia, Lluís Bonet Mojica, sería el primero que destacó la decepción en su preestreno ante la crítica reunida en el Festival de Cannes: silencio sepulcral, ausencia de aplausos y algunos silbidos saludaron las dos primeras proyecciones de este filme ante la prensa especializada. Y añadió este colega: “No faltaron carcajadas cuando se revelan los antecedentes divinos de la criptóloga Sophie Neveu… Ella (Audrey Tautou), con su muecas; él (Tom Hanks, que ha cobrado 20 millones de dólares más un porcentaje de los beneficios), experto en simbología religiosa, mostrando siempre cara de póquer.” (18-V-2006).
Realizada con más oficio que brillantez formal por un oscarizado artesano de Hollywood, Ron Howard (nacido en 1954), el director de Una mente maravillosa (2001) y Cinderella Man (2005), con los referidos Tom Hanks (pues su habitual Russell Crowe, católico, rechazó el papel) y Andrey Tautou (Amélie) como la pareja protagonista, la película sigue con bastante fidelidad el enrevesado texto original, pero sintetiza los discursos, caricaturiza y adultera personajes (como el del inspector Fache, que interpreta Jean Reno). Asimismo, hace hincapié en algunos pasajes violentos y morbosos acaso también de cara a la taquilla. Con cierto clima de suspense y un ritmo algo trepidante, en escenarios atractivos –al igual que la novela–, la cinta intenta captar al sufrido espectador, pero al final acaba agotándolo con sus casi dos horas y media de metraje.
Estrenada en todo el mundo el 19 de mayo, con un gran lanzamiento mediático –en España alcanzó la cifra récord de 759 pantallas–, la nueva película de Ron Howard es, francamente, un mero producto de la serie B de la Meca del Cine, sin apenas categoría fílmico-creadora, que los aficionados enseguida olvidarán. Además, Sony Pictures ha desafiado al Tribunal de Defensa de la Competencia, que recientemente dictó la primera sentencia contra las prácticas abusivas de las multinacionales norteamericanas. Pero los 13 millones de euros que les han impuesto como multa son una nimiedad con lo que esperan recaudar en las salas.
Finalmente, en una época que en Occidente hemos condenado las caricaturas de Mahoma, y algunas autoridades eclesiásticas ya se han pronunciado en contra de esta novela y el filme comercial, es de suponer que los historiadores y especialistas continuarán descalificando a El Código Da Vinci como obra artística y literaria por su falta de rigor y nula categoría intelectual. Es más, si el gran público mundial evitara el visionado de tal película y no comprara los oportunistas videojuegos que también ha anunciado la compañía hollywoodiense abundarían menos estas engañosas producciones.
[Josep M. Sucarrats, Narracine]
El código vencido
Hay películas y pinículas, films y flins; el caso es que de todo hay en la viña del Señor. La pínicula que nos ocupa es simplemente un flín. Ha tardado Ron Howard cinco años en volver y tras el fracaso de su Código, lejos le quedará aquello del vincit tras el veni et vidi de los espectadores. No hay vincit para El Código da Vinci, sino más bien alunizaje forzado para una mente que no se ha mostrado prodigiosa en este caso. El mismo director de Apolo 13 y Una mente maravillosa ha definido como «frustrante» la reacción de la crítica a su película, mientras que la propia actriz protagonista, Audrey Tautou, declara: «Me cuesta entender la expectación que ha desatado el film».
Howard consigue lo imposible: rueda un libro que funciona como una película, y consigue una película que no funciona como tal. Para más inri, el director nos reta a ser pacientes y a ver su pinícula dos veces para responderle mejor. ¡Vaya, con Howard! La cinta es larga, muy larga, densa y pesada, repetitiva, desequilibrada, y con más de dos horas de metraje mal montado. ¿Y hay que volverla a ver? ¡Venga ya!
Lo que incita del Da Vinci es la polémica religiosa. Ya lo sabemos. Si la intriga, en vez de afectar a la Iglesia y despertar la erótica del secretismo masón, fuese con las maquinaciones de los órficos y Platón, el bombazo sería menos. Pero Howard se encarga de poner en imágenes ese Código que ya nos brindó Dan Brown.
Nada, y para resumir: Langdon (Tom Hanks) es un simbologista que se ve atrapado en una especie de asesinato y ritual, y deberá ayudar a la policía a descifrar una serie de extraños símbolos y mensajes. En este camino se cruza con Sophie Neveu (Audrey Tautou), con quien iniciará un periplo lleno de persecusiones policíacas y eclesiásticas que pretenderán impedir que descubran un secreto: Cristo se casó con María Magdalena, tuvieron un hijo y la descendiente está viva.
Para nutrir el invento, Howard ha puesto de todo: una especie de Golum reconvertido a monje al que le va el cilicio, un corrupto obispo del Opus Dei, una fea monja traidora, un policía fanático y ofuscado por la religión, un conjunto de falsedades históricas (como la desaparición de los Templarios), un Concilio de Nicea lleno de hooligans, y una pareja de protagonistas que ni llegan a cautivarse (la cara de palo de Hanks es antológica). Todo cogido por la patilla, sin convencimiento de ningún tipo. Y eso sí: con mucho triángulo a lo masón, y con mucha filosofía que suplante la religión (no en balde la protagonista se llama Sofía).
No hay que discutir todo del Código. Es ficción, y basta. El problema de esta pínicula aburrida y mal hecha no es que critique el límite de la Iglesia (llena de pecados), sino que presenta continuamente una distinción falsa entre buenos y malos, entre hombre y religión. Howard se deja llevar por el prejuicio de la dicotomía. No hay problema en que la Iglesia tenga límites, el problema es que no se presente como una vida, como un lugar, y que se sustituya por una filosofía que no es capaz de responder el sentido religioso del hombre, que clama por cumplir su deseo infinito. Howard se escandaliza del drama humano y le responde entusiasmado con una respuesta a lo new age, sin entender que la Iglesia, viviendo en la carne, vive también de Algo que nos da ya ahora el anticipo del infinito. No pierdan tiempo en este bodrio, y válgame la palabra como sinónimo de “flín”.