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Dirección: Gustavo Ron. |
SINOPSIS
Marina cuida de su hermano Samuel desde que sus padres murieron en un accidente de tráfico hace ya tres años. Desde entonces, Samuel padece de agorafobia, por lo que no es capaz de salir de casa. Para intentar curarle, Marina contrata sin cesar psicólogo tras psicólogo, pero ninguno lo consigue. Además, Samuel y su abuelo Paúl hacen todo lo posible para librarse de ellos. Cuando aparece en sus vidas Gabriel todo comienza a cambiar, pues él tiene un método diferente con el que intentará curar a Samuel. Con lo que no contaba Gabriel era con enamorarse de Marina.
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CRÍTICAS
[J. M. Caparrós. Vicepresidente de CinemaNet]
MÍA SARAH , UNA COMEDIA ROMÁNTICA CON GENIO
Su joven autor, Gustavo Ron, posee un estilo propio que bebe en las fuentes de los grandes clásicos
Sí, de original cabría calificar a Mía Sarah (2006), la insólita ópera prima de este nuevo realizador, que debuta en el largometraje con una propuesta audaz, contracorriente en el cine español actual. Es más, este primer largometraje destila poesía, surrealismo y magia, valores ausentes en las pantallas de la generación fílmica del nuevo siglo.
Nacido en Madrid (1972), pero formado en Barcelona, Gustavo Ron se licenció en Producción, Guión y Dirección en la famosa London International Film School hace una década. Allí aprendió el oficio –pues llevaba celuloide en la sangre– y comenzó a colaborar en tareas de producción y guión en películas españolas, francesas, alemanas y americanas. Al mismo tiempo, realizó tres cortometrajes: Confuso (1996), Mi tipo de chica (1997) y Por un beso (1998), que ya demostraron su valía como autor. Después, entre otros trabajos –pues también cultiva la composición musical y la poesía–, llegaría la dirección del documental Venancio Blanco, el Vihuelista de Navalcarnero (2004), hasta que consiguió la confianza de dos productores gallegos: Andrés Barbé (Contacto) y Julio Fernández (Filmax). Y en el año 2005 se lanzaría finalmente al plató.
Me ha sorprendido muy positivamente este film. En primer lugar, por su tono optimista –el público sale de la sala feliz–, donde un sano pero no ingenuo sentido del humor preside todo el relato. Seguidamente, por su cuidada puesta en escena. Gustavo Ron sabe cine de veras; compone las escenas con sumo cuidado y gran sensibilidad artística, además de lograr secuencias de enorme emotividad sin caer en el sentimentalismo ni en la concesión a la galería. Sobrio pero estimulante, divertido y lírico a la vez, este joven cineasta ha escrito con Edmon Roch un guión donde no sobra ni falta un plano, con unos diálogos bien medidos –cosa nada habitual en el cine español–, con una banda sonora de excepción –poco habitual en el cine español– y un diseño de producción –la ambientación y el vestuario también son de primera–, que se concreta en una planificación en cinemascope donde el colorido asimismo tiene un sentido dramático y hasta simbólico.
Con todo, la película no se queda en la mera estética; va muchos más allá. Veamos, si no, cómo la valoraría el exigente crítico Jerónimo José Martín, presidente del Círculo de Escritores Cinematográficos y profesor de la ECAM:
“Cuesta un poco entrar en el audaz realismo mágico que propone Gustavo Ron. Pero, una vez dentro, se disfruta con pasión, tanto por su factura como por su fondo. Este último desarrolla un atractivo entramado de amores generosos, sutilmente abiertos a la trascendencia y cimentados en el respeto hacia la íntegra dignidad de los demás, sin reduccionismos hedonistas. Esto se articula en un guión abigarrado y en un riguroso trabajo de Ron como director de cámara y de actores. En la primera faceta, destaca su planificación esmerada y sustancial, en la que saca partido a la dirección artística, la fotografía y la música, todas ellas de alta calidad. Y, en cuanto a los actores, resultan especialmente chispeantes Diana Palazón, el joven Manuel Lozano y los inmensos Fernando Fernán Gómez y Phyllipa Law. Pero quizá el mérito mayor lo tiene Verónica Sánchez y Daniel Guzmán, que llenan de autenticidad su descarada trama romántica”.
Rodada en Coruña, Betanzos y Londres, Mía Sarah posee reminiscencias de viejos maestros, como Ernst Lubitch, Frank Capra, Leo McCarey, Vittorio de Sica, Gene Kelly y Stanley Donen ( Cantando bajo la lluvia ), o de jóvenes como Alfonso Cuarón ( La princesita), aunque con la personalidad propia de su autor. Un cineasta que está también genial –como ha quedado evidenciado por el comentario de mi colega– en la dirección de sus intérpretes, todos en “estado de gracia”; pues, desde la referida pareja protagonista, el simpático Daniel Guzmán y la encantadora Verónica Sánchez (muy a lo Amélie ), hasta el magistral Fernán Gómez –me consta le gustó mucho el guión y por eso aceptó ese importante papel secundario–, nada chirría en el brillante reparto.
No obstante, constatemos la voluntad de expresión de su joven autor: “ Mía Sarah es un homenaje a todos los que en algún momento de su vida han sentido la necesidad de contar sus historias, y lo han hecho; un homenaje al espíritu de los grandes abuelos que siempre tenían una historia original en su manga; un homenaje a los hombres y mujeres de espíritu burlón, aquellos que caminan por la vida de la mano del sentido del humor. Pero Mía Sarah es, sobre todo, una película dedicada a todos aquellos capaces de superar cualquier obstáculo para conseguir lo que aman”.
De ahí que el giro narrativo y la sorpresa final –no entendida por algunos críticos, quienes la han tachado de “blanca” y que no presenta ningún “malo”– hagan de Mia Sarah una de las películas más innovadoras y atrevidas de ese Joven Cine Español del que tanto estamos necesitados para una renovación de nuestras pantallas comerciales. Ahora falta que el gran público –popular e intelectual– responda favorablemente a la genial propuesta de Gustavo Ron. De momento, apunten su nombre.
[Sergi Grau, Colaborador de CinemaNet]
No es poco el atrevimiento de Gustavo Ron en esta su opera prima, ni tampoco, para hacer cabal idéntica razón, la audacia que demuestra en el planteamiento y despacho de diversos ítems narrativos y visuales de su película. El mayor elogio que merece esta Mia Sarah radica sin duda en su vocación de rara avis en el panorama cinematográfico patrio, la particularidad de una propuesta que, vendiéndose como una comedia romántica al uso, se desmarca de los parámetros que privan en el género en sus representaciones más o menos recientes y paradigmáticas (pienso en las tendencias, por ejemplo, de cineastas como Manuel Gómez Pereira o Joaquin Oristrell, o las fórmulas felices en taquilla de Emilio Martínez Lázaro y David Serrano, y sucedáneos), y al mismo tiempo rehuye –o pretende rehuir, a ratos lo consigue- el cansino cliché de la paupérrima comedia romántica que en estos tiempos nos llega de Hollywood. Aunque pueda sonar paradójico, lo que da carta de innovación a la propuesta de Ron y Edmond Roch – que colabora con el primero en la confección del guión- es el voluntarioso reciclaje de la alta comedia norteamericana de la Edad de Oro de Hollywood, aquélla que deslumbraba por la efervescencia de planteamientos, la pericia dialogada, y el gusto por el potencial hilarante de los más ínfimos detalles. No me cabe la menor duda que el espejo mágico en el que Ron visualiza su historia y narración se halla en las obras maestras inmarcesibles de Frank Capra, de George Cuckor y hasta de Preston Sturges (en este último caso, incluso asoma un homenaje a Las tres noches de Eva en uno de los diálogos). De este modo, esta Mia Sarah se erige, más allá de las apariencias de ciertos trampantojos o ardides argumentales de última generación, como un filme de vocación y narración eminentemente clásica.
Así, y marcando sus bazas desde un extravagante pero magnífico inicio, Mia Sarah pone en la picota narrativa un magnífico engranaje de personajes, temas y situaciones, dando carta de naturaleza como coda argumental a la delgada línea existente entre médicos y pacientes, entre lo cartesiano y lo absurdo, entre el temple y el desorden emocional. Ron aprovecha con imaginación y buenhacer escénico la compresión espacial –la mayor parte del metraje transcurre ora en un piso ora en una sola calle, de feliz raigambre teatral-, extrae magníficos réditos a la cálida exposición de los acontecimientos mediante la partitura musical (la textura y utilización de la banda sonora de César Benito nos recuerda poderosamente las geniales formas del tándem Steven Speielberg/John Williams que va de E.T. a The Terminal), y en el plano argumental atrapa al espectador mediante una habilidosa presentación de los personajes, una secuenciación hilarante bien entendida (también por los propios actores, que se prestan gustosos al juego) y por la utilización como catalizador de la trama de nada menos que una patología mental (la visión que Samuel tiene de su abuelo, que incorpora el siempre superlativo Fernando Fernan-Gómez).
La fórmula funciona a la perfección hasta medio metraje (más o menos hasta la primera cita de Gabriel con Marina, y ese primer beso frustrado bajo la lluvia). Si al principio de la reseña hablaba de la asunción de riesgos, hay que convenir que las audacias de Ron también se enfrentran a peajes, de los que el filme no sale bien parado. Me refiero, ya en esa segunda parte del metraje, a los ciertos descalabros argumentales, lo forzadas que resultan algunas situaciones (debido a cierta incongruencia en el devenir de los personajes, principalmente el meollo romántico entre los protagonistas) y, en parte como consecuencia de lo anterior, la compresión de ideas y subsiguiente falta de oxígeno en el despacho del desenlace, correcto en su formulación visual pero a todas luces insatisfactorio en el fondo. Anoto también como ineficaces los interludios que utilizan una voz femenina radiofónica para presentar canciones y puntear los posos digamos dramáticos de la historia; en esas soluciones Ron sí que incurre en la concesión a la convención, posiblemente en busca de soluciones caras a la superficie comercial de la película.
En cualquier caso, Mia Sarah, con sus aciertos y errores, con sus devaneos rítmicos, resulta una fábula que tiene mucho de entrañable, cuyo principal activo reside sin duda en el esmero de su realizador y guionista por trascender de formulismos al uso y arriesgarse al triple mortal de algo tan extraño hoy en día –aquí y en Hollywood- como una comedia romántica que acuda a la inteligencia para bucear más allá de la anécdota o del potencial de un rostro caro a la taquilla.
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