Dirección: William Wyler. País: USA. Año: 1959. Duración: 212 min. Intérpretes: Charlton Heston, Jack Hawkins, Haya Harareet, Stephen Boyd, Hugh Griffith, Martha Scott, Cathy O’Donnell, Sam Jaffe, Finlae Currie, Frank Thing, Terence Longdon, George Relph, André Morell. Guión: Karl Tunberg, basado en la novela de Lew Wallace. Producción: Sam Zimbalist. Fotografía: Robert Surtees. Música: Miklós Rózsa. Montaje: John D. Dunning y Ralph E. Winters. Dirección de producción: Edward Woehler. Dirección artística: Edward C. Carfagno y William A. Horning. Decorados: Hugh Hunt. Vestuario: Elizabeth Haffenden. |
SINOPSIS
En los años del Imperio Romano del reinado de Augusto y su sucesor Tiberio, Judá Ben-Hur, hijo de una familia noble de Jerusalén, y Mesala, tribuno romano que dirige los ejércitos de ocupación, se han convertido en enemigos irreconciliables. Ben-Hur es acusado de atentar contra la vida del nuevo gobernador romano y Mesala le encarcela, junto a su familia.
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CRÍTICAS
Cincuenta años disfrutando de “Ben-Hur”
Dentro de la antología del cine descuella la película “de romanos” por excelencia: “Ben-Hur” (1959), estratosférica y espectacularísima superproducción dirigida por William Wyler. Este largometraje rodado en Cinemascope supuso la salvación de la Metro-Goldwyn-Mayer, una compañía a punto de declararse en quiebra cuando comenzó el rodaje. La inversión superó todas las cifras conocidas hasta la fecha, sin embargo su recaudación en taquilla compesó con creces ese gasto. “Ben-Hur” es una de las tres únicas películas que han conseguido once premios Oscar, junto con “Titanic” y “El señor de los anillos: El retorno del rey”. Aunque, en cierto modo, comparar los once Oscars de “Ben-Hur” y los de “Titanic” viene a ser como comparar a Frank Sinatra con David Bisbal. No en vano, de estas tres producciones sólo “Ben-Hur” mereció el Oscar por la interpretación de sus actores (tanto el principal como un secundario). Charlton Heston (1923-2008), que encarna a Judá Ben-Hur, ganó con este largometraje su único Oscar.
Tres décadas antes de Heston, se había rodado otra versión de “Ben-Hur”, a cargo de Fred Niblo y en la que, por cierto, trabajó William Wyler. La versión de 1925 es una de las grandes realizaciones del cine mudo, sobre todo por su meticulosa planifación, y secuencias deslumbrantes como el desfile en Roma o la carrera de cuádrigas. Niblo dejó el listón muy alto, por lo que la labor de su ayudante Wyler será extraordinaria en 1959. Con la sola excepción de “Infiltrados”, “Ben-Hur” constituye el único “remake” que ha alcanzado el Oscar como mejor película. Sobra especificar la ingente preparación de cada parte de esta obra maestra, sus escenarios, platós, exteriores, montajes, decorados, maquillaje, vestuario, etc. Por lo tanto, y antes de entrar en materia, sólo nos detendremos en un aspecto: la música. La banda sonora que compuso Miklós Rózsa para “Ben-Hur” dota a la historia de gran parte de su intensidad dramática y profundo tono épico. Aparte de “Psicosis”, “Doctor Zhivago”, “La pantera rosa” o “La guerra de las galaxias” pocas piezas musicales han expresado de modo tan rotundo la síntesis de una trama.
Judá Ben-Hur es un príncipe judío que se reencuentra en Jerusalén con su amigo de la infancia, el romano Mesala (Stephen Boyd). Los niños se han convertido en hombres y sus diferencias políticas y religiosas han quedado tan remarcadas que pasarán a declararse enemigos a muerte. Judá estará condenado a remar en galeras, pero obtendrá la libertad y triunfará como hábil auriga en el circo. Sin embargo, su odio y rencor seguirán haciendo de él un esclavo. Se cruzará con el amor de la hija de un antiguo sirviente –aunque ella siempre se ha sentido libre–, y conocerá la inefable misericordia de un carpintero de Nazareth, un rabino que habla como antes nadie lo había hecho. Que habla de un Dios que está en el interior de todos los hombres.
Basada en la novela homónima de Lewis Wallace (1827-1905), que se publicó en 1880, “Ben-Hur” narra una historia abierta a la esperanza y al entendimiento religioso. En esta superproducción de la MGM, un jeque árabe acoge y ayuda a un judío, algo que hoy nos choca con las noticias de Oriente Medio. El director Wyler, que era judío, elabora una de las películas de mayor sensibilidad cristiana, en especial por el respeto con que trata a Jesús, siempre con sutilidad, sin necesidad de mostrar su rostro ni articular su voz. Jesús da de beber a un sediento Judá, ante los malos tratos del legionario romano que lo lleva preso. La cara de Jesús se refleja en Judá y en el legionario, quienes se sienten profundamente conmovidos. En parte por este toque tan delicado e intenso del aspecto religioso, “Ben-Hur” guarda claros contrastes con “Gladiator (2000)”, de Ridley Scott.
En la producción de Scott, se descarta intencionadamente la referencia al cristianismo. “Gladiator” se ambienta en el final de la dinastía de los Antoninos, una época en que los cristianos ya constituían un sector reconocible de la sociedad, si bien sometidos por temporadas a ciertas persecuciones. En el rodaje de “Gladiator” hay una escena excluida del montaje final en que Máximo –el general hispano convertido en gladiador– mira a través de su celda en el anfiteatro. Observa la arena, los espectadores del Coliseo y el “número” de espectáculo que se brinda antes de que él salga a combatir contra otros gladiadores. Este “número” consiste en ver cómo un grupo de leones devora a unas familias cristianas. Máximo mira a las familias; padres, madres e hijos se abrazan de rodillas, serenos, esperando el martirio. Máximo se fija en uno de los niños, que lo mira fijamente, con más resignación que pena. El niño se agarra a su padre, con la cabeza inclinada. ¿Por qué Scott eliminó esta escena, que apenas duraba un minuto? Quizá porque Máximo, que reza con piedad a sus antepasados, se aferra a la venganza como único resorte vital.
Vidas paralelas
Al tiempo del paso por la Tierra de Jesús de Nazaret, un judío, Ben-Hur, sufre junto a los suyos duras pruebas que le empujan a vengarse de quien fuera su amigo, el romano Messala.
Al acabar la guerra de secesión americana el general nordista Lew Wallace concibió su obra sobre un coetáneo de Jesús, esclavizado y condenado a galeras, mientras su madre y su hermana contraían la lepra en prisión. Fue tan popular que se llevó al teatro y al cine. En1925 Fred Niblo hizo una espectacular versión muda y en 1959 fue William Wyler quien tomó el relevo. Su film ganaría 11 Oscar, incluido el de mejor película. Curiosamente, Wyler fue ayudante de dirección en el film de Niblo.
A Wyler, Oscar al mejor director por tercera vez, le atraía rodar una película grandiosa, pero, acostumbrado a mimar a los personajes, sentenció: «Esta vez habrá que preocuparse de la gente». Y fue esa mezcla de intimismo y grandiosidad la que cautivó al público. Como decía un Charlton Heston que nunca ha estado mejor, «hizo un film personal», lo que no era nada fácil. A ello ayudó la intervención en el guión de Christopher Fry, que no sólo pergeñó unos diálogos razonables para le época descrita, sino que, según decía, vio que «la relación emocional significativa es la de amor/odio entre Messala y Ben-Hur». Resulta un gran acierto no mostrar nunca el rostro de Jesús, a quien se ve de espaldas. Y la escena de la crucifixión, con la sangre regando la Tierra, es de una belleza inefable.
En el film de Wyler mejora el dibujo de la relación entre Ben-Hur y Messala, muy esquemático en la versión de Niblo. Su reencuentro al principio dibuja una gran amistad y su triste ruptura por las diferencias entre romanos y judíos. Y el intento reconciliador de Ben-Hur tras la carrera de cuádrigas choca con el anuncio rencoroso de Messala de la lepra de la madre y la hermana.
La carrera de cuádrigas de Ben-Hur es una escena emblemática de la historia del cine. Si la versión de Niblo era notable, la de Wyler, rodada con los directores de 2ª unidad Andrew Marton y Yakima Canutt, es casi insuperable. Son 10 minutos de ‘tempo’ magnífico: planificación y montaje, aparcamiento momentáneo de la soberbia partitura de Miklos Rozsa para usar sólo el sonido de los carros y el público, voltereta asombrosa de Canutt en uno de los momentos en que dobla a Heston, posicionamiento de la cámara en lugares que se dirían imposibles, el plano de un ‘espontáneo’ que exhibe el casco del caído Messala… Como explica Wyler «dos horas de la historia cimentan la enemistad de estos dos hombres y la dirigen a este clímax».
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Inesquecivel este filme. Sempre o revejo e me encanta cada cena. Existem filmes biblicos incriveis: Dez Mandamentos, Queda do Imperio Romano, Jesus de Nazare, dentre outros.