(Artículo cedido por sus autores y publicado originalmente en el blog Martes Noche Cine)
Lowell, ciudad obrera cercana a Boston, es el marco en el que se desarrolla esta historia basada en hechos reales. Dick Eklund y Micky Ward son dos hermanos por parte de madre que han crecido buscando triunfar en el mundo del boxeo. Dick, el mayor, tuvo su momento de gloria cuando derrotó a Sugar Ray Leonard, pero su adicción al crack frustró la que podría haber sido una carrera de éxitos.
El hermano menor, Micky, busca su oportunidad en el boxeo profesional y para ello confía en su hermano mayor, al que siempre ha admirado, para que le entrene. La película busca un gran realismo, como prueba la magistral caracterización y actuación de Christian Bale –que le valió el Oscar– o que los combates estén rodados utilizando el estilo de la HBO.
Pero en The Fighter el boxeo no es más que el complemento para la verdadera historia, que no es otra que la relación entre los dos hermanos y la posibilidad de redención que está siempre presente cuando uno es amado sin reservas. Por un lado, Micky es un chico bueno, que intenta hacer las cosas bien, pero con una gran inseguridad y dependencia de su familia, que le impide en muchos momentos decidir por él mismo.
Esto le está a punto de costar su carrera, por fiarse de las malas gestiones de su madre, que es su representante y por la dejadez de su hermano a la hora de entrenarle. De hecho, sólo es capaz de empezar a mirarse a sí mismo bien –no dependiendo de lo que pueda pensar su familia– cuando su novia entra en escena y le mira por lo que es, no por lo que debe ser como boxeador, como hijo o como hermano; que son los diversos roles en los que el personaje muchas veces se ahoga.
A su vez, su novia es redimida de su pasado fracaso en la universidad y de la vida que pudo llevar y no lleva. El encontrarse con Micky que la mira no sólo por sus atributos, sino por su persona y que la quiere de verdad, le permite salir adelante. Por otro lado, Dick ama a su hermano pequeño y trata de conseguir lo mejor para él.
Sin embargo, se equivoca constantemente, y queriendo hacer algo bueno como es conseguir dinero para que Micky pueda entrenar, utiliza un método equivocado y sólo consigue acabar en la cárcel y que a su hermano le rompan la mano. Será en este punto, cuando las relaciones entre los diferentes personajes sean llevadas al extremo y puesta a prueba su consistencia.
Con Dick en prisión, Micky acepta una oferta para seguir entrenando y sustituye a su madre, que hasta entonces se había encargado de representarlo, por otra persona. El cambio le va bien, y empieza a conseguir bastantes éxitos, pero aquí debemos destacar un punto crucial; Micky no consigue los éxitos porque haya renunciado a todo su pasado con su hermano y su madre, sino que acoge y custodia como un tesoro todo aquello de bueno y verdadero que haya existido. De hecho, gana su primer combate importante con su nuevo entrenador y representante, no siguiendo las indicaciones de éstos, sino utilizando lo que su hermano Dick le ha enseñado.
Es interesante ver cómo el realismo frente a lo que sucede no quita las relaciones y los lazos que hay entre los personajes. Es evidente que al principio el vínculo familiar no le hace bien a Micky pero la solución no pasa por eliminarles de la ecuación, sino precisamente por afirmar a cada uno de ellos, pero desde la distancia adecuada. Es precisamente al entrar este realismo en escena, cuando Dick será también redimido.
Dick vuelve a ser él mismo cuando consigue desengancharse del crack durante su estancia en la cárcel –deja de estar alienado de él mismo–, gracias al visionado de un documental sobre su vida que una agencia grabó previo a su arresto para concienciar a los jóvenes sobre las drogas.
La realidad se le presenta sin adornos, tal cual es, y se ve a sí mismo hundido al tiempo que percibe, esta vez claramente, el dolor que ha causado a su alrededor. No sólo Dick, sino también su madre, que siempre había mirado hacia otro lado, no tiene más remedio que mirar a la realidad a la cara y aceptar que su hijo es un adicto a la droga. La reacción de Dick es empezar a entrenarse pensando en un futuro regreso al boxeo profesional. Si bien es un paso, se muestra a la postre como otra quimera, porque es evidente que en su estado y con 40 años no puede regresar al boxeo.
Es entonces cuando vuelve y se reencuentra con su hermano, y descubre que su vocación al boxeo pasa por Micky y no por él, es decir, su vida vuelve a quedar ligada a la par que el vínculo familiar es regenerado, pues vuelve a entrenar a su hermano, aceptando la situación (los nuevos representantes, la novia, etc.).
Así, se muestra de forma sorprendente que aún con las dificultades que pueda presentar la familia –cualquiera podría defender sin dificultad que las hermanas están todas locas–, los problemas propios de cada uno y demás; lo que acaba perdurando es el afecto inconmensurable por la propia persona. Aun cuando este afecto se presenta muchas veces de forma incorrecta, pues la madre se equivoca, aunque lo haga con todo su amor; se ve cómo si éste perdura y pasa por el filtro de lo real, de lo que acontece, es lo que permite que luego la vida siempre acabe rebrotando.
De esta forma, The Fighter es una oda bellísima a las segundas e infinitas oportunidades que una persona merece para empezar de nuevo y redimirse de sus errores, las cuales son tan difíciles de dar y de aceptar como lo es el encajar un golpe en el ring.