Daniel Arasa es un hombre «de cine». No solo por su extraordinaria personalidad y su inabarcable trayectoria, casi propias de una ficción cinematográfica, sino porque cree en el cine como portador de valores y está convencido de que pensando el cine se puede cambiar el mundo, como reza el lema de la Asociación CinemaNet, promovida por él y a la que dirige con el entusiasmo que le caracteriza.
Su infatigable actividad le ha llevado a estar comprometido en diversas iniciativas en defensa de la familia y de la vida, la educación, la libertad religiosa, la presencia de los cristianos en los medios de comunicación y la vida pública y en un montón de cosas más, sin olvidar su faceta de escritor prolífico. Uno se pregunta cómo puede multiplicarse y abarcar tantos ámbitos de acción sin perder nunca el entusiasmo ni la fuerza. Realmente «de cine».
Como ensayista e historiador, tiene en su haber más de una veintena de obras, recientemente ha escrito dos libros totalmente dedicados a su familia, y ahora acaba de dar a luz un nuevo libro, Dios no pide el currículum, que trata de la relación del hombre con Dios y de la presencia del cristiano en el mundo. En su lectura hemos encontrado la respuesta a nuestro interrogante: Daniel puede llegar a tantas cosas, porque es un cristiano dispuesto a seguir el mensaje de Jesús en la parábola de los talentos y hacer rendir sus capacidades al máximo (105) hasta morir con las botas puestas, exprimido como un limón (103).
El libro es un trasunto de su autor, con el que no solo me une una profunda amistad, sino que llevo ya muchos años colaborando con él en CinemaNet. Puedo pues decir, con conocimiento de causa, que sus rasgos de hombre comprometido, de líder que sabe contagiar entusiasmo y que es ejemplo de entrega y de trabajo, y su pluma perspicaz de periodista «de raza» están presentes en esas páginas.
Es realmente un libro «periodístico», que describe actitudes y situaciones a pie de calle y a pie de corazón. Informa con la verdad, forma porque defiende los valores del humanismo cristiano y entretiene porque se lee con gusto y cualquier lector podrá sentirse identificado, tanto él mismo como el entorno en el que se mueve.
Dios no pide el currículum es un título sugerente, impactante, que despierta curiosidad e invita a la lectura. Cuando el lector se encuentra con la frase completa, la impresión es todavía mayor: «Para abrir el cielo a los hombres Dios no pide el currículum, porque es misericordia y quiere que todos se salven» (42). Luego, a lo largo del libro, va haciendo alusión a quienes, como los niños, no tienen currículum, pero son los preferidos del Señor. Y al lector, se le va esponjando el alma pensando que da lo mismo los méritos que le falten, porque lo que de verdad le importa al Señor de la vida y de la historia es el «no-currículum», es decir, la rectitud de intenciones y el amor vertido hasta la extenuación.
Es un libro de reflexión, de agradecimiento, de amor, de gozo de vivir, de compromiso, y también de autocrítica. Daniel Arasa mira y analiza cómo un periodista; se muestra agradecido como el hombre bueno que es; habla de amor como quien ama y se sabe amado sin límites; se contempla a sí mismo con realismo para revisarse y pedir perdón y, con ello, nos muestra el sendero de la paz interior y la reconciliación. Pero se fija, sobre todo, en la mirada de Dios que envuelve al hombre con un derroche de amor. Contempla a Dios con los ojos lúcidos de un niño que se siente amorosamente acogido por su padre. Disfruta de la vida como un regalo maravilloso que pide nuestro compromiso generoso para desplegar todos sus frutos: hay que dar hasta que duela porque, aunque parezca paradójico, nadie tiene lo que no da (159). Es un hombre de fe (y quien en esto escribe sabe de su coherencia), pero a él todavía le parece que su fe es escasa, a años luz de ser capaz de mover montañas (132-134).
Es un libro fácil de leer, muy ameno y muy profundo a la vez. Cada lector podrá disfrutar especialmente con las partes de la obra que le lancen un dardo más certero a su corazón o a su mente. Unos bucearán ágilmente por las experiencias de la existencia cotidiana de la primera parte, que es como un GPS para moverse por la vida, siempre mirando a Dios para no extraviarse.
Otros lectores se identificarán con la segunda parte, que les dará claves para dirigirse a Dios con la sencillez de Juan el lechero (111), y a la Virgen con la devoción de un hijo. A estos, a los que, tal vez, se sienten demasiado remisos, les infundirá ánimos descubrir que Dios no pide resultados sino fidelidad (128).
Sin duda, la tercera parte supondrá para algunos aprender a mirar hacia lo alto con confianza y optimismo, porque descubrirán que la santidad a la que debe aspirar el cristiano corriente no radica en realizar cosas extraordinarias, sino en hacer con la máxima perfección lo ordinario (153). Para la santidad no valen tanto los méritos propios o el nivel de conocimientos como el deseo de portarse bien y la disposición a cumplir la voluntad de Dios (142). El «no-currículum».
En la cuarta parte, el ojo de Daniel Arasa se hace crítico, pero no para llevar la consternación, sino para animar a seguir bregando aunque la barca de Pedro vaya de aquí para allá en medio de las olas y que, en lugar de dedicar los esfuerzos a avanzar cómo gran parte del trabajo de sus marineros tenga que limitarse a achicar el agua (188). Es una llamada a desechar los miedos y despertar al coraje.
En el apartado siguiente, la aguda mirada periodística de Arasa observa la confusa realidad actual que debería llevar a los cristianos a replantearnos en qué hemos fallado (202) y a tomar postura para revertir los males.
Ya casi llegando al final, en la sexta parte, se adentra en la reflexión sobre la muerte, su sentido y los rituales que se establecen en su entorno. El capítulo habla de muerte, pero es, en realidad, un canto a la vida, a la vida con sentido. Y a la muerte con sentido.
El último capítulo es una muy curiosa reflexión sobre el más allá. El purgatorio y el infierno están tratados sin tremendismo pero con rigor. Pero las páginas dedicadas al cielo son una auténtica delicia. Destilan esperanza, ilusión, el convencimiento de alcanzar una felicidad sin límites. Pero son también divertidas, ocurrentes, imaginativas. Un broche de oro para terminar la lectura con una sonrisa en los labios, paz en el corazón y el propósito de colaborar a cambiar el mundo (no solo pensando el cine, aunque también).
Un libro muy recomendable, que permite pasar un buen rato, da mucho que pensar y estimula a sacudirse la pereza espiritual y salir a colaborar a que resplandezcan en el mundo el Bien y la Verdad.