SINOPSIS
Manuel, de 9 años, tiene una vieja pelota con la que juega al fútbol todos los días en el campo. Sueña con llegar a ser un gran guardameta. Y el sueño parece que se cumple cuando Ernesto, su padre, le regala un balón nuevo. Pero un accidente inesperado hace que el balón caiga en un campo minado. A pesar del peligro, Manuel decide no abandonar su balón… Convence a Julián y a Poca Luz, sus dos mejores amigos, para que juntos lo rescaten. En medio de las aventuras y los juegos infantiles, los signos de un conflicto armado empiezan a aparecer en la vida de los habitantes de la vereda “La Pradera”.
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CRÍTICAS
Los pocos habitantes de la vereda La Pradera, en una zona selvática de Colombia, viven angustiados por las continuas luchas entre el ejército y la guerrilla, y por las terribles matanzas que generan entre la población civil. Manuel (Hernán Mauricio Ocampo), de 9 años, se evade un poco del conflicto jugando al fútbol con sus amigos. Cuando su padre, Ernesto (Genaro Aristizábal), le regala un nuevo balón, Manuel se siente profundamente feliz, pues, además, acaba de llegar al remoto lugar una joven maestra (Carmen Torres), que le cae muy bien. Sin embargo, su alegría dura poco, pues el balón cae en un campo plagado de minas, y se recrudece el acoso de la guerrilla y del ejército a los lugareños.
Premio Nuevos Directores en el Festival de San Sebastián 2010, y Goyesca del Público y Mención Especial del Jurado en el Festival de Ronda de ese mismo año, este primer largometraje del colombiano Carlos César Arbeláez ofrece un retrato triste, pero muy emotivo, de las dramáticas consecuencias de las luchas armadas entre la gente sencilla, vistas en todo momento desde la inocente perspectiva de los niños. A veces, pesa un poco la carencia de medios del filme y la condición no profesional de sus actores. Sin embargo, los niños protagonistas rezuman autenticidad, y refuerzan así las positivas reflexiones del filme sobre la importancia de la familia, la educación y la religión, como cauces para romper las espirales de odio fratricida como la que describe la película. Eso sí, aunque está abierto a la esperanza, el desenlace cede a ese fatalismo un tanto forzado, demasiado habitual en este tipo de películas de denuncia.
Ambientada en las bellas pero conflictivas selvas de Colombia, Los colores de la montaña es un sencillo pero sobrecogedor retrato de las hostilidades entre las guerrillas y el ejército del país elaborado a través de una tierna perspectiva infantil. Su protagonista es un joven chiquillo que ve peligrar, junto a sus compañeros, la inocencia propia de su temprana edad en un mundo dolorosamente determinado por las disputas adultas, y en el que los juegos de niños parecen condenados a desaparecer entre las explosiones de las minas antipersona.
La pureza y los valores infantiles son, en el film, el punto de luz de una oscura realidad y la esperanza para un futuro que dependerá de la triste capacidad del propio hombre de corromper la sencillez del alma de los niños. El debutante Carlos César Arbeláez reúne a un grupo de intérpretes poco contrastados (entre los cuales cabe destacar una excelente y espontánea actuación de Hernán Mauricio Ocampo en el papel de Manuel) para que carguen con el peso de una historia dura y trágica dirigida con mucho realismo y sobriedad, y alejada por completo de excesos dramáticos y de soluciones efectistas. Igualmente, se desmarca acertadamente de posturas ideológicas para centrar la narración, construida con pocos medios muy bien aprovechados, en un relato humano y entrañable enmarcado en un contexto de constante violación de la naturaleza del hombre.
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