[Guillermo Callejo – Colaborador de Cinemanet]
Cuando se estrenó En busca de la felicidad, fueron muchas las críticas positivas. Concedían un buen puñado de alabanzas al guión, a las interpretaciones, al montaje y a la solidez narrativa. Personalmente, y sin ánimo de quitar peso a una producción indudablemente valiosa, desde el principio me llamó la atención el final. Mejor dicho, me decepcionó: parecía que la felicidad era eso, la meta de una búsqueda agónica, y que se resumía en la obtención de un envidiable puesto de trabajo. ¿Acaso no hubo felicidad entre padre e hijo, quizá en mayor grado, durante los meses anteriores?
Hace no mucho aludí a los subterfugios de que se sirven algunos cineastas, actores y miembros del gremio cinematográfico en general para inculcarnos doctrinas desvirtuadas sobre la venganza y el perdón, entre otras cuestiones. Hoy quiero referirme a un tercer tema, igualmente controvertido y de difícil esclarecimiento: el de la riqueza, el del dinero contante y sonante, el de su sentido y su papel en el cine.
Sin ánimo de centrar el discurso en mi persona o en mis experiencias, quiero aludir escuetamente a las conclusiones a las que llegaba un profesor universitario en una de mis clases de Filosofía. Según él, había cuatro ambiciones en las que el ser humano radica su felicidad: el poder, la fama, el dinero y el placer. Cuatro posibles objetivos en la vida, cuatro aspiraciones, cuatro ideales. Todas las ambiciones humanas, desde los deseos más ocultos hasta los anhelos más loables, pasando por las pasiones más retorcidas, se pueden explicar por referencia a tal sencilla enumeración. Y, si se piensa con detenimiento, no parece que a aquel profesor le faltara razón. A fin de cuentas, cualquier egoísmo, cualquier ávido interés, cualquier noble afán, persigue, en último término, alguna de esas cuatro realidades en sus múltiples formas.
Pues bien, el cine, como buen espejo de la condición humana, ha traído todo esto a colación en innumerables ocasiones, cconcretamente por referencia al dinero, centrando más de una vez las alegrías en jugosas ganancias económicas. Y, así, es sumamente recurrente a la hora de rescatar historias cuyo eje fundamental es lo material. Por ejemplo, cuando recrea un atraco, tal y como constatan dos filmes tan heterogéneos y distanciados en el tiempo entre sí como Atraco perfecto o Heat. No es raro que las películas de secuestros, asimismo, se justifiquen porque el antagonista espera una recompensa material. Véase un Firewall, un Atraco al Pelham 123, un Cellular, un Rescate o un Prueba de vida. Los robos, disfrazados de incontables formas, también pueden ser la excusa perfecta para entretener al espectador, tal y como ocurre en Nueve reinas, The Score o Crimen perfecto.
Y es que en las producciones modernas este filón parece omnipresente: en La concursante, Collateral, Los abrazos rotos, León, el profesional, Esencia de mujer, No es país para viejos, Diamante de sangre, La jungla de cristal -también la 3ª-, Casino Royale, Piratas del Caribe, etc., a sus protagonistas les mueve, a su manera, el estímulo del dinero. Algo exactamente igual ocurre en las clásicas Scarface, Sin perdón, Bienvenido Mister Marshall o en muchos westerns.
El dinero, como tal, resulta sumamente atractivo, pero la mayoría de las personas coinciden en que su abuso, al igual que la avaricia, no es de admirar. El ladrón que roba joyas para su propio beneficio nos repele. E incluso el hombre de negocios que consagra su vida entera a la arbitraria y estéril adquisición imparable de dólares, bienes o inmuebles para su simple beneficio personal, causa en nuestro interior un cierto rechazo. Son casos que nos resultan indignos de nuestra estimación. Ni siquiera los encontramos deseables, porque les suelen rodear la ambición, la venganza, los excesos. Aquí, el fin no justifica los medios, conclusión que se expresa con claridad en Un plan sencillo o, sin ir más lejos, en Un buen año. Lo alarmante surge en el momento en que tal discernimiento moral se confunde y la frontera entre lo admirable y digno de ser perseguido se contamina de egoísmo y, además, se retrata como noble y estimable. ¿Ejemplos? Wall Street, Casino o El Padrino.
Con frecuencia pienso que a aquel profesor le faltó mencionar un último punto, quizá el más importante y radical: el amor. Porque existen quienes centran sus alegrías y sus esperanzas en alguien que va más allá de ellos mismos, y en ese sentido no buscan poder, fama, dinero ni placer. Simple y llanamente se saben felices haciendo felices a su pareja, a su hijo, a un amigo. De eso ya hablaremos en otra ocasión, aunque en esta página ya ha habido disertaciones al respecto, y no una, sino dos. La generosidad, el olvido de sí y, a la postre, el amor, acaban triunfando.
No hay bien más grande que el amor, ya sea en la pareja o en la amistad. Hay buenas películas que lo atestiguan. Por ejemplo: Casablanca
Me gusta el artículo. Y estoy completamente de acuerdo con lo que comentas de «En busca de la Felicidad». Sorprendentemente, aún me la siguen recomendando como «película sobre el esfuerzo, el compromiso y la felicidad»… Y no niego que aparezca, pero el final me decepcionó inmensamente por la misma razón que tú apuntas… ¿Te animarías a escribir una crítica sobre la película? Creo que sería muy útil para mucha gente…
Me asombras, Guillermo. Coincido en líneas generales con tu artículo, y «En busca de la felicidad» me parece un film muy sobrevalorado. Pero me choca que te chocara mi crítica de «Millenium», donde la fuerza motora de los personajes es el poder y la venganza…