[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
Se murió Steve Jobs, sí. El creador de Apple y Pixar y, lo más importante, el co-creador de una familia de sangre compuesta por su mujer y sus cuatro hijos. Así es. Supongo que una de las famosas máximas de Freud, “Cada uno de nosotros tiene a todos como mortales menos a sí mismo”, se ha cumplido de nuevo. Como con las más de 100.000 muertes que hay a diario en el mundo.
Que no me malinterprete el lector. Steve Jobs era un verdadero genio, sin duda. Un elegido, uno de esos raros personajes que la historia regala al mundo cada diez o veinte años para que la humanidad avance lo que no ha conseguido en décadas. Digo raro por excepcional, no por excéntrico. Porque si justamente podía presumir de algo, era de saber cómo empatizar con las personas y descubrir nuevas formas de comunicación entre ellas. Él, aun siendo una persona más, no fue un cualquiera.
En fin, el caso es que el bueno de Steve sabía un rato de la muerte. Muy conocido es el discurso que dio a los alumnos de Stanford, USA, pocos meses después de superar un dramático cáncer de páncreas. El vídeo completo se puede ver aquí. Destilaba bastante sentido común y bastante sentido del humor, como otras dos citas suyas confirman: “Pensamos que Apple tiene una responsabilidad moral para mantener la pornografía fuera del iPhone. La gente que quiera porno puede comprar un Android”, y “Microsoft Office para Mac es el mejor programa que ha publicado Microsoft”.
Lo que más me gusta de todo esto es que Steve, en aquella alocución en Stanford, aludía, supongo que sabiéndolo, a infinidad de ideas ya expresadas en el séptimo arte. Porque el cine no se olvida de la muerte. Unas veces para tratar de ella directamente, como ocurre en clásicos como El séptimo sello (formidable), ¡Qué bello es vivir! (imperecedera), Paseo por el amor y la muerte (desconocida obra de John Huston y, sin embargo, fascinante) y La muerte de vacaciones (jugoso precedente de la archiconocida ¿Conoces a Joe Black?); y otras veces porque los argumentos regalan finales memorables, dramáticos o demoledores (baste mencionar filmes tan variados como Bambi, Doctor Zhivago, Tiburón, El sexto sentido, The Passion, Se7en o Braveheart).
La muerte, por ser de las realidades más universales y misteriosas que conciernen al ser humano, suscita un interés creciente: creciente conforme uno va envejeciendo, aunque también creciente conforme se madura y se sufren varapalos en la vida. Unas cuantas joyas del cine se han encargado de recordarnos que todos somos mortales y que la peor actitud que podemos mostrar ante ello es la de la indiferencia. ¿Y qué debemos concluir tras una larga reflexión sobre el fin de nuestros días? Uy, creo que eso es cosa de cada uno. Yo, desde luego, confío en que después de la muerte haya algo. No puedo concebir algo más estéril, gris y desasosegante que una vida, la de cada uno, carente de sentido.
Tema aparte es que cerrar los ojos por última vez nos inquiete y llene de preguntas sin respuesta. Qué demonios, quizá quien mejor ha expresado nuestra confusión haya sido Woody Allen: “A mí no me asusta morir. Sólo que no quisiera estar presente cuando me ocurra”.
P. D. Uno de los grandes del séptimo arte, Spielberg, dejó escrito ayer: “Steve Jobs fue el mayor inventor desde Thomas Edison. Puso el mundo en nuestras manos”. Nos toca cogerle el relevo.