José Miguel Núñez escribió hace algunos años un libro delicioso recogiendo el sistema preventivo de don Bosco en el trato con tanta juventud herida: Sólo el amor salva.
Tema trascendental que podemos observar en tantas obras cinematográficas a lo largo de la historia. Como señala Gabriel Sales en su crítica a la película Anora ganadora del Óscar 2025: “La inocencia, por muy encharcada que esté en las cloacas de esa ciudad que nunca duerme, siempre busca abrirse paso. Tristemente rara vez lo hace, o más bien no le dejan hacerlo”. Sin embargo, es posible siempre que haya alguien capaz de amar y sentirse amado de verdad. Decepciona ver como en Anora se normalizan acciones que incapacitan para ello. Se validan todo tipo de excesos envueltos en una calidad técnica que los enmascara. Y, bajo capa de realismo tragicómico, se pierde el arte y la esperanza.
Dicho esto, sobre esta misma temática y salvando las distancias de todo tipo, comento aquí una rareza mezcla de géneros: Pasión que redime de 1947. Robert Stevenson dirigió esta película sobre la novela de Edward Sheldon, conocido dramaturgo estadounidense creador de Salvation Nell (1908) y Romance (1913), que también fue llevada al cine con Greta Garbo.
Sheldon, con 29 años, enfermó de artritis reumatoide y quedó muy afectada su capacidad visual. A pesar de ello no solo no dejó de escribir sino que se convirtió en una inspiración y un apoyo a nivel creativo y emocional para sus muchos amigos como Julia Marlowe y John Barrymore.
Hedy Lamarr, Denis O´Keefe, John Loder, William Lundigan son los principales protagonistas de esta película. Hedy Lamarr se empeñó en esta adaptación de la obra teatral a la pantalla grande. Hedwig Eva Maria Kiesler, conocida como Hedy Lamarr, fue una actriz de cine e inventora austríaca. Inventó la primera versión del espectro ensanchado que permitiría las comunicaciones inalámbricas de largas distancias durante la Segunda Guerra Mundial. Una gran mujer con excepcionales talentos.
Madeleine Damien (Hedy Lamarr), es la editora jefe de una revista de moda. Compagina su trabajo con una intensa vida social por la noche aunque sus numerosas aventuras, carentes de amor, la dejan insatisfecha e infeliz. Con el ejecutivo de la revista Jack Garret (William Lundigan) y con el rico joyero Felix Courtland (John Loder), anunciante de la revista, tendrá desencuentros constantes. Los intentos de chantaje de Garret llevan a una Madelaine, deprimida y cansada, a querer quitarse la vida. El intento fallido de suicidio le lleva a reflexionar y comienza unas sesiones de tratamiento con el psiquiatra Richard Caleb (Morris Carnovsky). Este especialista le pedirá abandonar su peligroso estilo de vida y Madeleine, bajo una identidad falsa, se mudará a otra zona de la ciudad para desvincularse de sus antiguos socios.
Un joven médico, capitán de reserva e investigador, David Cousins (Dennis O’Keefe), será su nuevo vecino en la finca. La relación sencilla y la colaboración en los trabajos del científico llevan a Madeleine a descubrir un estilo de relación saludable, una amistad auténtica. David, por su parte, se enamora de ella ignorando su pasado. Cuando Courtland y Garret descubren su paradero, irrumpen en su nueva vida y queda implicada en una investigación por asesinato.
En mi opinión, Pasión que redime (1947), es una estimable película de Robert Stevenson. La trama es atractiva, a la vez que elegante, a la hora de tratar un tema complejo en el que no necesita explicitar para dejarlo claro: observamos una mujer egoísta y vacía, carente de amor auténtico y una búsqueda ansiosa por ser amada que la incapacita para ser feliz. El giro sorprendente en el film está bien narrado. La mujer, que parece tener lo que desea, decide cambiar de modo radical ante una vida sin sentido. La película logra una desconcertante atmósfera, mezclada con toques psicoanalíticos, y con la intriga de tener que ocultarse para seguir adelante con su nueva y humilde vida.
En Pasión que redime, adelantada a su tiempo, se tratan temas muy actuales: Madeleine Damien tiene una vida frívola y llena de excesos, pero en sus ojos hay desesperación y sombras como señala uno de sus galanes. Vive como quiere pero cediendo siempre a las seducciones de los hombres tras las primeras resistencias. Es el cotilleo de la empresa por sus numerosos romances. Incluso hacen apuestas sobre ello. Este desequilibrio la llevará a un punto límite sufriendo una fuerte crisis de identidad cuyas raíces se esconden en un pasado traumático en la relación con su padre. Etiquetada por todos se siente despreciable hasta que acepta su realidad de mano del psiquiatra: “enfréntese a sí misma con honradez. Cuando lo consiga no volverá a tener miedo”. De hecho, Madeleine, creyendo no hacer daño a nadie se maltrata a sí misma. No se reconoce.
Se trata de temas de gran calado que invitan a reflexionar sobre el sin sentido de tantas vidas que se malogran en la búsqueda del placer o del poder sin asomo de alegría.
El director de la cinta, Robert Stevenson, realizador de obras de la talla de Alma Rebelde (Jane Eyre, 1943), fue reconocido a nivel mundial por sus trabajos con Disney, en especial por Mary Poppins de1964. Sin embargo, demostró con esta obra que no se le daba nada mal la intriga y la dirección de actores. En este film consigue un relato fluido, y unas interpretaciones adecuadas, destacando la de Hedy Lamarr, que lo hace bien y ofrece, en sus primeros planos, una espectacular belleza no exenta de misterio. Los primerísimos planos de Madeleine antes de lanzarse al suicidio fallido o al escuchar desesperanzada los testimonios en el juicio son magníficos. A la vez la cámara capta el cambio de su rostro tenso a un tono más relajado, e incluso infantil, al establecerse en un cuarto pequeño a las afueras de la ciudad. Allí, la vemos pintar cuadros y colaborar ilustrando la investigación del capitán médico, su vecino de piso, del que va enamorándose con el trato.
El resultado es un film de intriga, de acción y de relaciones humanas complejas que permiten ahondar en las heridas afectivas del alma humana. Sorprende que al comienzo parece ser un film de estilo sobre todo romántico, para pasar a ser un film de juicios y corte criminal. Resulta entretenida en todo momento. El guion es impecable y la puesta en escena logran atrapar al espectador alrededor de la peculiar personalidad de la protagonista y al esfuerzo por salvarla de la red en la que se ha metido desde su fragilidad emocional. Así, por ejemplo, nos dosifican la información sobre la salud mental de la protagonista a través de frases contundentes: “eres una mentirosa encantadora”, “dudo que te creas a ti misma”, “tomas pastillas rojas para el insomnio y otras para despertar”…
De gran actualidad es también la situación complicada por un pasado traumático que la lleva a una gran inestabilidad afectiva y a una búsqueda ansiosa por lograr la paz y la serenidad tras sus continuas frustraciones. Como dice el psiquiatra al comentar su estilo de vida “ha estado insultando su cuerpo y su alma” pero puede cambiarlo… Le repite machaconamente: “depende de usted”. Se apela con insistencia a la voluntad de la paciente, a su libertad última. De hecho, cuando es buscada por su antiguo amante, el psiquiatra no duda en decirle que “está creándose un alma nueva”. La película en sí es Hedy Lamarr con su imagen de una persona desconcertante, antipática y en ocasiones cortante. Una máscara que esconde un ser herido.
Observamos su desequilibrio interior en múltiples secuencias en las que ella actúa contrariamente a lo que ha manifestado desear inicialmente… A la vez muestra su capacidad de recuperación en la aceptación del claro diagnóstico del especialista que la trata: “padece de la enfermedad de estos tiempos, una melancolía neurótica”. El suicidio de su padre, que parecía vivir una alegre vida pero no fue feliz y se suicidó, le ha marcado profundamente. Huye de sí misma yendo de emoción en emoción sin tener el valor para ver su interior. Sin paliativos comentará su psiquiatra: “decidió drogarse proporcionándose más emociones”.
La redención de Madeleine se dará gracias al amor del científico. A partir de la seguridad de ese amor será capaz de testificar en el juicio, de defenderse… Un amor que estará a punto de quebrarse porque no puede haber una relación basada en una mentira. Amar es compartir, como dirá su consejero. Finalmente, la verdad saldrá a la luz y con ella revivirá un amor que sí era auténtico pese a la identidad encubierta de la protagonista. Que el amor salva, cura y redime es algo que la literatura, el cine y la historia ha demostrado infinidad de ocasiones.
Una vez más vemos la necesidad de confiar en que el ser humano es capaz de sanar sus heridas cuando se siente estimado, querido y valorado sobre todo en su vulnerabilidad. Es el amor lo que salva. Solo quien ama y se siente amado puede revivir, empezar de nuevo, resurgir de las cenizas. La visión del mundo y de la propia vida queda transfigurada, y de algún modo irreconocible, en esta nueva luz que irradia belleza en las cosas más sencillas. Cuando la cámara entra despacio por la ventana y vemos la habitación destartalada de Madeleine, la vemos disfrutar de sus cuadros, su rostro es diferente y sus vestidos también. Efectivamente “ha cambiado” como señalará uno de sus antiguos admiradores.
En resumen, Pasión que Redime (Dishonored Lady, 1947) nos ofrece, con elegancia, sin estridencias, y con un sugestivo argumento, tres de los géneros y de los contenidos más recurrentes del cine clásico americano de los años cuarenta: el cine negro, el melodrama y las temáticas del falso culpable y del psicoanálisis. Intriga, acción y sentimientos al más puro estilo del romanticismo, pero tratados con una intachable sobriedad en las formas y gran claridad argumental en el modo de manejar las complejas cuestiones que se presentan a nivel ético, moral, afectivo y existencial.