Dirigida por Stanley Kramer y estrenada en 1959, La hora final nos presenta un escenario en el que un holocausto nuclear extermina prácticamente toda la vida en la Tierra, exceptuando a un grupo de personas en Australia a la espera del fatídico fin.
La película se trata de una adaptación cinematográfica de la novela de Nevil Shute On the Beach (1957). Se trata de un drama postapocalíptico con un reparto de lujo -encontramos en ella a Gregory Peck, Ava Gardner o Fred Astaire– que puede trabajarse, en las aulas o en familia, analizando a la persona humana como sujeto de decisiones. La acción humana configura cada vida haciéndola más o menos significactiva. Dotar de sentido, ir más allá de lo efímero es, a fin de cuentas, una decisión libre.
El director, hijo de emigrantes alemanes, ofrece una obra que parece europea, Casi recuerda algunos aspectos del expresionismo alemán por el simbolismo de algunas escenas. Sin ser Murnau o Lang, Kramer ofrece unas imágenes opresivas en las que juega con el claroscuro, conduce al espectador a experimentar el pánico contenido de cada uno de los protagonistas y consigue un estilo realista a la hora de mostrar las distintas caras de la muerte en los rostros de los personajes.
El problema de la muerte
En torno a las guerras actuales, ahora más que nunca, el problema filosófico de la muerte no es un tema poco relevante. No es un tema anclado al pasado; por el contrario, constituye uno de los problemas fundamentales en toda la historia de la filosofía, y, por supuesto, sigue siéndolo también en la filosofía contemporánea.
Si la filosofía queda del todo inaugurada por Platón, habrá que tener muy presente que el tema central de una de sus principales obras, Fedón, es precisamente la muerte.
La muerte en general, contada a través de la muerte particular de Sócrates, donde el final de la vida se presenta incluso como una ganancia. De ahí que uno de los lemas más célebres del pensamiento antiguo, atribuido a Platón, sea que la filosofía consiste en aprender a morir. Así fue transmitido de Grecia a Roma, al afirmar Cicerón que toda vida filosófica es una reflexión sobre la muerte. En este sentido, aprender a morir no es sino aprender a vivir, a vivir bien, incluso sabiendo que la vida es limitada y finita. La afirmación de la muerte, de forma paradójica, se transforma al mismo tiempo en la afirmación de la existencia.
Así pues, analizar como enfrenta la muerte cada uno de los protagonistas es un ejercicio que puede llevar a reflexionar hasta qué punto el ser humano puede ser amigo o enemigo de sí mismo. Sin olvidar que las decisiones que toma afectan a todo el planeta tierra. Que podemos llegar a autodestruirnos con la misma insensatez con que se pone a pescar el marinero que, huyendo del submarino protector, se pone a pescar en aguas contaminadas por la radiación.