Os presentamos la nueva película del octogenario cineasta japonés Yoji Yamada, del que ya conocíamos, sobre todo, Una familia de Tokio, su particular homenaje al gran maestro Yasujiro Ozu.
ESTRENO RECOMENDADO POR CINEMANET Título Original: Chiisai ouchi |
SINOPSIS
Tokio, 1936. Tokiko vive junto a su marido Masaka y su adorable hijo en las afueras de la gran ciudad, en una gran casa con el tejado rojo. Taki es una joven que deja el campo para irse a la gran ciudad, y va a parar a esta casa, donde trabaja como doncella. Poco a poco se van ganando la confianza de todos, y es testigo directo de la historia de amor de la mujer de la casa con otro hombre, el atractivo Shiji.
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CRÍTICAS
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La anciana Taki acaba de fallecer. Sus sobrinos están recogiendo sus pertenencias y encuentran una caja con unos escritos que Taki ha dejado a su sobrino nieto Takeshi. A partir de ese momento, Yoji Yamada presenta una narración construida en flash-backs, siguiendo las memorias de la anciana, escritas a instancias del mismo Takeshi. Son, pues, dos períodos de la vida de Taki: por una parte su juventud como criada en la “casa del tejado rojo”, que constituye el auténtico núcleo del relato, y, por otra, los últimos meses de su vida, cuando va a visitarla su querido sobrino y ella le va dando a leer las nuevas páginas escritas sobre su biografía. Al principio, el joven no parece tomárselo muy en serio, pero pronto queda prendido por el relato, le hace mil preguntas y le reclama a su tía que se apresure a seguir.
En el Japón de 1936, con sólo 18 años, Taki salió de su pueblo de montaña, para ir a trabajar a Tokio como criada, profesión que, en aquel momento, estaba muy bien considerada. No tarda en entrar en el hogar de la familia Hirai, la hermosa señora Tokiko, su marido y el pequeño Kyoichi, una preciosa casa, cuyo tejado rojo la hace destacar en el idílico paisaje, en una colina algo apartada de la ciudad. La vida de la familia era sencilla y todo rezumaba felicidad. Hasta que llegó el señor Itakura, un diseñador, tan bien parecido como amable, que trabaja en la misma fábrica de juguetes que el señor Hirai. La presencia de Itakura altera la paz familiar y la discreta Taki se convierte en el testigo mudo de un conflicto ante el cual, en cierto modo, acaba tomando postura. Toda la vida guardará el secreto de lo que aconteció y de sus propios remordimientos. A su muerte le deja a Takeshi un misterioso sobre que le permite comprender lo sucedido.
Yamada hace referencia también a unos episodios de la historia de Japón poco tratada en el cine: los diez años de guerra con China (Zhang Yimou, en “Las flores de la guerra”, situó la acción en el sitio de Nanking, pero su punto de vista es el contrario, el de los chinos masacrados). Ciertamente Yamada, mezclando hábilmente la pequeña y la gran historia, nos da una magnífica lección de cine.
Toda la historia es una mirada al corazón de las personas, a sus sentimientos más hondos y delicados. Todo, en el film, tiene el hálito de lo evanescente, de lo tierno y delicado. Pero en el fondo, el espectador percibe perfectamente la corriente de sentimientos de amor y dolor que anidan en los personajes.
Los actores, especialmente las mujeres, están maravillosos y la película es de una gran belleza, aunque el metraje, sin duda excesivo, puede llegar a provocar una cierta fatiga. No es lo mejor de Yoji Yamada, pero eso no le resta ningún mérito a una obra bien realizada.
Crítica cedida por la Fundación López Quintás
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