Numerosas películas se han hecho sobre la inmigración en Estados Unidos: la primera The Italian (1915), otras América, América (1963), La vida inesperada (2014), Un café en cualquier esquina (2005), American Visa (2005), La nueva tierra (1972). Pero muy pocas se han hecho sobre la inmigración de los chinos.
Nos llega esta película poética de dos horas de duración, el debut de Constance Tsang. Esta es la historia de Amy y Didi, que viven y trabajan en un salón de masajes en la comunidad china de Queens, Nueva York. Lejos de su país de origen, comparten risas y sueños mientras cumplen con sus responsabilidades familiares. A pesar del esfuerzo diario y las jornadas extenuantes, han formado junto a sus compañeras una hermandad fuerte que las sostiene cada día.
La primera media hora es aburrida y da ganas de salir de la sala, pero la película da un vuelco y ofrece unos 90 minutos maravillosos sobre dos personas que están solas, lejos de su familia: uno con una doble vida, que no puede volver a su país por las deudas. Son seres que sobreviven como pueden y a la vez se atrapan con su soledad.
La directora retrata con exactitud y con muchos silencios en varias escenas cómo se sienten. Es una película sencilla, dura, con pocos diálogos, y es más: en una escena de un masaje está llena de magia.
A través de la historia de estos personajes, la película explora la manera en que el duelo y la pérdida pueden transformarse en una oportunidad de conexión y afecto. No es una película romántica ni dramática, podríamos decir que es delicada, pura.
La directora elige la contención como vehículo narrativo: sin subrayar emociones ni forzar giros dramáticos, deja que la historia respire y que el espectador se acerque de manera natural a los personajes, como si se tratara de observar a personas reales en lugar de figuras de ficción.
A destacar que hasta el minuto 30 no aparecen los títulos de la película. Ya está en la lista de las cien mejores películas del 2024.