Película entretenida, dirigida con fluidez, interpretada con convicción y que obliga al espectador a plantearse graves cuestiones morales en torno a las actuaciones de los gobiernos, empresas y otras instituciones, y a la real búsqueda de la verdad por parte de los medios de comunicación de masas. Unos mass-media que están cambiando radicalmente, para bien y para mal, con la imparable y globalizada irrupción de las nuevas tecnologías informáticas.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título original: The fifth estate. |
SINOPSIS
La historia comienza cuando el fundador de WikiLeaks Julian Assange y su colega Daniel Domscheit-Berg se alían y asumen el papel de perros guardianes subterráneos, vigilando a los privilegiados y poderosos. De la nada crean una plataforma que permite denunciar anónimamente y filtrar información secreta, iluminando los oscuros recovecos de los secretos gubernamentales y crímenes corporativos. No tardan en revelar más noticias que todas las organizaciones de comunicación más prestigiosas del mundo juntas. Pero cuando Assange y Berg obtienen acceso a la mayor cantidad de documentos confidenciales de los servicios de inteligencia en la historia de los Estados Unidos, luchan entre ellos y contra una de las cuestiones claves de nuestro tiempo: ¿cuál es el coste de guardar secretos en una sociedad libre y cuál es el coste de exponerlos?
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CRÍTICAS
[Enrique Chuvieco – Colaborador de CinemaNet]
El título es premonitorio -y lleva inscrita la vitola de marca- porque ya nada será igual que antes con las miles de filtraciones anónimas en WikeLeaks y, a partir de ahora, habrá que tener en cuenta a El quinto poder, Internet, como una colosal arma de denuncia para el público. Así se llama la última película de Bill Condon (Chicago, Kinsey, Dreamgirls y las dos últimas entregas de La saga Crepúsculo: Amanecer).
Con un guión de Josh Singer; basado en los libros Inside WikiLeaks, de Daniel Domschit-Berg; y el The Guardian “WikiLeaks», de David Leigh y Luke Harding; el filme nos acerca a la figuras de Julian Assange (Benedict Cumberbatch) y Daniel Domschit-Berg (Daniel Brühl), el primero, promotor de WikeLeaks y su más estrecho colaborador, el segundo, durante varios años, antes de que las diferencias los separasen para trocarse en oponentes. De Domschit-Berg se ha escogido su libro, como una de las bases de la historia, que escribió tras abandonar el portal de denuncias.
La cinta nos presenta un carismático y personalista Julian Assange que ya ha iniciado su batalla personal para desbaratar los complot, asesinatos, desfalcos, crímenes de Estado y atropellos varios, perpetrados por gobiernos y corporaciones de distintas partes del mundo, tantas como informantes anónimos le hacen llegar documentos que acrediten esos actos.
En este sentido, la velocidad y cantidad de denuncias aumentan paulatinamente, lo que impedirá contrastar las fuentes para los escasos voluntarios (a pesar de que Assange siempre irá “de farol” y dirá que hay cientos) que puedan gestionar tal cantidad de información. Éste será a la postre el motivo de su principal enfrentamiento con su colaborador más implicado, Daniel Domschit-Berg, quien sostiene que contrastar la información es vital para no poner en riesgo las vidas y buen nombre de las personas denunciadas, a lo que Assange se opone porque WikiLeaks “publica todo lo que llega, sin editar nada”. El punto más álgido en esa fricción viene cuando un militar en la sombra les remite más de 90.000 documentos del Pentágono en los que quedan en evidencia las vituperables formas de actuar del Gobierno de Estados Unidos en Afganistán, Irak y Oriente Medio.
El guión de Josh Singer es jugoso y denso, anclado en un montaje frenético, en cuanto a citas, nombres y hechos, aunque en ocasiones, la velocidad en las exposiciones y asuntos a tratar impiden asumir al espectador ese caudal de información. La dirección de actores es convincente y destacan ambos protagonistas, Cumberbath y Brühl. El primero sigue la magnífica estela interpretativa que ofreció en el personaje de William Pitt de Amazing grace, mientras que el segundo sabe controlar los tiempos y se imbuye convincentemente en su personaje. Con una banda sonora impactante, El quinto poder contiene secuencias muy inteligentes y sugerentes metáforas fílmicas que confieren momentos excelentes de lenguaje cinematográfico.
El tramo final es moralizante, ya que Assange se desembaraza de su ingrávida misión y de sus aires de grandeza para pasar el testigo al espectador y que actúe ante los atropellos y desmanes que se cometen en el mundo, y para los cuales, cualquiera está capacitado para aportar alguna solución que haga más justo nuestro entorno. En este sentido, El quinto poder es un filme comprometido, aunque los medios utilizados por el fundador de WikiLeaks no sean todo lo justos que reclama para sus denunciados. Con todo, la llamada a la responsabilidad personal es digna de elogio en esta película antirelax.
Un último apunte: el auténtico Julian Assange ha tildado la película de “mentirosa” y pide al público que no la vea.
[Jerónimo José Martín – COPE]
Creada en 2006 por el activista informático australiano Julian Assange, la discutida WikiLeaks se presenta a sí misma como una organización mediática internacional sin ánimo de lucro —formada por disidentes, periodistas, matemáticos, científicos y tecnólogos—, que publica a través de su web informes y documentos confidenciales sobre materias de interés público, supuestamente preservando el anonimato de sus fuentes. Su objetivo principal es desvelar comportamientos ilegales e inmorales por parte de los gobiernos —sobre todo de los regímenes que consideran totalitarios—, así como de empresas e instituciones religiosas. Hasta ahora, sus actuaciones más destacadas se han centrado en la política internacional de Estados Unidos, especialmente en relación con las guerras de Irak y Afganistán. En la actualidad, su base de datos acumula cerca de un millón y medio de documentos.
El quinto poder, de Bill Condon (Dioses y monstruos, Kinsey, Dreamgirls, La saga Crepúsculo: Amanecer 1 y 2), describe la historia de WikiLeaks basándose en los libros Inside WikiLeaks: My Time with Julian Assange at the World’s Most Dangerous Website, de Daniel Domschit-Berg, y WikiLeaks: Inside Julian Assange’s War on Secrecy, de David Leigh y Luke Harding, ambos periodistas del diario británico The Guardian. La acción se centra sobre todo en las relaciones —primero de amistad y después de hostilidad— entre el visionario y caótico Julian Assange (Benedict Cumberbatch) —fundador, redactor-jefe y editor de WikiLeaks— y el pragmático y cerebral activista informático Daniel Domscheit-Berg (Daniel Brühl), que fue delegado en Alemania y portavoz oficial de WikiLeaks hasta su dimisión en septiembre de 2010.
Ese progresivo distanciamiento se debió sobre todo a su divergente valoración de las posibles consecuencias nocivas que tendría la publicación sin editar de los polémicos Diarios de la Guerra de Afganistán —92.000 documentos secretos sobre el conflicto armado entre los años 2004 y 2009— y de los Registros de la Guerra de Irak, 391.831 documentos secretos y altamente sensibles, filtrados desde El Pentágono.
La primera mitad de la película resulta un tanto farragosa por la abundancia de incidentes y términos informáticos, que acabarán cansando al no iniciado. De todas formas, en ella el meritorio guion de Josh Singer (El ala oeste de la Casa Blanca) logra dibujar en ella las heterogéneas personalidades de la pareja protagonista y su común objetivo de conseguir, a través de las tecnologías de última generación, una real libertad de expresión a nivel mundial, sin manipulaciones de los gobiernos ni de los medios de comunicación convencionales. Después, la segunda mitad del filme adquiere una buena velocidad de crucero, con ritmo y tono de thriller, al estilo de filmes como Todos los hombres del presidente, The Paper (Detrás de la noticia) o La red social. En este sentido, esta parte entrelaza con vigor el duelo entre Assange y Domscheit-Berg con la persecución que sufren ambos por parte de la CIA y el servicio secreto ruso, al tiempo que se proponen inquietantes reflexiones en torno a la posibilidad de que ese idealista guardián de la legalidad en el mundo pueda convertirse en un opresivo Gran Hermano a lo George Orwell.
Quien sepa mucho del tema detectará las insuficiencias, exageraciones y parcialidades de la película, que ha sido duramente criticada por el propio Julian Assange en una carta dirigida al actor que interpreta a su personaje, Benedict Cumberbatch, escrita en enero de 2013, pero hecha pública recientemente. En concreto, el polémico informático australiano —refugiado en la embajada de Ecuador en Londres desde junio de 2012— la califica como una “gran siesta geriátrica que sólo puede gustar al gobierno estadounidense”, que “pretende engañar al público con múltiples inexactitudes” y que “enterrará a personas honestas que hacen un trabajo honesto, justo en un momento en que el peso del Estado está cayendo sobre ellos. Ahogará la verdad sobre los acontecimientos en un momento en que la verdad es esencial”.
Sea como fuere, y a pesar de sus arritmias, frenesís y zonas confusas, El quinto poder es una película entretenida, dirigida con fluidez, interpretada con convicción —sobre todo por Benedict Cumberbatch y Daniel Brühl— y que obliga al espectador a plantearse graves cuestiones morales en torno a las actuaciones de los gobiernos, empresas y otras instituciones, y a la real búsqueda de la verdad por parte de los medios de comunicación de masas. Unos mass-media que están cambiando radicalmente, para bien y para mal, con la imparable y globalizada irrupción de las nuevas tecnologías informáticas.
[Sergi Grau – Colaborador de CinemaNet]
De verdades, mentiras, lealtades y traiciones
Tenía, por supuesto, que suceder. WikiLeaks estuvo en el punto de mira informativo, y en Hollywood tomaron buena cuenta de ello. Y han recurrido para ello a dos libros que glosan las actividades de la organización, concretamente al firmado por quien fuera un empleado de peso en la oenegé, Daniel Domscheit-Berg, «Inside WikiLeaks: My Time with Julian Assange and the World’s Most Dangerous Website» y al co-firmado por Luke Harding y David Leigh, «WikiLeaks: Inside Julian Assange’s War on Secrecy«, que el guionista Josh Singer ha adaptado a los parámetros cinematográficos para entregar una propuesta de relato que replica desde la mirilla hollywoodiense esa (casi) actualidad informativa reciente.
De tal modo, y como punto de partida de esta crítica, consideremos lo siguiente: asumidas las razones de relevancia en el ámbito de la comunicación a gran escala y las disquisiciones sobre la censura informativa que acarrea indudablemente WikiLeaks, el interés de la película que nos ocupa puede medirse, más allá de sus estrictos méritos cinematográficos, en términos de juicio mediático, esto es la definición concreta que desde Hollywood se quiere lanzar de la organización y sus actividades. Recordemos que WikiLeaks, creada y regida por una sola cabeza visible, Julian Assange, es una organización mediática internacional sin ánimo de lucro que desde hace más de un lustro ha venido publicando a través de su sitio web informes anónimos y documentos filtrados con contenido sensible en materia de interés público, y que lo hace preservando el anonimato de sus fuentes.
Pero el tan jugoso caldo -tecnológico y sociológico, de relevancia política y cultural- de semejante tema, por desgracia, se malbarata en buena parte por la decisión acomodaticia de los responsables de la película, que prefieren diluir básicamente a la anécdota todas esas cuestiones para centrarse en personalismos.
Sí, aunque en el relato asomen diversas de las filtraciones que dieron notoriedad a Wikileaks (entre ellas, el video de tiroteo a periodistas en Bagdad, Los papeles del Departamento de Estado y especialmente los llamados Diarios de la Guerra de Afganistán, que fueron publicados desde el 25 de julio de 2010 por los periódicos The Guardian, The New York Times y Der Spiegel, llevando a la luz pública un conjunto de unos 92.000 documentos sobre la Guerra de Afganistán confeccionados entre los años 2004 y 2009, que WikiLeaks cedió a los periódicos sin compensación económica alguna), el filme se centra más bien, básicamente, en la relación que se establece entre Assange (Benedict Cumberbatch) y un joven informático que se alía con él, Daniel Berg (Daniel Brühl), y dirime ese prototípico relato de encuentro y posterior desencuentro.
No se ocupa del periodismo de investigación, del modo en que se obtienen las fuentes, ni se adentra en la sustancia de esas filtraciones, sino que escoge progresar según las maneras de un relato sobre el mecenazgo, que en la gran tradición de Hollywood que puede ir, por ejemplo, de Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1940) a la reciente La Red Social (The Social Network, David Fincher, 2010), ésta última con la que la relación subordinada y asimétrica entre sus dos protagonistas guarda severas concomitancias de fondo.
En ese sentido, y demostrando, eso sí queda claro, que la figura de Julian Assange de algún modo ha aterrorizado, sugestionado, escandalizado o espoleado a buena parte de la opinión pública y poderes públicos o fácticos norteamericanos, El quinto poder nos alinea rápidamente como espectadores a la figura de Daniel Berg, y es a través de su mirada, al principio fascinada, progresivamente deteriorada por los recelos, que nos acercamos a la figura totémica y misteriosa de Assange, razón por la que cabe decir que Benedict Cumberbatch resulta, más allá de la oportunidad que tiene que ver con la floreciente situación del actor en el establishment, una muy pertinente elección, pues el recientísimo villano de la segunda entrega del Star Trek de J.J. Abrams le otorga al personaje todo el hálito enigmático y magnético que resulta dable de su personaje en el tapete narrativo escogido.
Rodada con cámara de alta definición (la muy utilizada actualmente Arri Alexa Plus) por Bill Condon –cineasta a quien algunos recordarán por Dreamgirls (2006)– El quinto poder atesora un atrayente envoltorio formal, un atractivo juego escenográfico y de montaje que imprime sugestivas imágenes y ritmo a la función. Pero ni siquiera ese look visual por lo general impecable de la película resiste, conforme avanza ese metraje condensado y extenso (128 minutos), la cierta sensación de aburrimiento en un espectador avasallado por infinidad de datos pero, a la postre, y lamentablemente, enfrentado a un acercamiento dramático demasiado convencional, un relato sobre lealtades y traiciones demasiadas veces visto y, por lo demás, resuelto de un modo más bien insulso.
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