[Eduardo Navarro Remis – CinemaNet]
Para muchos se trata de una obra cumbre cuya importancia irá creciendo con el paso del tiempo, una obra en la que queda reflejada esta travesía por el desierto y la vida plena que Cristo nos concede y de la que nos habla el Santo Padre.
Para tratar de mostrarlo vamos a proponer un método: revisar y contrastar la película con el compendio de las verdades de la fe cristiana, el Credo.
Creo en Dios Padre, creo en Jesucristo, creo en el Espíritu Santo.
El protagonista de la película es Dios mismo: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es más, la cámara adopta en muchas ocasiones el punto de vista de alguien cercano a la acción, como si estuviera al lado de los personajes y, a la vez, los continuos saltos en el tiempo parecen mostrar la perspectiva de alguien situado, precisamente, fuera de él. Y tal punto de vista no puede ser otro que el de Dios.
Cada persona trinitaria aparece representada en algún momento de la película. Dios Padre la abre y la cierra, es su alfa y su omega, y se nos presenta con aspecto de llama anaranjada, zarza ardiente. Es el interlocutor invisible de las oraciones y peticiones de los personajes.
La Sra. O’Brien le pregunta «¿Dónde estabas?», «¿Qué somos para ti?», «¿Por qué?», «Respóndeme». Y Dios responde… con la creación del universo. En esta larga secuencia encontramos el eco de la cita bíblica que abre la película: «¿Dónde estabas tú cuando yo cimentaba la tierra […] cuando cantaban a una las estrellas del alba y aclamaban todos los ángeles de Dios?» (Job 38: 4,7). Esta parte es de una belleza portentosa. En ella se unen de nuevo el alfa y el omega, la fe y la ciencia, el principio y el fin con la música del Lacrimosa que Preisner compuso para el funeral de su amigo, el cineasta polaco Krzysztof Kieslowski. Las imágenes de las formaciones de planetas, estrellas, galaxias y del origen de la vida en la Tierra (con la famosa escena del dinosaurio) han sido meticulosamente supervisadas por Malick quien, en su apuesta por el rigor científico, buscó el asesoramiento de la NASA y de Douglas Trumbull, responsable de los efectos especiales de una obra con la que han surgido comparaciones, 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick. Pero en la odisea de Kubrick el hombre aparece como arrojado al cosmos, mientras que en El árbol de la vida, el cosmos es su hogar, un lugar habitable y acogedor donde Dios deja su rastro.
Benedicto XVI ofreció en la homilía de la Vigilia Pascual de 2011 unas preciosas reflexiones sobre la creación. Cuando en el Credo decimos «Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra» reconocemos que tras la creación hay una demostración del poder de Dios, pero también de su amor. La historia que Dios ha fundado y su relación con el hombre abarca hasta los orígenes. Si la Creación pertenece a Dios, podemos confiar en Él y puede darnos vida eterna. Por eso, en el culmen de la liturgia cristiana, aquella que se produce en la celebración eucarística de la Vigilia Pascual cuando celebramos el triunfo definitivo de Cristo sobre la muerte y nuestra redención, se nos propone un itinerario en las lecturas que comienza con el relato de la creación. Su verdadero sentido es servir de profecía, más que constituir una narración del desarrollo del origen de las cosas. Los Padres de la Iglesia siempre lo entendieron así. Más bien es una referencia a lo esencial, al verdadero principio y fin de nuestro ser.
Y todavía se puede precisar más el mensaje central del relato de la creación si nos fijamos en las primeras palabras del Evangelio de San Juan: «En el principio existía el Verbo«. En el Génesis Dios crea mediante su palabra («Dijo Dios…«). El mundo procede de la Palabra, del Logos, como usa Juan por medio de un vocablo griego que también significa «razón», «sentido». En el origen no hay un caos informe, pura casualidad, fuerzas ciegas que generan el cosmos sin explicación alguna. Al principio está la razón, el sentido. En el origen está la libertad y el amor. Existe una razón creadora y amorosa que nos dice, según la intuición de Gabriel Marcel, «tú no morirás jamás». “Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gen 1, 31).
Parece claro que para Malick la ciencia y la religión, la fe y la razón, no son incompatibles y que su amor por la naturaleza es un medio de acceso a Dios. Brad Pitt comentaba en una entrevista a la revista Fotogramas: «Terry es un hombre increíblemente humilde, no se sentiría cómodo con la etiqueta de maestro. Sin embargo, para mí, estar junto a él es como ir a la iglesia. Algunos domingos la Misa puede ser ligera, pero tarde o temprano todo desemboca en los grandes temas, las grandes preguntas. Y lo genial es que jamás te sientes sermoneado, porque Terry es la persona más dulce que te puedas imaginar. Además, en su visión confluyen las ideas del Dios cristiano y la ciencia, una combinación muy interesante”. Pero lo que causa admiración a Brad Pitt es un aspecto nuclear de la fe cristiana. Como decía San Agustín, una fe no razonada no es una fe verdadera. Ya que mencionamos el Big Bang, a muchos quizá también les sorprendería descubrir que quien primero formuló esta teoría, el astrofísico belga Georges Lemaitre, era además sacerdote católico. Tanto para él como para el resto de los cristianos, la fe y la razón son, en palabras del beato Juan Pablo II, «como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad» (cfr. Fides et ratio).
Dios Hijo aparece explícitamente en una breve escena, pero muy significativa. El padre Haynes se sirve del libro de Job durante el sermón dominical (con una vidriera de Jesús resucitado al fondo) para mostrar una importante reflexión sobre el sufrimiento. Hasta los santos, como Job, sufren y ningún ser humano está a salvo de las desgracias. Todos debemos esforzarnos por encontrar una respuesta ante el aparente fraude que supone la existencia del dolor, sobre todo cuando quien sufre es un inocente. Dios parece ausente, injusto, cruel. Es el silencio de Dios. Por eso Jack niño le reprocha: «¿Dónde estabas? Dejaste que un niño muriera. Permites que ocurra cualquier cosa. ¿Por qué debo ser bueno si tú no lo eres?«. Entonces vemos la réplica en la otra vidriera a la que mira R.L. (precisamente él) durante el sermón. La respuesta aparece silenciosa, casi inadvertida, pero ocupa majestuosamente toda la pantalla con la cámara en contrapicado, reverencial. Se trata, claro, de una respuesta personal: un ecce homo, un Cristo maniatado a punto de consumar la Redención, como diciendo he aquí el hombre y su salvación.
La presencia de Cristo no se limita a estas apariciones. Además de su presencia en los sacramentos que vemos en la película, está presente en la citada escena del Big Bang en la música cuya letra en latín (una estrofa del Dies Irae) nos habla del Juicio Final y en la enigmática secuencia final (la visión del Paraíso) en la que de nuevo Cristo está presente en la letra del Réquiem de la Grande Messe des Morts de Héctor Berlioz, concretamente a partir del Agnus Dei cantado por el coro. Su presencia en estas escenas es la que les confiere todo su sentido y carga simbólica. Aquí Cristo es el invisible fuera de campo que se hace presente con la música.
¿Y Dios Espíritu Santo? Además de sus invocaciones en los sacramentos que aparecen en la película, el Espíritu Santo aparece, ni más ni menos, que simbolizado en forma humana con cuerpo de mujer. En los créditos finales encontramos una pista sobre esta enigmática presencia femenina. Este personaje aparece como «Guía» junto al nombre de la actriz que lo interpreta. Servir de guía es una de las funciones del Espíritu Santo en las Escrituras. Por ejemplo, es el Espíritu Santo quien guía a Jesús al desierto (Lucas 4: 1) y en Romanos 8: 14 leemos que «los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios». Esta misma Guía es quien conduce al personaje de Sean Penn a través del desierto y le lleva hasta una «puerta», un umbral que simboliza una conversión espiritual, una vuelta a la fe.
La Guía también aparece conduciendo a Jack y a otros niños que aún están en el vientre materno (a quienes vemos ya como personas) a través de un bosque, indicando con dulzura que la sigan. Les susurra al oído y parece instruirles con un libro en una secuencia mágica que se abre con la pregunta de Jack «¿Cuándo tocaste mi corazón por primera vez?«. Y la respuesta de Dios en este caso, en paralelo a la secuencia de la creación que también se abría con una pregunta de la madre de Jack, es de nuevo el amor. Lo que vemos después es el enamoramiento de sus padres y su concepción mientras suena la Suite número 3 Siciliana de Ottorino Respighi. Esta parte termina con el alumbramiento de Jack, una escena en la que le vemos emerger desde una casa sumergida (una auténtica ecografía, ya que etimológicamente esta palabra significa «imagen de la casa») hacia la superficie y una luz tan blanca y brillante como los vestidos de los que están en la sala de partos. Más que dar a luz al niño, pareciera que se lo están dando a la luz.
Todo ello nos evoca lo que canta el salmista: «Porque tú eres mi esperanza, Señor Dios mío, mi seguridad desde mi niñez. En ti me he apoyado desde el seno materno; desde las entrañas de mi madre Tú eres mi protector. Para ti mi alabanza continua. Dios mío, Tú me has instruido desde mi niñez, y yo he anunciado tus maravillas hasta hoy«, Salmo 71: 5-6, 17; «Tú has formado mis entrañas, me has plasmado en el vientre de mi madre. Te doy gracias porque me has hecho como un prodigio; tus obras son maravillosas, bien lo sabe mi alma. No se te ocultaban mis huesos cuando en secreto iba yo siendo hecho, cuando era formado en lo profundo de la tierra. Todavía informe, me veían tus ojos, pues todo está escrito en tu libro, mis días estaban todos contados, antes que ninguno existiera». Salmo 139, 13-16).
Otra de las atribuciones del Espíritu Santo es la de dador de vida y artífice de la resurrección (cfr. Romanos 8: 10-11). Durante la parte final de la visión del Paraíso vemos a la Guía extender la mano hacia una tumba abierta donde alguien parece resurgir de entre los muertos. Poco después vemos a una mujer vestida de novia que resucita y luego a otra novia que emerge del agua. La última vez que la vemos está junto a la Sra. O’Brien ayudándola a rezar y elevar sus manos al cielo antes de que exclame «Os entrego a mi hijo«. El final del Apocalipsis puede ayudarnos a interpretar el apoteósico final de El árbol de la vida. En él leemos que «el Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!» (Apocalipsis 22: 17), una llamada dirigida al esposo, Cristo, para que regrese a la tierra y establezca un reinado sin fin.
Asimismo, el Espíritu Santo es quien mueve a la conversión y cataliza el proceso de renovación espiritual, al tiempo que actúa de defensor en la batalla contra el pecado. Todo esto lo vemos en el propio Jack, en su arco de conversión y vuelta a Dios. Siente en sí el desorden que provoca el pecado cuando nota su atracción y percibe que ha perdido la inocencia. Este pecado acarrea unas consecuencias cósmicas como se ve magistralmente reflejado en la película en dos escenas distintas: en la que Jack rompe unos cristales a pedradas y cuando dispara voluntariamente el rifle de aire comprimido sobre el dedo de R.L. En ambas percibimos que el sonido se amortigua, casi desaparece, se altera la percepción de la realidad porque el pecado daña la realidad. Más tarde Jack dirá «Lo que quiero hacer, no puedo hacerlo. Hago todo lo que odio.«, una cita casi literal de Romanos 7: 15.
Esta batalla no queda recluida al interior de Jack, sino que se nos presenta como universal. En los primeros instantes de la película escuchamos a la Sra. O’Brien definir las dos fuerzas motrices, y en apariencia antagónicas, sobre las que todo parece girar: «Las monjas nos enseñaron que hay dos caminos en la vida: el camino de la naturaleza y el camino de la gracia. Tienes que elegir cuál vas a seguir«. Pero estos dos caminos sabemos que no son antagónicos, ya que como enseña Santo Tomás, la gracia actúa sobre la naturaleza, perfeccionándola, no la anula, sino que la presupone. Esta introducción tiene de nuevo ecos de enseñanzas de San Pablo (Gálatas 5: 16-26, Romanos 7: 15-23, Corintios I 13: 4-7, 12) aunque la propia actriz reconoció en una entrevista que Malick le dio a leer para preparar esa escena La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis. En concreto, es en el capítulo 54 de su libro III donde encontramos el tratado «De los diversos movimientos de la naturaleza y de la gracia«. Son estas referencias las que nos ayudan a entender el significado exacto de esta escena con la que se abre la película y que nos sirve para fijar las coordenadas de la trama. Junto al libro de Job, de imprescindible lectura, nos dan la clave hermenéutica para entender gran parte del argumento.
Así, la madre simboliza la gracia y el padre la naturaleza. Jack ve personalizados ambos caminos en sus padres y percibe su enfrentamiento («Padre. Madre. Siempre estáis en lucha en mi interior. Y siempre lo estaréis.«), aunque lo que en realidad está en lucha en su interior es la apetencia por el bien frente a la inclinación al mal. Asimismo, esta dialéctica es la que arroja luz sobre la enigmática escena en la que un dinosaurio perdona a otro que yace en el suelo. En vez de devorarlo cuando lo tenía entre sus garras pasa de largo y casi lo acaricia. Es el primer acto de piedad de la historia, un chispazo de gracia que logra imponerse a la feroz naturaleza animal. Todo un desafío para quienes defienden una evolución autoexplicada y en la que no tiene cabida ninguna dimensión espiritual.
Pero Jack sabe que en su vida hay algo, mejor dicho, alguien, que lo acompaña, habla y se le revela. Sabe que hay un Amor que nos precede. Así le oímos decir: «¿Qué fue lo que me enseñaste? Entonces no sabía cómo llamarlo. Pero ahora sé que eras tú. Siempre me llamabas«. Es el Espíritu Santo el que acompaña a Jack durante todo el camino y a quien le pide «Protégenos. Guíanos. Hasta el final de los tiempos«.
Creo en la Iglesia y en la comunión de los santos. La Iglesia aparece representada en la comunidad parroquial que frecuenta los O’Brien y donde reciben los sacramentos. De hecho, en la película vemos la presencia sacramental de Cristo en la celebración de un bautizo, una confirmación, dos funerales y en su presencia real en la Eucaristía, además del sacramento del matrimonio de los padres de Jack y del orden con los dos sacerdotes que aparecen.
(Continuará)
Maravilloso artículo. Para degustar muy despacio y obtener una valiosa recompensa