LA INFLUENCIA DEL CINE EN JÓVENES Y ADOLESCENTES
[Alfonso Méndiz, Prof. de Cine y Publicidad,Universidad de Málaga
Colaborador de Cinemanet]
3. El cine como factor de legitimación
En el artículo anterior vimos que el cine contribuye, con la difusión internacional de los filmes, a la homogeneización cultural de todos los países. Pero ésta es sólo una parte del influjo que las películas ejercen sobre las audiencias. Tudor señala, junto a la función de socialización, otra función de legitimación. “La primera —afirma— es el proceso por el cual las películas, como parte de nuestra cultura, nos suministran un ‘mapa’ cultural para que podamos interpretar el mundo. La segunda es el proceso más general por el cual las películas se usan para justificar o legitimar creencias, actos e ideas”(5).
Hoy en día, el cine ha legitimado conductas y percepciones de la realidad que antaño provocaban el rechazo o la discrepancia de la mayoría de la población. Sin embargo, hoy en día esas cuestiones se aceptan como inevitables, o incluso como “tal vez correctas”, por la carta de legitimidad que las películas le han otorgado. Entre otros aspectos que el cine ha contribuido a legitimar, podrían señalarse éstos que afectan directamente a la familia:
— La homosexualidad, en cintas como Brokeback Monutain, Philadelphia, Las horas o La boda de mi mejor amigo.
— La convivencia durante el noviazgo: en teleseries de audiencia juvenil, como Compañeros y Al salir de clase, o en otras muchas teleseries: Aquí no hay quien viva, Los Serrano, etc.
— La ruptura familiar —incuso el adulterio— como liberación personal. Entre otros filmes, cabe citar Memorias de África o Los puentes de Madison.
— La eutanasia, con la promoción alborotada de películas ideológicamente orientadas, como Million Dollar Baby o Mar adentro.
Ciertamente, el cine ha sido siempre una “fábrica de sueños”. En ellos nos proyectamos y tratamos de configurar nuestras identidades. Por eso, porque son punto de referencia para nosotros mismos, el cine ha sido también comparado a un gran espejo en el que nos miramos y buscamos nuestro verdadero rostro. Lo que esa imagen autoriza a pensar o a actuar, será asumido por nosotros como algo legítimo, validado y plenamente aceptable en nuestra vida.
4. Capacidad sugestiva de las películas
Hasta ahora, hemos reflexionado sobre dos aspectos importantes de las películas que afectan a la esfera social: los factores de socialización y de legitimación. Esto ha requerido adoptar una consideración del ser humano desde una perspectiva externa y colectiva. Ahora nos adentraremos en dos ámbitos que afectan directamente a la psicología: la capacidad de sugestión de las películas y la llamada “transferencia de personalidad”. En síntesis, trataremos de descubrir la influencia del cine en nuestros mecanismos de cognición e interpretación de la realidad. Esto supondrá adoptar una consideración de la persona desde una perspectiva más individual e introspectiva.
Por lo que respecta a la sugestión de las películas, es evidente que este medio de comunicación supera con creces la capacidad de cualquier otro. La representación de la realidad en los filmes es siempre viva y fuerte, emocionalmente dramática, y con frecuencia se acaba asimilando como una experiencia vivida. Así, por ejemplo, una chica joven podría pensar: “¿Cómo me van a decir mis padres la forma en que debo relacionarme con mi novio? ¡Si yo sé cómo es (aproximación epistemológica) y cómo debe ser (aproximación axiológica) esa relación! Lo he visto con mis propios ojos, lo he vivido”. En realidad, lo ha visto y lo ha “vivido” en el cine, pero lo ha asimilado como algo experimentado en primera persona. Esas imágenes le han permitido asumir la instancia de testigo presencial: considera verdaderamente que ha protagonizado esos hechos, y por tanto le parecen más verdaderos y reales que los discursos de sus padres y educadores. El tratamiento del tema, la historia “vivida” o “experimentada” en esa película, adquiere así el estatus de algo incontestable, afirmado por su propia vivencia.
Esta faceta de “manipulación de la experiencia” resulta mucho más importante en los jóvenes, pues son más vulnerables al poder fascinador de la imagen. Cuando en la escuela se habla de conductas o creencias, o cuando sus padres les proponen hablar “de algo serio”, inmediatamente ponen un filtro ante lo que oyen, porque lo interpretan como “imposición de valores”, como “sermón” o, en el peor de los casos, como abierta manipulación. Pero nada de eso ocurre cuando ven una película: las historias (asumidas como “experiencias” personales) no se enfrentan a ningún filtro intelectual: penetran en su mundo interior a remolque de las emociones vividas.
Por otra parte, el cine posee un impacto multidimensional, del que difícilmente podemos sustraernos. A diferencia del periódico o la revista, que afecta sólo al sentido de la vista; o a diferencia de la radio, que incide sólo sobre el oído, el cine influye en varios sentidos al mismo tiempo. Ofrece una imagen, como la pintura o la fotografía (con un estudiado tratamiento de la luz, el encuadre, la composición y el cromatismo), pero añade a la vez la sugestión del movimiento (como en la danza o en el baile); y, al mismo tiempo, nos envuelve con la banda sonora (como en una audición musical), y realza la acción con los efectos de sonido, y con una modulación de la voz en los actores, y con una retórica verbal en el guión. Todo ello está afectando simultáneamente a nuestro psiquismo, que es incapaz de separar todos esos estímulos y anteponer para cada uno de ellos el adecuado filtro. Por todo ello, resulta muy difícil sustraerse al impacto que puede producir una secuencia bien planificada, y prácticamente imposible atemperar el juego de emociones que va desarrollando el argumento del filme: porque la historia se “siente” al compás de la música; y la interpretación de los actores, con la luz o la decoración que se han escogido para esa escena.
El propio ambiente de la sala contribuye a que “nos metamos” en la historia ficticia. Se apagan las luces, se enciende un proyector sobre la pantalla de grandes proporciones y empieza el sonido de una música que procede de todas direcciones. Nada nos distrae de esa trama que comienza: ni hay contertulios, como cuando vemos el televisor, ni llamadas telefónicas o tareas pendientes. Todo está pensado para invitar a la relajación y la contemplación; y, de hecho, los ojos no pueden ver si no es en la dirección de la pantalla.
Es precisamente en esas circunstancias cuando acontece lo que Woody Allen plasmó metafóricamente en la película La rosa púrpura del Cairo: el espectador se siente impulsado a cruzar el espacio que le separa de la pantalla y, con su imaginación, entra en el mundo de la ficción cinematográfica y experimenta en sí las emociones que viven los personajes: se alegra, se entristece o se enamora con el protagonista, y hace vida propia sus inquietudes e ideales.
NOTAS:
(5) TUDOR, A. Cine y comunicación social, Gustavo Pili, Barcelona, 1975, p. 271.
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