Título Original: Thank you for smoking |
SINOPSIS
Nick Naylor es el portavoz jefe de las grandes tabaqueras que se gana la vida defendiendo los derechos de los fumadores y los fabricantes de tabaco. Enfrentándose a los fanáticos de la salud que desean prohibir el tabaco y a un oportunista senador que pretende poner etiquetas con la palabra veneno en las cajetillas de cigarrillos, Nick emprende una ofensiva de relaciones públicas, refutando los peligros de los cigarrillos en programas de televisión y contratando a un agente en Hollywood para que promueva el hábito de fumar en las películas.
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CRÍTICAS
[Sergi Grau, CinemaNet]
Antes de cimentar su fama y llenar cines con Juno – probablemente el sleeper del año 2008-, Jason Reitman adaptó para el cine la novela Thank you for smoking de Christopher Buckley. Dejó credenciales de audacia y una clase holgada de cinismo más la destreza narrativa propia de la nueva escuela de comedia americana, cualidades al menos las dos primeras heredadas de en buena medida del sustrato literario pero bien alambicadas en el libreto firmado por el propio Reitman.
No nos engañemos, Thank you for smoking es una fábula capriana con todas las de la ley, aunque previa manipulación (/anulación/traslación a otros parámetros casi opuestos) de los pilares ideológicos del optimismo crítico rooseveltiano que se fijaban en las obras del realizador de Lost Horizon. De hecho, el filme no esconde su baza, y en un momento del metraje, en el instante en que el protagonista Nick Naylor debe enfrentarse a una incomodísima comparecencia en el Congreso, el personaje encarnado por Aaron Eckhardt suelta el guiño a Capra, pues dice sentirse como James Stewart en Caballero sin espada.
El filme nos narra los duros avatares de Nick Naylor, un magnífico orador que trabaja por cuenta del lobby del tabaco, y por tanto, dando sentido al título de la novela y filme, defiende las ventajas de fumar entre la población norteamericana. Sobre el papel ya reconocemos que se trata de una papeleta complicada, y realmente la forma escogida por el filme para ponernos en situación no puede ser más reveladora: Naylor participa en un talk-show televisivo en el que se discute sobre tabaco, y entre sus contertulios se halla un adolescente enfermo de cáncer. Así explicado suena gravísimo, pero no hay esa gravedad en el tono del filme (narrado en off por Naylor), de igual modo que no hay condicionantes éticos en el modo de actuar y decidir del protagonista. Ello se debe, claro, a la adscripción genérica del filme, el desenfado propio de una comedia, que pasa por el fino tamiz de la ironía las componendas dramáticas.
Y al servicio de esa ironía se sitúa un discurso basado en la celebración del individualismo: Naylor no hace otra cosa que valerse de sus armas para sobrevivir en un entorno hostil. Porque hostiles son el politicastro que quiere hacer de la lucha contra el tabaco un caballo de batalla político (William H. Macy) o la periodista que le sonsaca información con malas artes (Katie Holmes), pero también es hostil el jefe de Naylor y, en definitiva, la respuesta que le espera en cada foro donde le toca defender los parabienes del tabaco. Pero Naylor se lo toma con deportividad, según vemos que trata de inculcarle a su hijo, y con él, a los espectadores: más que hablarnos de la responsabilidad individual frente a la hipocresía colectiva, la película nos viene a decir que en un mundo el único escrúpulo se basa en lo crematístico, da igual de qué lado estés con tal de que tengas algo que aportar a la causa para la que te elijan.
En tan desolado paisaje alegórico, lo mejor del filme son sin duda las pullas con las que se contravienen los clichés caprianos (v.gr. esas reuniones entre Naylor y otros dos representantes de lobbies igualmente mal vistos e igualmente lucrativos: el del alcohol y el de las armas) o las bromas maliciosas a costa del magnate del tabaco que incorpora Robert Duvall o del magnate del cine que interpreta Rob Lowe (que tiene la genial idea de hacer fumar a Brad Pitt para inducir al inconsciente colectivo). Aunque para bromas malévolas, la más intencionada se halla sin duda en el completo metraje de la película, los noventa y tres minutos durante los cuales no vemos a nadie fumarse un cigarrillo.
[Sergio Pérez, Narracine]
Pensad en una película. De un coche sale un hombre humilde, lo rodean un montón de periodistas, pero él camina decidido hacia el senado. Una vez dentro, un tribunal, formado por desalmados senadores, pretende desarmar al hombre del pueblo, humillarlo y desacreditarlo. Pero éste, en vez de arrugarse, se enfrenta a las fieras y, con argumentos infalibles, desmonta cada una de las alegaciones, hasta finalmente salir victorioso.
Muchos firmarían inmediatamente que nos encontramos ante un film de Capra, y así sería si no fuera porque el hombre humilde no es James Stewart; en este caso, el tribunal se erige como defensor de la moral, mientras que el protagonista, haciendo gala de exaltada verborrea, es capaz de defender cualquier causa mediante el relativismo más exasperante; y definitivamente, porque la película no la dirige Capra, en su lugar se impone Jason Reitman.
La película recupera los personajes, el ritmo y los diálogos de la “ScrewBall Comedy”, esta fórmula asegura la complicidad del espectador, que se deshace en carcajadas, y contrasta con la tónica de la comedia romanticona actual, que se debate entre la copia descafeinada de la obra farrelliana y la supremacía de las efímeras “Stars” de Hollywood. Además, el novel Reitman ha conseguido agrupar a un gran número de maestros de la interpretación en torno a su “Opera Prima” – Robert Duvall o William H. Macy deben ser un buen aval para presentarte ante los ejecutivos –, para explicarnos la historia de Nick Taylor, el hombre encargado de defender a la industria tabacalera ante su gran numero de detractores.
En el camino de Nick conoceremos a sus jefes, los excéntricos magnates del tabaco; a sus amigos, los defensores de la asociación del rifle y de la industria del alcohol; a sus enemigos, médicos, asociaciones y senadores; y a su familia, un hijo para el que él es dios. Es esta relación la que gana terreno conforme avanza el film. El hombre que es capaz de defender la matanza de crías de foca si con ello paga la hipoteca, se conmueve al sentirse cerca de su hijo. Y no lo hace por sentimentalismo, es porque intuye lo importe que es la figura del padre en la educación de ese proyecto de hombre. Y es en este progresivo giro de la trama donde Reitman (también guionista del film) nos sorprende, porque mientras todos esperamos un desenlace moral, éste se decanta por hablarnos de la paternidad frente al estatalismo.
“Gracias por Fumar” es altamente recomendable para todos aquellos que tengan ganas de reírse abiertamente sin necesidad de chiste grueso. Y para todos los que gusten de las buenas películas que aún se atreven a hablar de libertad, con expresa inconciencia de lo que significan los términos “políticamente correcto” o “moralmente aceptable”. Quedan así para la posteridad las necro-competiciones de los tres colegas en el restaurante, el divertidísimo Rob Lowe ejecutivo de Hollywood, y el encantador Sam Elliott, primer hombre Malboro.