El Truco Final
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Dirección: Christopher Nolan. Países: USA y Reino Unido. Año: 2006. Duración: 128 min. Género: Drama, thriller. Interpretación: Hugh Jackman (Robert Angier), Christian Bale (Alfred Borden), Michael Caine (Cutter), Scarlett Johansson (Olivia Wenscombe), Rebecca Hall (Sarah Borden), Andy Serkis (Alley), Piper Perabo (Julia McCullough), David Bowie (Nikola Tesla), Samantha Mahurin (Jess). Guión: Christopher Nolan y Jonathan Nolan; basado en la novela "El prestigio" de Christopher Priest. Producción: Aaron Ryder, Emma Thomas y Christopher Nolan. Música: David Julyan. Fotografía: Wally Pfister. Montaje: Lee Smith. Diseño de producción: Nathan Crowley. Vestuario: Joan Bergin. Estreno en USA: 20 Octubre 2006. Estreno en España: 12 Enero 2007. |
Todo comienza en el agitado Londres de finales del siglo XIX. En una época en la que los magos son los ídolos más reconocidos, dos jóvenes ilusionistas se proponen labrar su propio camino a la fama. El ostentoso y sofisticado Robert Angier es un consumado artista, mientras que el rudo purista Alfred Borden es un genio creativo que carece de la desenvoltura necesaria para mostrar al público sus mágicas ideas. Al principio son dos compañeros y amigos que se admiran mutuamante. Sin embargo, cuando el mejor truco de ambos se echa a perder, se convierten en enemigos irreconciliables e intentan por todos los medios superar al otro y acabar con él. Truco a truco, espectáculo a espectáculo, se va fraguando una feroz competición que ya no conoce límites.
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CRÍTICAS
Secretos y mentiras… para una ilusión
Cuando aún permanecen en nuestras retinas las imágenes de "El ilusionista" (Neil Burger), el director de "Memento" o "Batman begins" nos presenta una película que es en sí misma un auténtico truco de magia, tanto por su barroco guión como por su elaborada puesta en escena. Sabemos que la clave del ilusionismo está en crear efectos de realidad, en saber trasformar lo ordinario en extraordinario para después devolver al espectador a lo cotidiano: un mundo de apariencias, mentiras e ilusiones que adornan y encubren una realidad que a veces puede ser dura, cruel y hasta terrorífica. Eso es lo que sucede a Robert Angier y Alfred Borden, amigos y después rivales en el arte del engaño, obsesionados por el favor del público hasta el extremo de sacrificar sus vidas y las de sus seres queridos.
La adaptación de la novela homónima de Christopher Priest corre a cargo de Jonathan Nolan, hermano del propio director y artífice de un guión que trae y lleva al espectador según conveniencia y necesidad. Quien ha sacado una entrada para el cine asistirá durante más de dos horas a un espectáculo de ilusiones ?el paralelismo entre el cine y la magia es obvio? que oculta un mundo real de heridas abiertas y sangrantes. La historia es narrada por Harry Cutter (Michael Caine), que adopta de manera alternativa el punto de vista de los dos prestidigitadores merced a sus diarios, y que es el único conocedor de la verdad de unas vidas que esconden más de lo que muestran, que se mueven permanente e inevitablemente en el terreno del secreto y la actuación, hasta el punto de que ni los más próximos saben lo que se oculta tras una mirada profunda o una estrategia obsesiva.
Un guión que en su aparatosidad y artificio encuentra su virtud para mantener la atención y el ritmo narrativo, pero también su rémora por necesitar de giros en ocasiones algo inverosímiles y forzados: rizos y más rizos ?algunos de los boicots que mutuamente se propinan bajo disfraz podrían haberse omitido, y así la cinta habría reducido su metraje? que desembocan en un final rocambolesco que cierra la complicada estructura circular del film.
Al inicio, Cutter ha explicado las tres partes de cualquier truco que se precie, con el «prestigio» ?vuelta a la realidad? como elemento definitivo para que el público disfrute del engaño al que libremente se ha sometido. La película de Nolan es precisamente eso: un ir de aquí para allá en una espiral de frías venganzas y rivalidades de la inteligencia que buscan «el más difícil todavía», y que precisaba un final que aquí no se debe desvelar. Un guión muy bien construido, plagado de detalles que ajustan las piezas del puzzle ?y que invitan a un segundo visionado?, que discurre por tres tiempos distintos en la historia sin confusión narrativa; y a la vez un guión tramposo y que juega al despiste del espectador con más de una carta guardada en la manga, desde el silenciado pasado de esos dos jóvenes aprendices de magos hasta el comportamiento engañoso de los secundarios.
Como en una historia de trucos y apariencias resulta fundamental cuidar su puesta en escena, generar una atmósfera de expectación y misterio, Christopher Nolan se aplica y cuida con esmero la planificación, reforzada por una fotografía efectista de fuertes claroscuros y un marcado tono turbador con intensos momentos de angustia y drama vital: ambientación de un Londres victoriano y lleno de referencias románticas que queda bien recogido en esas calles y teatros abarrotados de gentes deseosas de asombro y efímera evasión de su lúgubre realidad, con un diseño artístico y un vestuario que refuerzan un constante dualismo de amor y odio, amistad y rivalidad, artificio y sencillez, mentira y autenticidad, felicidad y fatalismo cruel. Bien escoltados por un magnífico y sobrio Michael Caine, tanto Hugh Jackman como Christian Bale logran que sus personajes escondan en todo momento su secreto bajo un rostro enigmático y un comportamiento impredecible, bazas que a la postre resultan esenciales para que la trama discurra sin trasmitir ni comunicar más de lo debido, y que apuntan a "La huella" de Joseph L. Mankiewicz como su referente obligado. Por su parte, la presencia de Scarlett Johanson se queda en algo testimonial y sin fuerza dramática, no llegando a meterse en una historia que no parece la suya y a la que únicamente aporta un efecto insustancial.
El clasismo social post-revolución industrial y el ocio como necesidad o como afición, el orgullo artístico o científico al margen de planteamientos éticos, la pena de muerte en un mundo que juzga las apariencias y que crea máquinas ?en un sugerente montaje paralelo en una de las escenas finales? destinadas a acabar con la vida o con la ilusión (el truco del «hombre transportado» no es ya la magia inicial, con sus ingeniosos artilugios y escenografías) son otros elementos de interesante consideración para una cinta que no vende sólo fuego de artificio sino que habla del hombre y de su poder autodestructivo, cuando es arrojado al abismo por la ambición, la venganza, el orgullo o la falta de transparencia y verdad en la convivencia (otro "Babel" como el de Iñárritu, también con historias fragmentadas). Una película donde el entretenimiento está asegurado, y donde nada es lo que parece, precisamente porque todo aparece y desaparece por arte de magia y de un guión que sostiene la historia hasta el suspiro-truco final.
Quien avisa no es traidor. El primer plano de la película muestra unos sombreros de copa tirados en el suelo de un bosque; esa imagen contiene el quid de la película. ¿Pero, piensa el espectador, por qué está ahí? Pasamos a la secuencia de presentación de The Prestige: Michael Caine ilustra, ante la mirada embelesada de una niña ?que somos nosotros, los espectadores-, los tres elementos que debe tener un truco: la presentación, el truco y su culminación, el prestigio. La presentación debe poner al espectador en situación, el truco debe desencajarle, pero no será hasta la culminación que se dará cuenta de que ha sido engañado, y se rendirá a los pies del embaucador. El "prestigio", palabra de semejante raíz que "prestidigitador", se define en el diccionario como «realce, estimación, renombre, buen crédito», pero también como «fascinación que se atribuye a la magia o es causada por medio de un sortilegio».
Un buen guión suele tener mucho de aritmético, y para su perfección hace falta mucho talento pero aún más tiempo. Los hermanos Jonathan y Christopher Nolan han tardado seis largos años en pulir el guión del filme, la adaptación de la novela homónima de Christopher Priest, y a fe mía que el resultado está a la vista: The Prestige es una película espectacular en la forma, es un filme que quebranta sutil y continuamente las convenciones del relato, pero no de forma gratuita, sino para situarlo en otra dimensión, para lidiar con la complejidad de los mimbres del relato, para obligar al espectador a ir más allá, para advertirle, para fascinarle, para abrir las puertas de su género y trascender. Así The Prestige queda bien lejos de «una película de magos», no funda su sentido en un twist final, y más bien recorre la senda de un drama, aunque el espectador, sometido a la estructura narrativa de un truco de magia, tarde lo suyo en apercibirse. The Prestige habla principalmente de una competición sucia y torticera, habla de ambición y de su precio. También habla de apariencias engañosas, pero no refiriéndose a la esencia de la magia, sino de los propios personajes en liza.
No nos engañemos: al iniciarse el filme, el espectador se alinea con la calidez del personaje de Algiers (Jackman), contrapuesta a la rudeza de Bowden (Bale); y tendremos que ir desvelando velos circunstanciales para cerciorarnos de que la más cabal diferencia entre ambos reside en su estrato social, y que donde Algiers dispone de todos los medios materiales (y por ello tiende a comprar a las personas y a hacer trampas), Bowden, que no deja de ser un self-made man de origen humilde en la Inglaterra victoriana, tiene que poner todo el empeño y el trabajo, y tiene que vivir la profesión hasta sus últimas consecuencias ya desde el principio (en la vertiente sentimental, sacrificando su relación con Sara; curiosamente, la hija que tuvo con ella será quien contendrá la clave de la humanización/redención del personaje en el último jalón de la película).
La sabiduría demostrada en la escritura va pareja con la astucia en el despacho de las imágenes: la deconstrucción narrativa y las genuinas elipsis que el libreto propone recuerdan en cierto modo a las piruetas de la brillante Memento, en la dirección de actores Nolan se acerca al retrato que efectuara de Pacino y Williams en Insomnia (guardando cierta distancia emocional con ellos, para difuminar los gráficos confines entre el heroísmo y la vileza, y así incidir, con una frialdad sólo aparente, en los rasgos psicológicos de su antagonismo), y la puesta en escena contiene ecos de la fuerza expositiva, la fisicidad y la elegancia que tenían las imágenes de Batman Begins. Queda patente en definitiva la personalidad de un realizador que parece moverse con indómita soltura en el alambre de la industria, y que sorprendentemente sabe trascender una y otra vez de los corsés genéricos para encauzar cada historia de una forma personal, ambiciosa y a la vez respetuosa con la inteligencia del espectador.
En la secuencia final de la película, se repite la estructura elemental del truco de magia, la presentación, el truco y el prestigio, y la mirada embelesada de la niña ya no es la nuestra, porque ya sabemos lo que se esconde detrás del truco, porque otras imágenes encajan la brillante ecuación ?sobretodo aquellos sombreros, cuya circunstancia, y sobretodo sentido, ahora ya conocemos, y se parangona con el fuego y con los cadáveres-, y porque, como escuchamos al principio del metraje, «sólo creemos porque queremos que nos engañen», y los hermanos Nolan nos han dejado a las claras que existe una fina línea entre el entertainment y lo que se esconde detrás (en la magia… ¿cómo en el cine?), en qué no hay que creer, y por qué cosas merece la pena dejarse engañar y por cuáles no.