[Guillermo Callejo. Colaborador de Cinemanet]
¿Cuáles son los límites éticos del cine en lo referente a las escenas de sexo? ¿Hasta dónde deben exhibirse los actores? Siento decir que no voy a ofrecer una única respuesta, básicamente porque no creo que la haya. No seré yo quien dictamine qué está bien o mal a ese respecto. Me limitaré a ofrecer algunas directrices y conclusiones, nada más.
Lo avanzo desde ahora, por si más adelante, entre tanta línea, no queda claro: el sexo no es malo. De hecho, es maravilloso. Quien opine lo contrario, ya puede abandonar esta lectura. Considerarlo como algo deleznable, como tema tabú o como materia reservada a unos pocos expertos que viven en el Olimpo, es simplemente olvidarse de la naturaleza humana, de cómo y por qué se perpetúa… en una palabra, del modo en que vinimos al mundo.
O sea, el sexo es una realidad palpable y universal, tal vez más presente y debatida en la sociedad actual que en la de antaño, quién sabe, aunque tengo mis reservas al respecto. Porque la verdad, señoras y señores, es que el sexo ha sido objeto de una ingente cantidad de manipulaciones políticas y legales, que el sexo es motivo de preocupación cuando unos padres tratan de educar su hijo o hija adolescente, que el sexo –mal llevado- puede cegar y corromper a una persona, que el sexo es una de las excusas más expandidas para traficar con el ser humano y que el sexo constituye desde tiempos inmemoriales una poderosa fuente de dinero. Vamos, que no estamos hablando de los escudos normandos de la Baja Edad Media.
Hasta aquí caben pocas objeciones serias. ¿Y qué relación guarda esto con el cine? Bastante: si el cine narra historias humanas y el sexo incumbe a tantos millones de personas, nada más evidente que ambos se miren y traten de iluminarse mutuamente.
La cuestión está en el cómo. Con demasiada frecuencia, desde mi punto de vista, en el cine el sexo se relaciona con el destape y lo descaradamente obsceno. Lo cual es falso tanto para el cine como para el arte en general. Obras literarias incólumes como Madame Bovary o Anna Karenina no necesitaron describir al detalle el acto sexual, y fíjense si hablaban de sexo y adulterios. El abuelo, Historias de Filadelfia, Matrimonio de conveniencia o Los puentes de Madison, por ejemplo, tratan del sexo sin necesidad de mostrarlo. Los directores John Huston, Alfred Hithcock, Frank Capra y John Ford jamás mostraron nada en ese sentido, y, hombre, parece que de cine sabían un rato. Empleaban la elipsis, un recurso verdaderamente eficaz, y andando que es gerundio. O insinuaban. O dejaban que los diálogos echaran chispas y resultaran, por sí solos, más provocativos que cualquier espectáculo sexual.
En última instancia, creo que todo el debate sobre qué puede y debe verse en el cine es bastante relativo. El baile de Rita Hayworth en Gilda, que tan polémico resultó en su día, ahora casi da risa. Pero, ojo, no pretendo incurrir en un relativismo falaz. Si lo califico de relativo es porque, básicamente, depende de la conciencia de cada uno, de su grado de madurez personal, de su amplitud de miras, de sus hábitos y de sus vicios. Cada uno sabe o intuye hasta dónde le conviene ir sin dañarse a sí mismo y sin rebajar a las personas que hay detrás de las cámaras.
Al mismo tiempo, considero que existen unos principios que ningún arte, ni siquiera el cine, tendría que soslayar nunca. En una palabra, que sí hay límites: una película no debe permitirse recrearse en la corporalidad femenina ni masculina más de la cuenta. O sea, más de lo indispensable. ¿Qué quiero decir? Que ver a Demi Moore en Disclosure, a Sharon Stone en Basic Instinct, a Kathleen Turner en Nine ½ Weeks o Body Heat, a Madonna en Body of Evidence, a Paz Vega en Lucía y el sexo y a Elena Anaya en Habitación en Roma como Dios las trajo al mundo no vale la pena. En primer lugar, porque hablamos de pseudopelículas, de productos cinematográficos que no temo calificar de bazofia y de despropósito, por ser un intento demagógico de presentar como arte lo que no es y de disimular lo que sí es: la explotación de una mujer. No exagero, no. Porque no sólo atentamos contra nosotros mismos al recrearnos en ellas, sino, sobre todo, contra esas mujeres que se dicen actrices. Una cosa es que a los hombres, a causa de nuestros apetitos carnales y nuestras debilidades, ese espectáculo pueda atraernos e, incluso, fascinarnos, y otra muy distinta es que lo que haya en la pantalla esté bien y vaya en beneficio de la integridad del actor o actriz protagonista en cuestión. ¿Me engaño? Bueno, pues entonces imagínense a su madre exhibiéndose tan impúdicamente ante la cámara, y díganme luego si se quedan tan tranquilos. A los defensores del desnudo a ultranza y de poner ante la cámara absolutamente todo para apreciar al máximo la crudeza de una historia –y regodearse en ello-, les diría, sin ambages, que no necesito probar la mierda para comprobar lo mal que sabe.
En cambio, desnudos o fotogramas sin tapujos como los que ofrecen Spielberg en Schlinder’s List y Munich, Von Trier en Dogville, Nichols en Closer y The Graduate, Hanson en L.A. Confidential, Iñárritu en Babel, Allen en Match Point, Cronenberg en Promesas del Este, Almodóvar en Vicky Cristina Barcelona, Mendes en American Beauty, Soderbergh en Sexo, mentiras y cintas de vídeo, Daldry en The Reader y Scorsese en The Departed, por mencionar ejemplos de cine con mayúsculas, son más comprensibles, tienen su sentido y no persiguen el mero deleite visual. A veces tratan de recrear escenas especialmente sórdidas y duras; otras, hacer reaccionar al espectador hablando de cuestiones complejas o que afectan y traen de cabeza a muchas personas en el mundo actual. Ojo, no estoy afirmando que todos los públicos deban verlas, ni mucho menos; únicamente apunto que responden a una finalidad no erótica y que merecen más consideración y reflexión que un intolerante eso es basura. La cuestión descansa, pues, en el criterio y la madurez personal de cada uno, sin olvidar que, como dejó escrito S. Zweig, “se puede huir de todo, menos de uno mismo”.
Voy a dejar un par de enlaces que considero interesantes. Bueno, tres: un vídeo que reflexiona sobre la imagen de la mujer en los medios; la valiosa colaboración de un amigo psiquiatra sobre la masturbación y el modo en que se promueve la sexualidad actualmente; y un artículo, recogido en Cinemanet y redactado por otro gran amigo, que ahonda en una pregunta difícil: ¿qué cine debemos ver, si disponemos de tan poco tiempo?
En mi opinión, este tema es mucho más complejo. Aunque estoy de acuerdo, por supuesto, en la cita de Zweig.
Sin embargo, para abordar esta cuestión -en realidad apasionante- sobre la relación entre el sexo y el cine, se debería hablar, en primer lugar, del Código Hays, que mucho tiene que ver con la razón por la que Capra, Ford, etc, no mostraban desnudos (o besos demasiado apasionados o largos a juicio del censor, etc) en sus películas.
También sería interesante analizar las razones por las que, en el cine americano, se acepta con mucha más naturalidad la violencia desenfrenada (incluida la verbal), que el sexo. Llegando al punto en muchas películas en las que, creo, la violencia acaba siendo metáfora del sexo.
Una reflexión muy a vuela pluma es que la representación que el cine ofrece del sexo va acorde con los cánones éticos estéticos de su tiempo, y no al revés. En esta época en que todo es tan explícito, en el que la imagen está sustituyendo en todas partes a la palabra escrita, creo que cada vez habrá menos espacio para la sugerencia y más para la plasmación de desnudos o secuencias de sexo de modo explícito, más allá de la intencionalidad narrativa o dramática.
Sergi, desde luego, el tema se las trae. Me costó empezar a escribirlo y lo retoqué muchas veces.
Lo que dices del Código Hays es cierto, tenían restricciones a la hora de insinuar y mostrar. Pero la idea que mantengo sigue siendo la misma: volviendo la vista atrás sobre esas películas, no creo que carecieran de dramatismo, de provocación, de sensualidad. Por otra lado, no me olvido de aquella frase verídica de John Wayne: «El único culo que verán en mis películas será el de mi caballo».
Y sí, coincido contigo en lo de la preponderancia de la imagen explícita en el cine actual. Aunque ya en los 70, 80 y 90 la situación no era muy distinta. Tal vez ahora haya menos reparos en defenderlo, no lo sé.
Gracias por tus líneas.
Hace tiempo publicamos un artículo de Alfonso Méndiz en esta línea de sexo y violencia:
http://www.cinemanet.info/2010/06/etica-y-representacion-filmica-es-lo-mismo-el-sexo-que-la-violencia/
Quizá os interese. Y ¿os animáis a escribir un artículo entre ambos sobre el tema? Sería muy interesante! jejeje. Si queréis os pongo en contacto a ambos, jejejeje
Saludos!